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«La Misa es lo único que importa»

El Jueves Santo es uno de los días más conmovedores de la liturgia católica, conmemoramos la institución de los sacramentos del sacerdocio y la Eucaristía. Nos lo recordaba frecuentemente Juan Pablo Magno: No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía.

Los Apóstoles hicieron su Primera Comunión la noche del Jueves Santo. Ellos comieron y bebieron el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y Jesús les dio el poder: Hagan esto en memoria mía. A partir de esa noche hasta el día de hoy, la línea sucesoria del sacerdocio en la Iglesia jamás se ha interrumpido, aún en épocas de oscuridad tremenda.

Jueves Santo, por la mañana (o día antes dependiendo de las geografías), en todas las catedrales del mundo, los obispos celebran junto a sus presbíteros la Misa crismal, en la cual hacemos memoria de la institución del Sacramento del Orden, y en ella se consagra el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, que nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautismo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los diáconos, sacerdotes y obispos; se bendicen asimismo el óleo de los que se inician en la vida cristiana y el óleo de los enfermos.

A última hora de la tarde, el mismo jueves, con la celebración de la Misa de la Cena del Señor, in Coena Domini, rememoramos la institución de la Eucaristía, para posteriormente acudir a los monumentos eucarísticos, a fin de adorar al Santísimo Sacramento expuesto en ellos.

En su obra Mysterium Fidei el gran autor jesuita P. Maurice de la Taille, para comprender la conexión existente entre la Ultima Cena y el sacrificio de Cristo en la Cruz propone como ejemplo una casa de 2 pisos, pues ambos son un solo sacrificio.

La Eucaristía es la piedra angular de la fe y doctrina católicas, si se quitase la Misa, colapsa con ella toda la fe católica, resulta difícil imaginar lo que de ella quedaría. El teólogo católico más acreditado Santo Tomás de Aquino, se refiere a la Eucaristía declarando que todos los otros sacramentos dependen de ella, el mismo bautismo resulta eficaz porque nos capacita para recibirla, y si un bautizado se niega conscientemente a recibirla, esa actitud lo separa de la corriente de la gracia santificante.

Luego, todas las perturbaciones, debilidades y deficiencias en la Iglesia se originan en una relación inadecuada con la Eucaristía, porque el milagro de la Eucaristía no es la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino la transformación del hombre en el Cuerpo de Cristo. A San Agustín le dijo el Señor: Tú no me trasformarás en ti como el alimento corporal, sino que Yo te transformaré en Mí." (San Agustín, Confesiones VII, 10).

Somos parte de un mundo que quiere vivir como si Dios no existiera, y con miedo ante el futuro. Los diez mandamientos divinos son pisoteados en todos lados y por demasiada gente.

El odio y el egoísmo están destruyendo como una bola de nieve los matrimonios y las familias, provocando en el resto tensiones y conflictos casi insoportables. En aquellos países altamente desarrollados, más de la mitad de los matrimonios terminan en divorcio. Parecería que el Demonio está ensañado particularmente en contra de la familia. El aborto, la adicción al alcohol y las drogas, la violencia, son síntomas de que en su búsqueda por la vida el hombre se ha apartado de Dios, ha rechazado a Jesucristo, que es la Verdad, el Camino y la Vida, cayendo de cabeza al abismo y el caos.

El mismo surgimiento de las sectas es un síntoma de que algo anda mal en la Iglesia del lugar, ya sea en la enseñanza, en la estructura o en su labor, pero sobre todo en su vida de fe y al mismo tiempo constituye una advertencia para corregir los errores y fomentar el bien.

Para contrarrestar esta batalla necesitamos levantar muy alto los brazos con dirección al Cielo y no bajarlos hasta que nos demos cuenta de que sin que Dios nos sostenga todo es vano. Necesitamos adorar. Y ¿qué es lo que nos lleva a la adoración? La humildad de corazón. La humildad que nos hace decir: Necesito a Dios, soy una criatura y Él es mi Creador. No soy lo más importante, ni siquiera tengo que usar mi propia creatividad, ni talentos litúrgicos para hacer esta adoración «exitosa». Nuestra tarea es simplemente ser dóciles, recibir, responder, venir a Él, descansar en el radiante silencio de Su Presencia. Él hará el resto, Él nos santificará. Esta es la fuerza más poderosa del mundo. El ir a nuestro Jesús Eucarístico es como recibir una transfusión de sangre de Su Sagrado Corazón. En humildad, debemos de vernos en la necesidad de tal transfusión. Y mientras mayor sea nuestra tarea en la Iglesia, mayor la necesidad de dicha transfusión. Debemos por lo tanto recordar en humildad de corazón, que la recepción eucarística y la adoración eucarística es nuestro deber más alto y nuestra más grande necesidad.

Esperando una completa renovación, primero debe quitarse el mal y después pueden imponerse el bien y la verdad. El Señor prometió que las puertas del infierno no podrán vencer a la Iglesia, por ello, la Iglesia nunca sufrirá de paro cardiaco, pero tenemos que redescubrir los grandes tesoros de nuestra fe como son la Santa Misa, la adoración al Santísimo Sacramento, la devoción a nuestra Señora, la confesión sacramental, para que nuestra Iglesia no enferme de angina, arterioesclerosis o esquizofrenia espiritual, a falta de marianidad y de eucaristización.

La Santa Misa debe ser tu vida, porque de este modo serás una célula viva del Cuerpo de Cristo. San Pío de Pietrelcina que vivió frecuentemente la Pasión de Cristo en sí mismo durante la Misa, decía que el mundo podría existir más fácilmente sin el sol que sin la Misa, por eso a ejemplo de María, la mujer eucarística con toda su vida, debemos mantener nuestros corazones siempre fijos en su Hijo Eucarístico. El Jueves Santo, y, siempre que visitemos a Jesús Eucaristía, pidámosle a Ella que nos acompañe en la adoración del más Santísimo Sacramento, donde el Corazón de Cristo llena nuestros corazones con su vida y amor divinos.

Los irlandeses en tiempos de persecución vivían su fe con esta consigna: La Misa es lo único que importa, ojalá que se convierta en la nuestra de cada día.

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