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La insólita teoría del Jesucristo vegetariano

¿El respeto de un cristiano hacia las demás criaturas le permite matar animales para comer su carne?

Recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que «sólo el hombre y la mujer, entre todas las criaturas, han sido queridos por Dios a imagen suya; a ellos el Señor confía la responsabilidad de toda la creación, la tarea de tutelar su armonía y desarrollo (cfr. Gn 1,26-30)» (n. 451).

Sin embargo, ante esta tutela humana sobre lo creado, pueden surgir algunas dudas; por ejemplo: ¿el respeto de un cristiano hacia las demás criaturas le permite matar animales para comer su carne?

Los ejemplos del Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento encontramos al hombre comiendo carne con el beneplácito o, incluso, la ayuda de Dios. Por ejemplo, en la pascua judía: «Yahveh dijo a Moisés y a Aarón: ‘…El día décimo de este mes tome cada uno un cordero por familia… conforme a lo que cada cual pueda comer… Comerán la carne asada al fuego’» (Ex 12, 1-8). Ya en el desierto, cuando el pueblo de Israel murmuraba contra Moisés y Aarón porque extrañaba la comida de Egipto, Dios interviene: «Yahveh habló a Moisés diciendo: ‘He oído las quejas de mi pueblo. Diles: por la tarde comerán carne y por la mañana se saciarán de pan’… Y aquella misma tarde llegaron codornices, que cubrieron el campamento» (Ex 16, 11-13).

Los argumentos de los vegetarianos

Actualmente los principales argumentos del vegetarianismo se basan en el beneficio a la salud que se supone trae consigo, y los relacionados con el respeto y hasta los supuestos «derechos» de los animales. Lo que no se suele decir es que este estilo de vida está básicamente ligado a la New Age (Nueva Era) y que, por tanto, tiene más de trasfondo religioso que medicinal o ecológico. Basta con entrar a casi cualquier tienda naturista para encontrar, además de una serie de alimentos vegetarianos, carteles que invitan a practicar yoga, tener una experiencia de meditación trascendental, sumarse a un grupo gnóstico, tomar una terapia reiki, aprender el «método melquisedec», o a realizar cualquier otra actividad «espiritual» de moda.

Según se lee en la revista española Integral, dedicada al naturismo, «no es casual que muchos de los grandes profetas [del budismo, hinduismo, taoísmo, etc.] utilizasen el vegetarianismo… como preparación para su conexión con la esfera de lo divino».

Manipular, si es preciso

Y así como los practicantes de la religión gnóstica intentaron desde tiempos de la Iglesia primitiva manipular el cristianismo para «llevar agua a su molino», algunos modernos ecologistas están utilizando la misma táctica, decididos a hacer creer que Jesucristo era vegetariano. Así, sostienen:

  • Que Jesús expulsó a los mercaderes del templo porque vendían animales para el sacrificio. La falta consistiría en que los animalitos a la venta estaban destinados a ser matados. Pero, al leer los Evangelios, encontramos que Cristo expulsó no sólo a los vendedores de animales sino también a los cambistas, y que la razón que dio para ello fue: «Saquen eso de aquí y no hagan de la Casa de mi Padre un lugar de negocio» (Jn 2, 16). La falta, pues, era convertir el recinto sagrado en mercantil.
  • Que Jesús, para dar de comer a la multitud, multiplicó los cinco panes, pero no los dos pescados; que así lo demuestra el evangelista san Mateo cuando escribe: «Jesús tomó los cinco panes y dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los entregó a los discípulos para que los repartirán a la gente. Y todos comieron hasta saciarse» (Mt, 14, 19-20). Los defensores de esta postura intentan desprestigiar el pasaje paralelo del evangelista san Juan: «Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió… Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron» (Jn 6, 11), alegando que lo de los pescados fue un añadido que hizo la Iglesia a la Biblia cuando comenzó a usarse el pez (ictus) como símbolo cristiano.
  • Que en el pasaje de la Última Cena no se hace referencia al cordero, lo que demostraría que Cristo, como vegetariano que era, celebraba la pascua judía comiendo sólo las salsas, panes ázimos, hierbas amargas y demás vegetales propios de la ocasión. Es verdad que la Biblia no describe a Jesús comiendo cordero en la Última Cena, pero tampoco lo presenta comiendo ahí ninguno de los otros alimentos. Le da un trozo de pan mojado en salsa a Judas, pero no se dice que Jesús hubiera comido de él.
  • Que en los evangelios Jesús nunca aparece comiendo carne roja ni pescado. Esto no es cierto, según se demuestra en Lucas 24, 41-42, cuando Jesús resucitado se aparece a los discípulos: «Y como en medio de tanta alegría no podían creer y seguían maravillados, Jesús les dijo: ‘¿Tienen algo de comer?’. Ellos le ofrecieron un pedazo de pescado asado, y Él lo tomó y comió ante ellos». Además Cristo, vencedor de la muerte, sigue ofreciendo carne a los suyos; así ocurre tras la pesca milagrosa: «Cuando bajaron a tierra, encontraron un fuego prendido y sobre las brasas pescado y pan. Jesús les dijo: ‘Traigan de los pescados que acaban de sacar’… Jesús se acercó a ellos, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados» (Jn 21,9-10.13).

Otros textos «vegetarianos»

Los promotores de la teoría del Cristo vegetariano utilizan más citas bíblicas para convencer a la gente de no comer carne. Por ejemplo, mencionan el mandamiento «no matarás» (Ex 20, 1), que interpretan como prohibición de cualquier clase de matanza, no necesariamente de un ser humano. Quedaría entonces la duda de si estos ecologistas desmesurados se abstienen de eliminar a los mosquitos y demás insectos, o si cuando enferman ingieren algún remedio natural para matar a las bacterias causantes del mal. Pero lo que es un hecho es que olvidan que cada vez que comen una lechuga también la matan, y que así están violando el mandamiento, según la interpretación que le dan.

Dicen que san Pablo apoya el vegetarianismo cuando dice: «Es mejor no comer carne ni beber vino, ni hacer nada que pueda hacer tropezar a tu hermano» (Rm 14, 21), y también: «Si algún alimento ha de llevar al pecado a mi hermano, es mejor no comer nunca más carne, para no hacer pecar a mi hermano» (1 Co 8, 13). Lo que no dicen es que la segunda cita está haciendo referencia no a si un cristiano puede comer carne, sino si puede comer carne sacrificada a los ídolos, y que si se lee el contexto de la primera cita (todo el capítulo 14) se descubre que ni la alimentación carnívora ni la alimentación vegetariana tienen algo de pecaminoso; que «hay quien cree que puede comer de todo, mientras que otros, los más débiles en la fe, no comen sino verduras. Entonces, el que come no desprecie al que no come, y el que no come no critique al que come… El que come lo hace por el Señor, puesto que al comer le da gracias. Y también el que no come lo hace por el Señor y da gracias a Dios» (Rm 14, 2-3. 6).

A fin de cuentas, «el reino de Dios no es cuestión de comida o bebida» (Rm 14, 17). Y el Señor, en su infinita sabiduría, no sólo dio al hombre la capacidad de digerir tanto alimentos de origen vegetal como de origen animal, sino que organizó el mundo de los seres vivos en una cadena alimenticia en la que todos nos servimos de la muerte de otros para nuestro sustento y, a la vez, nuestros cuerpos muertos sustentan a otros seres vivos.

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