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¿Qué podemos hacer?
Este último periodo de nuestra historia ha resultado un monumental fiasco. Hace falta poco tiempo para hundir un país, pero son necesarias varias generaciones para levantarlo, por lo que no podemos perder tiempo en ponernos manos a la obra.
No son solamente la economía y el paro nuestros problemas, hay muchos más. El trabajo de ingeniería social aplicado a lo largo de estos años ha sido un proceso de demolición de los pilares básicos de la sociedad. La familia, como célula social encargada de transmitir la vida y los valores que hacen posible la convivencia, ha sido arrasada.
Ya no hay padres ni madres, sustituidos por progenitores A y B, ni siquiera libro de familia. La manipulación perversa del lenguaje ha eliminado la palabra matrimonio, sustituida por pareja. (Lo de matrimonio se reserva para el «matrimonio homosexual»).
Las parejas se hacen y deshacen sin legalizar siquiera sus uniones y si lo hacen son cada vez más frágiles y precarias. Abiertamente en contra del matrimonio estable, se ha introducido el divorcio exprés.
Desciende la natalidad por debajo del nivel de reposición de la población, al mismo tiempo se facilitan todos los medios para una sexualidad irresponsable: anticonceptivos, píldora del día después o aborto. Seguramente siguen las instrucciones de los desquiciados «sabios» que quieren reducir la población mundial a la cuarta parte, para salvar al planeta tierra.
Ser hombre o mujer ha dejado de ser algo dado para convertirse en «opción personal», en concepto cultural. Esto es algo de lo que se imparte en la asignatura esa de Educación para la ¿ciudadanía?
Se habla mucho de corrupción y de poder, pero poco de honestidad, de honradez, de esfuerzo, de excelencia, de trabajo bien hecho, de responsabilidad, de servicio, del bien o de la verdad.
No podemos esperar que otros políticos distintos tengan una varita mágica, para reponernos en aquella situación que ahora nos parece tan estupenda en la que podíamos gastar sin cortapisa, consumir con despilfarro, hipotecarnos de por vida, aquella época en que pensábamos que sin mayor esfuerzo éramos cada vez más ricos y nuestras inversiones en casas de la ciudad, del campo o de la playa, con dinero prestado, subían y subían de valor.
Hemos despertado del sueño y tenemos todos que aceptar nuestra parte de culpa, aunque en muchos casos aleguemos que fuimos engañados. Como en el timo del toco-mocho, coincidió la codicia de los timadores y de los timados. No vale lamentarse sino volver a descubrir el valor de la sobriedad, de la economía doméstica que aconsejó siempre no gastar más de lo que se gana, huir de la ostentación y el despilfarro.
Asumamos nuestra responsabilidad de vivir y hagamos lo que nos corresponde a cada uno. Quienes tienen trabajo que trabajen más y mejor y los que no lo tienen que vayan a buscarlo donde lo haya, los que tengan iniciativas que emprendan y los que tienen dinero que inviertan. Pero exijamos a los políticos los valores de honradez, honestidad, economía y transparencia. Exijamos que se termine la orgía de despilfarro de la administración. Exijamos que desaparezcan todos los «chiringuitos» montados por los políticos para medrar y formar una red clientelar de paniaguados.
No existe ninguna superioridad moral de este o aquel partido, hasta tanto no la demuestren con hechos justos y eficaces. Que no nos vengan unos con trasnochados obrerismos, otros con la fábula de una mano oculta que armoniza la codicia de todos, y otros con el estado del bienestar, también en crisis.
Utilicemos nuestra razón para juzgar de la bondad o maldad de todas las propuestas, programas y propagandas, sin caer en la tentación de juzgar como bueno lo que nos beneficie, aunque sea a costa de otros, y malo lo que nos suponga algún sacrificio, aunque sea en beneficio de los demás.
No perdamos más tiempo en lamentos, sino pongámonos a arreglar esto, empezando por fortalecer la institución familiar y el sistema educativo. Dejemos de creer tontamente en un estado providencia. Nuestros problemas no parece los vayan a resolver los políticos ni los sindicatos, a los que hay que pedirles, que al menos, no pongan trabas a nuestra libertad, ni nos agobien con más cargas, impuestos, prohibiciones ni burocracia.
Del director
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