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De guerrillera y militante del aborto a católica «pro-vida»
La adolescencia la encontró con el compromiso de meterse en los barrios más pobres, donde forjó su ideología política desde una concepción de «izquierda». En los ‘80, se unió a los movimientos revolucionarios de su país, luchó contra la toma de tierras pertenecientes a comunidades originarias, encabezó movilizaciones de lo que hasta entonces consideraba una ferviente defensa a los derechos humanos y, convencida, militó durante años a favor del aborto.
Pasó días, semanas y meses en plena selva del Amazonas, fue llevada presa por el gobierno dos veces y también fue torturada en celdas militares.
Contar la vida de Amparo Medina (45) es como hablar de dos personas diferentes: la de antes y la de ahora. Es que después de un largo camino andado, sus pensamientos son opuestos a los que un día creyó que habían sido el eje de su vida. Lejos de la mujer armada que fue, se cataloga como una «militante de la vida». De hecho, una cruz colgada en el pecho deja ver que en algún momento se convirtió al catolicismo.
Ahora, su discurso no es menos polémico que sus ideologías de antaño. Se opone al aborto y pone en duda la confiabilidad de los métodos anticonceptivos, a los que considera más un negocio de las corporaciones multinacionales que una respuesta a los problemas concretos de la sociedad actual. Incluso, al conocer desde adentro las problemáticas de América Latina, asegura haber logrado una visión completa de la realidad.
«La educación debe ser integral para que la persona pueda tomar decisiones acertadas en su vida», asegura momentos antes de realizar su ponencia en el Primer Congreso Nacional de Organizaciones Pro Vida y Familia de Argentina. Para contar su experiencia, la mujer llegó desde Quito (Ecuador) -donde vive- y se quedará en Mendoza hasta el domingo.
Amparo es pedagoga social. Estudió en España, realizó investigaciones de liderazgo en Israel y ha trabajado como consultora en temas relativos a salud sexual y reproductiva en organismos internacionales, como la OEA, Unicef y la ONU, entre otros.
Al escuchar su testimonio, el tiempo parece desvanecerse entre vivencias que cualquiera pensaría sacadas de una película. Cuenta que a los 17 años dio los primeros pasos como militante política en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Ecuador. «En el grupo donde practicaba básquet había algunos chicos que pertenecían al movimiento. Íbamos a los barrios más vulnerables y enseñábamos deporte a los chicos», recuerda.
Por esos años, su sueño era cambiar ese mundo al que consideraba muy injusto. Así, comenzó a organizar a la gente para que lograran llevar adelante sus proyectos productivos. Les enseñó a defender sus tierras y usar la fuerza si era necesario. Armó junto a las comunidades más desprotegidas de la selva guarderías comunitarias para que las madres pudieran salir a trabajar; organizó ollas comunitarias y hasta enseñó a las mujeres a defenderse cuando sus maridos las golpeaban.
Claro que nada de esto fue sencillo. En los ojos de Amparo se denota un dejo de tristeza cada vez que vuelve la mirada atrás. En 1988 cayó presa por primera vez. La inteligencia militar de Ecuador había seguido de cerca sus pasos, la secuestraron y, sin más, la golpearon hasta dejarla al borde de la muerte. «Todavía no sé cómo logré sobrevivir», confiesa. Después de eso, su fuerza nunca decayó y a contramarcha de todo pronóstico continuó y se sumó al Movimiento denominado «Alfaro Vive Carajo» (AVC), una corriente que tenía diferentes focos guerrilleros en Colombia y Chile.
En 1992, fue la segunda vez que el poder militar de entonces la secuestró mientras presenciaba una manifestación al cumplirse los 500 años del descubrimiento de América. «Me sometieron a torturas físicas durante siete días consecutivos», desliza y prefiere ahorrar más detalles. Luego de esos episodios, Amparo comenzó a entender que también había otras maneras de luchar.
La causa de su conversión
Fue en 2004, cuando la cabeza de Amparo hizo un ‘click’. En ese año -cuenta- le sucedieron dos hechos que la marcaron para siempre: vivió casi como en carne propia un aborto y fue testigo de un milagro que le salvó la vida. Al hablar de la primera experiencia, ella no deja de lamentar aquellos momentos. «Acompañé a una amiga, que había quedado embarazada por una relación que había tenido por fuera de su matrimonio», recuerda.
En su mente, todavía hay imágenes que, asegura, no logra borrar. Dice que el bebé había comenzado su novena semana de gestación. «Me acuerdo de la sala, el miedo y el dolor que se traslucía en la cara de mi amiga; el sonido de la aspiradora y yo, que le decía que no tuviera miedo, que siguiera adelante, que pensara que se trataba de una operación sencilla que la iba a beneficiar», desliza sin poder apartarse de ese momento.
Hasta hoy, Amparo no deja de sentirse culpable por ello y hasta fundó una asociación que ayuda a superar la depresión post-aborto a los padres y madres que han recurrido a esto. «Entendí que ninguna mujer aborta porque le guste; el sufrimiento es inmenso y deja marcas que nunca se pueden superar», reflexiona y asegura que la responsabilidad para evitar que se produzcan embarazos no deseados no pasa por administrar preservativos sino en enseñar de qué se trata la sexualidad; qué riesgos y responsabilidades implica.
El otro episodio que la marcó a fuego sucedió en plena selva, mientras ordenaba el frente de resistencia «en defensa de las tierras indígenas». Del lado opositor, otra vez la milicia. «Me rozó una bala del lado izquierdo del pecho, caí y quedé inconsciente. Fue ahí cuando tuve la visión de una niña de 16 ó 17 años que dijo que me amaba. Ahora estoy segura de que era la Virgen María», dice convencida y remata: «No soy más que la pieza de un engranaje muy superior».
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