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«Encontrarás dragones» y conciencia histórica

Como diría Ortega, «toda opinión justa es larga de expresar», pues eso me ocurre al querer explicarles lo que pienso de la película «Encontrarás dragones», que pude ir a ver con varias familias amigas, junto a hijos e hijas adolescentes, en un céntrico cine barcelonés, el pasado domingo.

Por de pronto me hizo volver a hojear un par de destacadas referencias históricas que recordaba muy sensatas a la hora de describir nuestra guerra fratricida, ¡menudo «dragón» para nuestra conciencia nacional! Así, de la mano del inspirado y ecuánime, y exiliado por republicano, Salvador de Madariaga –magistral su «España, ensayo de historia contemporánea»-, visité de nuevo la España de los años treinta, enloquecida a puro sectarismo: demócratas poco industriosos, con complejos y mucha víscera, y aprendices de tiranos de todas partes venidos, implacables con quien pensara diferente. Asesinadas la paz y la paciencia no fue posible concretar el espíritu de mediación que sí quería surgir en muchos, y en muchos lugares.

Amigos, magnífico elixir o reconstituyente éste de «Encontrarás dragones». Guión de diez y con varios actores que bordan su interpretación, aun en papeles secundarios. En esta película he visto como, por los comentarios posteriores y según las edades, se captan diferentes matices sobre la amistad, la guerra, la dignidad humana, el amor, la familia, la justicia social, la religión… Padres, hijos y abuelos la perciben diferente. Los de 12, 13 y 14 años se quedarán en la acción y los conflictos personales y sociales más evidentes. Los ya bien entrados en la adolescencia y los jóvenes descubrirán estimulantes matices para sus ideales de amistad, rebeldía, generosidad… Los adultos y más mayores disfrutarán reviviendo opciones vitales que nunca son sin retorno, también tantos momentos de parecido sacrificio, incomprensión y anhelos de felicidad y mejora que todos tenemos.

Es muy de agradecer que no se trate aquí la guerra civil de forma partidista y sí si hable del perdón y la reconciliación, también intergeneracional, como asunto posible y necesario. No sé si conscientemente, hace el director, Roland Joffé, como Julián Marías en su ensayo «¿Cómo pudo ocurrir?», de 1980, que he vuelto a revisar, pues se desliza por los terribles acontecimientos de la guerra fratricida española con prudencia de sabio y maestría de literato.

Y la histórica figura de San Josemaría Escrivá, y el contrapunto de su amigo Manolo, y la pujanza del amor humano y divino, que como hilo conductor de un argumento lleno de implícitos acompaña lo narrado en presente, pasado y… futuro. ¡Pues claro que sí!, futuro, ya que, como a Hitchcock le encantaba conseguir, la complicidad de Joffé con el espectador es total, pues sabemos más de la historia de lo que los mismos personajes imaginan, por lo que nos sentimos impulsados a tomar parte, a avisar si fuera posible a que cambien o se afirmen en actitudes o determinaciones. ¡Y la libertad por medio! Y la capacidad de levantar la vista, para que, a pesar de los nudos internos del tapiz, verdaderos dramas demasiadas veces, esos dragones que quedan atrás o esa conciencia histórica a tener muy presente, a pesar de los nudos e incluso gracias a ellos, digo, el tapiz de nuestra vida llegue a tener una peculiaridad y una belleza inimaginables.

Entonces, como entre diversísimas aplicaciones prácticas, constataremos, por ejemplo en educación, aquello en lo cual muchos insistimos desde hace años y años, que los padres mejoramos con los hijos, que la familia es pieza clave de progreso, que no puede ser ninguneada por los poderes públicos. Y sale el interactuar a corazón abierto, la lucidez a prueba de bomba, la confianza y la libertad como motores de responsabilidad y sensatez: un océano de renovación social y personal. ¡Y mira que hay nudos que atar y deshacer! Y anudar, y cortar, y entremeter. Pero, siempre, la sorpresa de un resurgimiento, de una inspiración o de un disfrutar de lo pequeño de cada día, nos va a fortalecer frente a la superficialidad del activismo o del resultado automático, tan ayunos de afecto y tan abotargados de sinrazón.

Así, una magnífica «conciencia histórica», que no memoria histórica, nos lanza a la aventura vital con el respeto por bandera, con un sano orgullo por querer y saber rectificar, por vencer y emular a los mejores que nos han precedido, reconociendo limitaciones y errores, perdonando y pidiendo perdón. Y es también ahí dónde esos varios registros o niveles de comprensión de los que hablábamos llaman a cada uno con esta película según su sensibilidad o formación previa, según su conciencia. Registros de sugerentes interpretaciones que son emocionada luminosidad para el pensamiento, a la vez que marchamo de excelencia de quien hace arte del continente y el contenido de la comunicación audiovisual. Y todo eso de una manera moderna, con gancho e intriga.

En fin, no les dejará indiferentes y es de esas películas que te mueven a actuar saliendo de ti mismo. Película imprescindible, aunque por nuestras preferencias la valoremos más en unos aspectos que en otros. En todo caso, para volver a verla, la verdad.

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