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Actitudes pastorales frente al fenómeno del Satanismo
Desde tiempos inmemoriales en el ser humano, por su curiosidad hacia lo trascendente, surgió la preocupación por las —así llamadas— fuerzas del mal. Las antiguas religiones nos hablan de los dioses buenos y de los dioses malvados dentro de una especie de demonología en la que existían seres especiales dedicados a hacer el mal o sencillamente a atormentar al ser humano. La religión bíblica veterotestamentaria reconoce de diversos modos la presencia de Satanás y sus huestes. No en vano se conoce el modo como tuvo comienzo Satanás: su rebelión frente a Dios y su primera incursión para separar y romper la comunión existente entre los primeros padres y su Creador. Job nos refiere las pruebas sufridas por el paciente protagonista de ese libro por parte del demonio, que quería abatir su fe en Dios.
El Nuevo Testamento, particularmente los Evangelios, nos relatan los enfrentamientos del demonio y Jesucristo. Aquel, que quería reducirlo y vencerlo; éste, que lo derrota y ridiculiza con su poder salvífico. Esto se demuestra no sólo ante las curaciones de poseídos, sino también con su triunfo pascual en la cruz y resurrección. Por otra parte, el Apocalipsis, con un lenguaje muy peculiar, nos narra entre otras cosas la lucha que quieren llevar el demonio y sus secuaces contra los creyentes, y su definitiva derrota por el triunfo final del Cordero sin mancha.
Desde esos tiempos y con el correr de los siglos, se ha producido un fenómeno muy curioso. Curioso, porque no es fácil entender el que haya quienes sientan simpatía hacia el demonio en una especie de pseudo-religión. En el fondo, es caer en el poder de las fuerzas del mal, pero a la vez, querer participar en esa ambición de poder. Al respecto, como es sabido, están creciendo los comúnmente llamados cultos satánicos, que implican o suponen sectas o grupos satánicos. Muchos de ellos, se caracterizan por dos aspectos fundamentales: el reconocimiento del poderío de Satanás sobre el poder divino, y, a la vez, la exaltación de la muerte en sus diversas manifestaciones (pecado, sacrificios, etc.).
En la época moderna se dan esos fenómenos como en el pasado. Existen estudios especializados sobre esta cuestión; podemos encontrar referencias muy particulares al satanismo en bibliotecas o en librerías. Hay una especie de bibliografía informativa acerca de esos fenómenos no sólo para el estudioso que debe dar respuesta a ellos, sino para el conocimiento y profundización de quienes quieren participar en ellos o convertirse en adeptos de esos grupos satánicos. Existen, además, otras expresiones particulares, como las que plantean el rock satánico y otras manifestaciones modernas (culto a la muerte, mutilaciones, misas negras, etc.).
Hoy por hoy, además, se da una especie de sincretismo en lo que se refiere al satanismo. Hay ciertas expresiones religiosas donde se da una mezcla de elementos de varias religiones (incluyendo ritos de contenido cristiano) y el satanismo. En América Latina, por ejemplo, es común encontrar ciertas manifestaciones religiosas como el santerismo, donde hay una fuerte dosis de influencia del satanismo (a través de sacrificios de animales, mutilaciones, apelación o invocación a deidades diabólicas, etc.). Ello crea confusión en quienes son débiles de espíritu y llegan a considerar que es algo hasta normal en su vivencia religiosa. Algunas tendencias de la así denominada New Age se notan influenciadas por el satanismo. A eso se añade la triste realidad de grupos satánicos vinculados a la delincuencia organizada, particularmente en relación con el mundo de la droga.
Estamos ante un problema complejo que, lejos de haber desaparecido, sigue presente en nuestra sociedad. Más aún, a veces se esconde en disfraces de modernismo (el caso de toda una cultura musical moderna, literatura, programas de televisión, etc.). Ello merece una respuesta pastoral de manera continua y no sólo coyuntural.
La acción pascual de la Iglesia
La Iglesia está en el mundo, aunque no es del mundo, como nos lo recuerda el Evangelio. Esta característica ya nos está indicando un desafío perenne que tiene ante sí: vencer las fuerzas del mal, que quieren dominar a la humanidad y pretenden destruir todo lo que es divino. No olvidemos que el mismo Salvador le dio la garantía de éxito a la Iglesia: pues las puertas del infierno no podrán contra ella. Pero esta indicación ya habla de que tendrá que enfrentar en el mundo la dura realidad del satanismo, con sus variadas expresiones. El estar en el mundo tiene una finalidad que marca la esencia de la Iglesia: anunciar el evangelio de Jesucristo (evangelizar), continuar su obra salvífica a lo largo del tiempo y construir el reino de Dios en la tierra. Al hacerlo, la Iglesia busca, tal como nos lo indica el libro de los Hechos de los Apóstoles, que crezca y se agreguen a ella el número de los que se salvan. Por eso, la Iglesia misma se reconoce como sacramento de salvación.
Al realizar esta misión, la Iglesia está transmitiendo y realizando la acción pascual que le dejara su Fundador. Nos lo revela, como ya fue mencionado, el mensaje del libro del Apocalipsis: la Iglesia tiene que hacer valer, a lo largo de su historia y dondequiera que se radica su acción, la fuerza salvífica del Cordero, cuya victoria final es anunciada no sólo por ese libro, sino por la misma misión de la Iglesia. Victoria final que será el fin definitivo del demonio y de la muerte.
La evangelización es acción pascual de la Iglesia. Con ella, al anunciar el evangelio de Jesucristo, se proclama la salvación realizada por el Señor en la cruz y la resurrección. Pero no se trata de una simple proclamación de carácter intelectual: debe ir acompañada del testimonio de los creyentes, que hacen valer y sentir la fuerza renovadora del Cristo pascual. A la vez, esa acción pascual de la Iglesia apunta a hacer brillar la luz salvífica, que destruye la oscuridad de la muerte, del pecado y del demonio. Dicha acción pascual conlleva también una tarea irrenunciable: la invitación a participar de la salvación, invitación dirigida a todas las personas, llamadas a convertirse en hombres nuevos y mujeres nuevas. Esto supone, por tanto, una estrategia pastoral particular. El tener bien claro que la evangelización es acción pascual de la Iglesia ya marca el camino hacia lo que debe hacer ella para afrontar el fenómeno del satanismo en el mundo.
Acciones pastorales de la Iglesia frente al fenómeno del satanismo
La Iglesia no puede sentirse indiferente ante este fenómeno presente en nuestra sociedad. Los pastores y los agentes de pastoral no pueden pensar que quizá es un fenómeno alejado de sus comunidades o pensar que son otros los que tienen que dar respuestas. Es posible que se tenga que recurrir a la ayuda de los peritos o especialistas. Pero el problema está ahí junto a nosotros y no podemos permanecer indiferentes o sencillamente ajenos al mismo. Dentro del marco de la acción pascual de la Iglesia, se requiere que todos profundicemos en algunas actividades o acciones que tienen que ver directa o indirectamente con el fenómeno y sus manifestaciones. Algunas pueden ser más preventivas, otras más curativas… pero la indiferencia no puede ser la actitud de la Iglesia frente a este problema. Para este cometido, poseemos también aquella seguridad de la que habla Pablo a Timoteo: «No nos ha dado Dios espíritu de timidez, sino de decisión y valentía» (2 Tm 1, 7)
a) Reconocimiento de la existencia del fenómeno
Esta es una de las primeras acciones que debe realizar la Iglesia. No olvidemos que hay hoy una cierta tendencia entre pensadores y teólogos a considerar que no existe ni el demonio ni el Infierno. Es un hecho que afecta a nuestra fe. El desconocer su existencia supone que el problema del satanismo no nos toca de lleno; en cambio, debemos dar un paso adelante y reconocer la existencia del fenómeno de los grupos y cultos satánicos. Es un problema complejo y no es sólo de carácter religioso. También afecta a otros sectores de la sociedad. En nuestras sociedades es, incluso, considerado un problema de seguridad de Estado, por sus implicaciones en diversos campos. Reconocer su existencia, con sus diversas ramificaciones, es un paso necesario. No se puede seguir pensando que tal fenómeno no existe, desde el momento que hay grupos organizados, incluso con ramificaciones de carácter internacional.
b) Estudio serio
No basta con saber que tal fenómeno existe. Debe haber alguien que lo estudie y pueda dar informaciones convenientes y serias a los agentes pastorales, así como a los miembros de la comunidad. Ese conocimiento no puede quedarse simplemente a nivel de información, sino que debe concluir en una toma de posición desde la fe; esto ayudará tanto a quien se encarga de la investigación como a quien la utiliza para actualizar la fe en la acción pascual de la Iglesia. Si se le estudia no es por simple curiosidad, sino para brindar sugerencias a quienes tienen la tarea de la evangelización directa. Es importante no devaluar los datos del fenómeno y saberlos clasificar: ello permitirá a los pastores y evangelizadores tener una clara dimensión del fenómeno y del problema. Pero, además, se requieren dos cosas: la primera es que los subsidios que se ofrezcan al común de la gente vayan acompañados de la postura de la Iglesia y de enseñanzas doctrinales muy claras y seguras; en segundo lugar, que quienes se dedican a tareas de investigación tengan la madurez espiritual, humana y psíquica necesaria, para evitar fracasos o problemas subsiguientes.
c) Atención a los grupos más vulnerables
Como en todos los problemas que afectan al ser humano, hay sectores más vulnerables, a los que hay que dar una atención prioritaria. Los adolescentes y jóvenes de todas las condiciones sociales, así como las personas de más baja formación religiosa, son los que pueden ser más vulnerables a las invitaciones de los grupos o cultos satánicos. A ellos debemos añadir las personas que han tenido dificultades serias en su vida social (delincuentes o personas influenciadas por la droga o quienes buscan soluciones materialistas a las situaciones conflictivas de la vida, etc.). Por ello, con conciencia misionera y con sentido de compromiso evangelizador, la Iglesia tiene que ir al encuentro de los más débiles, para ofrecerles la fortaleza de la gracia de Dios y la claridad de la luz de Cristo. No hacerlo es exponerlos a caer en la seducción de los grupos satánicos o afines. Ello exige acudir a ellos y acompañarlos con sentido pastoral y de manera continua. Esto además llevará consigo, con sana imaginación pastoral, darles nuevos estímulos (los de la palabra de Dios) y esperanza de crecimiento, con la invitación a tomar una decisión clara y, finalmente, a comprometerse por Jesús.
d) Catequesis continua, profunda y capilar
Cuando se habla con personas que han caído en los lazos de esos cultos y sectas satánicas, muchas de ellas refieren una escasa formación catequética, o que se quedaron con la catequesis inicial pre-sacramental. Ello nos hace pensar que una de las acciones que la Iglesia deberá fortalecer en los próximos tiempos es la de profundizar en la catequesis a los niños, adolescentes y jóvenes. Catequesis continua, dentro y fuera del recinto donde se enseñe. Esto exige una serie de iniciativas en diversos campos, como el de la comunicación social, el de la recreación, etcétera. Catequesis profunda que supone una invitación a asumir la propia responsabilidad de la fe. Esto exigirá que no se reduzca la catequesis a una simple información sobre algunos datos religiosos o del cristianismo, sino una invitación y provocación a una respuesta de fe vivencial. Catequesis capilar para que pueda penetrar en todos y en todo el ser humano: que lo haga vibrar con la Palabra de Dios y lo conduzca a una opción fundamental por Cristo. Realizar esta acción, además de prevenir, es la mejor batalla contra las pretensiones de esos grupos satánicos.
e) Desarrollo de la pastoral juvenil y familiar
Una pastoral juvenil adecuada y que responda a los desafíos del momento, no será un simple conjunto de actividades, sino una profunda acción evangelizadora que hará de los jóvenes mejores y más seguros seguidores de Cristo, les permitirá conocer los enemigos que tienen a su alrededor y tomar posturas frente a ellos desde una opción de fe. La pastoral juvenil permitirá a la Iglesia, entre otras cosas, convertir a los jóvenes en evangelizadores de los otros jóvenes y así atacar el problema no desde fuera, sino desde dentro de los sectores más vulnerables. Una pastoral familiar, que acompaña y secunda la pastoral juvenil, ayudará mucho: permitirá, sobre todo, a los padres tener instrumentos que faciliten una educación en la fe, y un conocimiento de las dificultades de los jóvenes o de los miembros del núcleo familiar. A la vez, fortalecerá a la familia misma ante los embates de los grupos relacionados con el satanismo. Por eso, también la pastoral juvenil y la pastoral familiar no pueden ir separadas, sino aunadas por una visión orgánica y de conjunto: ello hará que al afrontar este y otros problemas, se haga con espíritu y sentido de comunión.
f) Elaborar estrategias pastorales adecuadas
Conocer el problema, como ya lo indicamos, permite la elaboración de algunas estrategias pastorales. No basta con conocer, sino que también hace falta tomar posturas y, por tanto, elaborar métodos o estrategias acordes con las dificultades y el momento. En esta línea conviene subrayar que la indiferencia o el sentimiento de impotencia no conducen a nada; se requiere que la Iglesia, con vocación misionera, se comprometa de modo decidido y casi agresivo en su evangelización para proclamar la verdad en defensa del ser humano, para librarlo de lo que le pueda perjudicar. Entre esas estrategias podemos indicar el fortalecimiento del sentido de pertenencia a la comunidad. Una de las tentaciones que tiene el hombre de hoy es aislarse. Los vacíos pastorales los llenan otros. Por ello, es necesario que los evangelizadores salgan al encuentro de los hombres para invitarlos a agregarse al número de los creyentes, a vivir en las comunidades eclesiales y a sentirse acompañados por todos. Es particularmente necesario realizar esta tarea desde la vivencia de la comunión de una Iglesia que está destinada a ser servidora cercana de los hombres. Ello exige el fortalecimiento de la liturgia como celebración de la fe: la fe se vive, se proclama, pero también se alimenta celebrándola. De ahí la urgencia de que la liturgia no se reduzca sólo a un mero cumplimiento formal o a unas cuantas hermosas ceremonias, sino que sea la celebración festiva de la fe que se vive en el mundo. Es, además, útil recordar las estrategias de los medios de comunicación: hay que anunciar a tiempo y a destiempo, valiéndose de todos los medios de que disponemos. Así daremos a conocer los elementos perjudiciales frente a los que hay que tener cuidado de esos grupos y cultos, pero sobre todo anunciaremos la fuerza salvadora del Cordero vencedor del demonio.
Actitud pastoral
Ya hemos dicho que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de parresía, de coraje. Esta actitud es fundamental: nos habla de la decisión y de la fuerza que podemos tener con la ayuda de la gracia de Dios, sabiendo que formamos parte del grupo de los vencedores del Cordero, como nos lo recuerda el Apocalipsis, y que hay que invitar a todos a que se unan a nosotros en la opción por Cristo. La actitud pastoral frente a este fenómeno es la de sabernos partícipes de la confianza que Dios ha puesto en nuestras manos: Él nos ha elegido para que demos fruto y en abundancia. Por eso, como respuesta, es necesario poner nuestra confianza en él. Nada podremos hacer si falta este elemento de la fe: pues entonces las estrategias ante el fenómeno serían sólo de carácter formal.
La actitud pastoral de la Iglesia frente al fenómeno del satanismo no puede olvidar, por tanto, su misión y vocación evangelizadora; es decir, el anuncio de Cristo Salvador y sus consecuencias: la renuncia al pecado y a Satanás, padre del pecado. El anuncio evangelizador es la mejor forma de afrontar el problema. Por supuesto, como ya se indicó, ello conlleva algunas acciones más específicas y unas estrategias pastorales, pero siempre desde la misión evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia ha nacido para ello. El anuncio pascual que tiene que hacer la Iglesia, si lo hace con decisión y con la seguridad de tener la fuerza del Espíritu, hará sentir sus consecuencias en quienes lo reciben. Estamos convencidos de que ese anuncio no sólo será preventivo, sino también curativo en aquellos que ya están incorporados a los cultos satánicos. Conocemos las dificultades, pero también sabemos que Dios no quiere destruir la obra buena que Él mismo inició. Para esto Dios nos puso en el mundo como Iglesia: para anunciar el Evangelio, que, en términos del profeta Jeremías, consiste no sólo en plantar y edificar, sino también en derribar y destruir todo lo que causa una ruptura con Él.
Por Mons. Mario MORONTA*
* Obispo de Los Teques (Venezuela).
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