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Japón: dolor compartido

Todos tenemos claro que nuestra existencia no sería humana sin el dolor y la adversidad. Aunque, al encontrarnos con el mazazo de la naturaleza que conmueve a Japón y al mundo entero, nos rebelamos y desearíamos poder neutralizar cualquier amenaza al orden establecido. Pero hemos de prepararnos, formarnos, ser expertos en humanidad. Sin obsesiones por la seguridad que, no nos engañemos, nunca será total, aunque es claro que se han de administrar las máximas medidas de prudencia.

— «¡No sé qué va a pasar!» Le oigo decir a uno de los principales expertos mundiales en energía nuclear… El mundo entero en ascuas… Aunque es momento de serenar los ánimos. La vieja Europa ha de dar un mejor ejemplo de prudencia y amplitud de miras. No es suficiente con lamentar la situación japonesa de alarma nuclear. Es preciso ayudar, y para eso es imprescindible, insisto, serenar los ánimos. Esto es clave para empezar a superar situaciones difíciles. No es el mejor momento para debates sobre qué se ha de hacer con las fuentes de energía que disponemos en la actualidad.

La crudeza de lo que estamos viendo en Japón y el contenido dolor de los ciudadanos de ese país ante la fatalidad, han de poder tener cumplida respuesta en nuestro afecto y solidaridad con todos los damnificados. El dolor es cosa de todos, hemos de estar preparados para, a pesar de los pesares, hacer de la necesidad virtud.

Comprender qué es el hombre nos ayudará a encajar tragedias como las que se viven estos días en Japón con motivo del tsunami y la alarma nuclear. Y ¡qué grandes ejemplos estamos viendo! Que sean para nosotros un estímulo para una acción responsable. El aprendizaje mediante modelo también nos hace sacar beneficio moral, un «reciclaje existencial».

Es preciso encontrar sentido a tanto sinsentido. Estamos viendo el sufrimiento y la desgracia llevados con dignidad y eso crea un valor que nos eleva y hace ser referencia para los demás. Lo normal-habitual es que acompañemos al sufrimiento con una reacción de huída. Pero el hecho de querer afrontarlo con valentía, con realismo, con serenidad, con la humildad de dejarse ayudar y de sabernos frágiles, ese es el inicio de la recuperación, aunque nadie nos va a quitar el dolor vivido. Aquí, recuerdo con emoción la frase de un amigo, tetrapléjico a causa de un accidente deportivo: «Me rompí la columna, pero eso no me rompió a mí».

Convendremos que estamos llamados a superarnos a nosotros mismos, a construir una sociedad que sume, generación tras generación, y no sólo en logros tecnológico-científicos. Para eso, la sincera búsqueda de los porqués nos va a hacer más capaces de afrontar la adversidad. Será, entonces, el dolor una fuerte circunstancia a conjugar a diario, consustancial a nuestro crecimiento como personas. Constataremos, impresionados, la «inmanencia de destino y de tensión» propia de la vida humana, como dice el filósofo Leonardo Polo.

Reconozcamos que el hombre no es capaz de todo y estudiemos y trabajemos para que la ciencia y la técnica sean un medio eficaz de construcción de un mundo mejor, que nos ayuden a ser más humanos.

Amigos, vamos a ver la vida, nuestra vida personal y colectiva, como don, como ocasión de felicidad propia que hemos de exportar cuanto más mejor. Hay que combatir las diversas formas de odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las múltiples y sibilinas indiferencias hacia el prójimo y sus sufrimientos. No imaginemos un mundo sin problemas, sino construyamos un mundo enamorado a nuestro alrededor, en libertad. Esa es la solución, ese es el reto.

En este sentido, pienso que hemos de educar a nuestros jóvenes para que, incluso después de trabajos nobles y esforzados, puedan conseguir sus objetivos ideales, pero sean constantes y apunten siempre muy alto. No vamos a poder controlar nunca todas las variables, pero sí es seguro que nuestra manera de acometer tareas pequeñas, o grandes, con generosidad y espíritu de superación, nos hará más fuertes y solidarios.

Para acabar, podemos recordar que la mera supervivencia no debería ser el valor supremo. En palabras de Viktor E. Frankl, «Ser hombre significa estar orientado y ordenado a algo que no es uno mismo. La existencia humana se caracteriza por su autotrascendencia».

Sí, a pesar de toda la dureza que la vida nos pueda deparar a cada uno de nosotros, con las circunstancias personales o de entorno de cada uno, todos tenemos una misión y un sentido en nuestra existencia. Pues, ¡ea!, a descubrirlos. El ejemplo japonés de estos días es una referencia vital para todos.

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