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Pero, ¿hay brujas o no?

Esta pregunta fue y sigue siendo la clave sobre lo que la Iglesia debe hacer con las personas que ostentan supuestamente poderes mágicos o adivinatorios.

Hasta el siglo XV, había sido opinión oficial que dichos poderes solamente eran imaginarios, por lo que la creencia en brujerías era pura superstición, cultivada por gente fantasiosa. Pero en la segunda mitad de aquel siglo, las cosas cambiaron en dos sentidos muy importantes: en primer lugar, textos papales e inquisitoriales declararon que la brujería sí era real, incluyéndose en esto creencias tales como que las brujas podían crear tormentas o arruinar cosechas, cohabitar con demonios o impedir que se consumaran los matrimonios. En segundo, la brujería paso a ser considerada como una modalidad de herejía, de modo que la Inquisición ya pudo perseguir también esta clase de delitos.

El tiempo pasó y también las mentalidades. Para los siglos XVII, XVIII, y XIX, los inquisidores habían adoptado nuevamente un punto de vista escéptico en torno al problema de las brujas, y cuando una persona era denunciada por este delito, procedían con cautela y bastante sentido común. Todas las acusaciones eran desestimadas porque siempre se encontró una explicación natural para los supuestos casos de hechizos, y la acción inquisitorial se fue enfocando solamente a evitar libros de magia.

En los siglos XIX y XX, una vez desaparecida la Inquisición, se hizo lugar común criticar dicho tribunal precisamente por ser «tan crédulo» que alguna vez aceptó la creencia en brujas. El argumento permitía formular toda clase de burlas e injurias contra las inquisiciones, incluyendo al Santo Oficio (la inquisición española y novohispana), y ya desde ahí se empezó a formular la acusación de que la Iglesia era sexista, por perseguir y ejecutar mujeres bajo el cargo tan ridículo e inverosímil de brujería.

Pero ha ocurrido algo raro. Ahora que la Inquisición está universalmente desacreditada, resulta que ha aparecido una avalancha de sectas, publicaciones, películas, sitios de Internet que aseguran practicar la brujería con toda seriedad. Los grupos tipo WICCA, neopaganos y demás; las películas y series televisivas de maguitos y maguitas; los libros para mujeres y adolescentes donde se enseñan rituales y trucos de magia para atrapar al galán esquivo, sacar buenas calificaciones sin estudiar, echar mal de ojo a la persona que te «cae gorda», invocar espíritus, ángeles, duendes, etc., prometen encarecidamente dar resultados auténticos y verificables. Ahora resulta que sí existen los poderes sobrenaturales, los pactos satánicos y los hechizos. Incluso los grupos de brujas afirman sin tapujos ser continuadores de una «religión» que fue perseguida por la Iglesia Católica, y que ahora puede resurgir sin temor.

Entonces se pregunta uno: ¿No que la brujería era un fraude patente que demostraba lo estúpidos que eran los católicos? ¿No que la brujería, por ser falsa, sólo era un pretexto de la Iglesia para perpetrar persecuciones misóginas?

Los exorcistas aseguran que la magia es un vínculo que puede llevar a la infestación, a la obsesión y a la posesión satánicas; la ciencia afirma que no hay evidencias empíricas para avalar la creencia en brujerías; los gobiernos municipales ya no sólo se encontentan con organizar rituales «new age» de adoración al sol en el equinoccio de primavera, sino también ahora nos venden que hay que entrarle a la magia del solsticio de verano; los grupos feministas juran que sólo es un pretexto para atacar a la mujer. ¿Dónde está la verdad? A veces la Inquisición, vista de lejos y «con pinzas», provoca cierta nostalgia.

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