» Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2011
La cruz que no molesta
Cuando alguien emprende acciones legales contra alguien o, incluso, contra algo, es de suponer que tiene razones más que suficientes para hacer tal cosa. Y digo razones y no sólo motivos pues si sólo se trata de lo segundo, es más que probable que la razón acabe imperando y lo que es gusto personal termine por los judiciales suelos para que todo el mundo la pise que es lo que, como sabemos, pasa con la sal que queda sosa y no sirve más que para eso.
El caso Lautsi es, a estas alturas de la película, más que conocido: una persona estaba en la seguridad de que un crucifijo molestaba en el centro escolar donde acudían sus hijas y demandó a quien tuvo que demandar para que se cumpliera su particular voluntad. No le importaba ni la tradición, ni la mayoría de creyentes que pudiera haber en el centro ni nada de nada sino, tan sólo, sus propias ideas acerca de lo que hacía allí tan símbolo ni, sobre todo, las razones de que allí estuviera.
Quería imponer, entonces, su propia mentalidad a la de los demás
Al final, como ya se sabe, la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TDEH) ha revocado la sentencia que en su día dio la «razón» a la demandante y ha puesto las cosas en su sitio que es, precisamente, donde el crucifijo pendía y pende: en la pared de un centro escolar y en el corazón de millones de personas. De allí no se mueve.
En la dicha sentencia existe, entre otras, la opinión concordante del juez Bonello que entiende que se trata, tal pretensión, del ejercicio de un claro «vandalismo cultural» y que lo que se pretende es, en resumidas cuentas, dar al traste con «siglos de tradición europea» e imponer, imponer, una especial de «Alzheimer histórico» que es algo parecido a cuando pretendieron, en la Constitución Europea, en su Preámbulo, dar un salto histórico desde la antigüedad clásica y la Ilustración olvidando, por el camino, todo el cristianismo.
Y es que, en realidad, se trata de llevar a cabo una estrategia de disimulación de lo religioso y, en concreto, de lo que es católico porque molesta a según qué mentalidades, lo que significa. Y esto es, esencial y precisamente, por lo dicho por Bonello.
Vandalismo cultural
Es propio de un comportamiento muy contrario a la normalidad más llevadera querer destruir de forma que no se respete nada y que nada se tenga en cuenta. Así, el vándalo procede en contra de lo que es, en su opinión, contrario a toda razón particular. Destruye no porque quiera construir nada sino porque, al contrario, el ansia que mueve tal forma de actuar es, precisamente, la que lleva a deshacer lo que estaba hecho.
El vandalismo que pretende terminar con los aspectos culturales que determinan cómo es una sociedad como la europea seguramente pretende que otros imperen. Que sean ateos, agnósticos o propios de otras religiones que no sean la católica poco importa para el caso. Lo que sí es de importancia es que personas como la demandante y otras muchas que, seguramente, habrían hecho lo mismo si hubiesen podido o que, de hecho, lo hacen de muchas otras formas, no aprecian en su totalidad la barbaridad que pretenden llevar a cabo. Y esto porque una sociedad no es algo que se cambia por mera ingeniería, exactamente social, sino que se trata de un todo que se ha conformado a lo largo de los siglos.
Los siglos de tradición europea
Y, en efecto, los siglos a los que se ha hecho referencia arriba son los que, desde que el cristianismo llegó desde oriente hasta tierras occidentales de Europa, han pasado. Son más de veinte que, para una sociedad es un tiempo importante que deja huellas indelebles en su forma de ser.
Y tal tradición no se entendería sin la cruz. Es más, sin tal símbolo el cristianismo no sería nada porque nada supondría sino la mera doctrina de una persona que, en su vida, fue buena. Nada más.
Sin embargo, es la cruz, precisamente, el momento en el que Cristo da su vida, su sangre, por toda la humanidad y para la salvación de la misma. Y luego, la resurrección del Hijo de Dios certificó que todo lo que había dicho y hecho era, y es, cierto y, por eso mismo, aquellos maderos sobre los que tendieron al hombre que, al parecer, había traicionado a su pueblo (siendo falso esto), tienen una importancia sin el respeto a la cual nada se entiende y, sobre todo, nada se puede saber de lo que hoy es Europa y, en general, occidente.
Una enfermedad que pretiere
Estar aquejado por Alzheimer, que sólo las personas que acompañan al enfermo pueden saber (pues quien padece tal enfermedad a lo mejor no es, siquiera, consciente de lo que le pasa) lo que supone, no es nada agradable. Sin embargo, tal enfermedad, aplicada al sentir social es, aún, de una gravedad superior porque afecta, por decirlo así, a muchas más personas.
Una de las características del Alzheimer es que se va, progresivamente, perdiendo la memoria y eso deja al individuo que la padece en una situación muy peligrosa para su vida. Poco a poco se va perdiendo lo que se sabía y, así, el empeoramiento físico no cesa hasta que se produce la inexorable muerte.
Eso es lo que, exactamente, se pretende con actuaciones como la que llevó a cabo la demandante: que poco a poco se vaya olvidando lo que supone la fe para muchos millones de personas imponiendo la dictadura de lo políticamente correcto y del gusto de la minoría. Y esto es, justamente, actuar de forma contraria a como se debería hacer en una democracia donde, se supone, impera lo que entiende la mayoría que debe imperar.
Sin embargo, tal forma de actuar no parece que valga cuando se trata de lo religioso que es, como cualquiera sabe en Europa, lo que cree la gran mayoría de personas que tal continente habitan, viven y mueren.
Pues bien, al parecer, la cruz que en Italia estaba en aquel centro escolar, no molesta para nada y, en fin, puede seguir donde hasta ahora había estado recordando a muchos que la tolerancia y el amor ha de prevalecer sobre el odio y la falta de costumbre de respeto al prójimo.
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