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La Iglesia en Bolivia convocada a cerrar filas

Los Obispos de la Iglesia en Bolivia han optado por una Carta Pastoral colectiva, y la han titulado: «Los católicos en la Bolivia de hoy: presencia de esperanza y compromiso». La han hecho pública el recientemente pasado 12 de abril, ad portas de la Semana Santa. Es un documento de 6 capítulos con 150 acápites. Aunque no agota todo, es la Carta Pastoral más completa del Episcopado boliviano que abarca el amplio espectro de la vida socio-política y eclesial del país.

Movidos «por el amor a Cristo» (n. 149), los obispos piden al conjunto de la Iglesia, profundizar «nuestro camino de conversión» (n. 147), «atentos a los signos de los tiempos» (n. 1). La Carta Pastoral «quiere ser la respuesta y el servicio que como pastores debemos a la Iglesia en Bolivia» (n. 148), y ante el pedido de los fieles católicos que «solicitan el discernimiento y la palabra orientadora de sus pastores, para que sus decisiones y actuaciones en todos los campos de la vida individual, familiar y social estén basadas en los principios evangélicos y en la verdad» (n. 2) se dirigen «a los miembros del Pueblo de Dios y a las personas de buena voluntad en Bolivia», y hacen un llamado a los católicos bolivianos para «afrontar en comunión eclesial, el momento presente» (n. 8).

Radiografía eclesial

Iluminada por la parábola del trigo y la cizaña (cf Mt 13, 24-30) la Pastoral colectiva del episcopado boliviano hace un examen de conciencia sobre «si estamos con Él y respondemos con coherencia a nuestro pueblo» (n. 10) en una realidad de Iglesia «con abundantes gracias y múltiples pecados».

Reconocen los pastores, que es imperativa una dinámica de conversión permanente, que «ha encontrado acogida y esfuerzo en muchos, pero también resistencia en otros» (n. 13). Aunque «como el trigo de la parábola, en silencio» la mayoría de los agentes pastorales cumplen su misión, con diversidad de carismas y de infinitas formas, puntualizan que «la falta de celo pastoral», «divisiones internas», «escasa formación religiosa», «trato paternalista o verticalista de algunos pastores», «la búsqueda de ganancia en el servicio religioso», entre otros aspectos, requieren de una purificación.

Pero «el maligno, sembró la cizaña mientras las gentes dormían». La cizaña «se presenta en todo tipo de corruptelas políticas, sociales y eclesiales, tanto en el cinismo de los oportunistas como en las mil caras de los insidiosos, en la doble vida de los inmorales y en las mentiras de los embaucadores» (n. 20). De ahí que se impone «distinguir y discernir, analizar y separar lo malo sin dañar lo bueno» (n. 21).

Bolivia: entre adelantos y ambigüedades

Los tiempos que vivimos, dicen los obispos de Bolivia, están marcados por la «búsqueda de una nueva fisonomía», con «procesos de inclusión y participación» de los pueblos indígenas (ns. 22 y 23), los que «han cobrado justa visibilidad y van adquiriendo un protagonismo» enriquecedor (cf n. 26). Llaman a «no sentir temor por esta emergencia», sin que ello oscurezca «la necesidad de encarar la verdad, incluso cuando ésta incomode o afecte a intereses particulares o razonamientos de moda» (n. 27).

La inclusión social «no puede ser causa de nuevas exclusiones», «tampoco pueden considerarse legítimas sólo las aspiraciones de aquellos que comparten la ideología dominante» (n. 28). «Es necesario restablecer el sentido auténtico de la democracia» y el principio de pluralismo (n. 30), educando las conciencias.

Subrayan una vez más el valor de las culturas tradicionales, en las que las «semillas del Verbo» esperaban su germinación con la llegada de la Verdadera Fe (cf ns. 35–39), y reclaman el hecho de que «parte de una determinada corriente del poder político, (tiende) a imponer alguna de las culturas indígenas con sus expresiones correspondientes» a una Bolivia pluricultural (n. 41).

Alertan los pastores católicos sobre la instrumentalización de «la experiencia religiosa de nuestros pueblos para crear ritos en paralelo con los sacramentos cristianos católicos o con otras expresiones populares de la fe de nuestra Iglesia» (42).

A tiempo de exaltar los valores presentes en las diversas culturas del país, piden «no sobrevalorarlos, alentando nuestra vanidad e idealizando nuestros rasgos culturales» (n. 43); hacer todo lo posible para superar el alcoholismo «elemento negativo enraizado desde hace mucho tiempo en nuestras culturas) (n. 44) y el machismo al que se vienen a contraponer corrientes feministas que «en nombre de la promoción de la mujer, atentan contra ella» (n. 46).

Ante una «cultura globalizada», reafirman la sacralidad del matrimonio según el Plan de Dios, y la «dignidad de todo ser humano», frente a «visiones foráneas» que buscan desvirtuar el matrimonio y la familia, y promueven el aborto. Enfatizan que hay «en particular en los pueblos indígenas y originarios, que contemplan en la naturaleza en el ser humano una ley inscrita por el Creador» (ns. 49 – 53).

Enseñanza social de la Iglesia

Conscientes de que la misión del episcopado no es «tomar partido por determinados modelos económicos, sino orientarlos desde principios y valores cristianos» (n. 57), abordan este delicado aspecto constatando que siguen «viendo fuertes desigualdades económicas en nuestra población» (n. 63), en la que persiste «falta de sensibilidad y solidaridad» de los que más tienen, y «de la codicia y el egoísmo que llevan al enriquecimiento ilícito» (n. 65), siendo otra de las causas de la pobreza «la corrupción generalizada» (n. 66), por lo que es imperioso que el Estado y la empresa privada «unan esfuerzos con el fin de crear fuentes de trabajo», trabajo al que toda persona «tiene derecho» (n. 67).

Evidencia la CEB que falta mucho camino por recorrer para superar la pobreza, verificado por un problema de gestión deficiente y la «ausencia de políticas en la administración» (n. 72), el continuo endeudamiento público «a pesar de haber gozado de varias condonaciones de deuda externa» (n. 73), y la imperiosa urgencia de «profundizar procesos de transparencia y acceso a la información como norma en la conducta del aparato público» (n. 74). Hay asimismo desigualdades evidentes en la firma e implementación de acuerdos con países vecinos acompañados «de un crecimiento de la deuda externa» (n. 114).

Es abordada con claridad meridiana «la situación de desabastecimiento creciente de bienes alimentarios» (n. 76), por lo que «es necesario trabajar con una mirada a largo plazo que permita garantizar soberanía y seguridad alimentaria» (n. 77).

Ya que «el narcotráfico sigue siendo el destino» (n. 78) del cultivo excedentario de la coca, éste impacta fuertemente «en la economía nacional, en la naturaleza y en su equilibrio ecológico», de ahí que la lucha contra el narcotráfico es incompleta si no se ataca «también en sus movimientos financieros» (n. 79), siendo «no menos impactantes las consecuencias sociales y morales» de las drogas que destruyen, personas y familias (n. 81), por lo que la lucha contra las sustancias «constituye una prioridad del Estado que requiere la corresponsabilidad de los sectores sociales y de la sociedad civil, en general, para no caer en un grave deterioro y desintegración de la misma» (n. 82).

Esperanzas y ambigüedades

La independencia de poderes es «la piedra angular» de una auténtica democracia, que no deben estar concentrados como un poder omnímodo. El imperio de la Ley se sostiene en «su sujeción a principios morales» (n. 92).

Aunque todos estamos de acuerdo en que «hay que extirpar la impunidad» (n. 84), nos ha invadido un sentimiento de pérdida de confianza en el sistema judicial (n. 85), debido a que hay procesos judiciales que son llevados sin equidad y transparencia, «con otros intereses como el político» (n. 83). Interpelan asimismo nuestra conciencia cristiana los linchamientos y «los graves atentados contra la vida de personas en nombre de la justicia comunitaria» (ns. 87 – 91).

«Un Gobierno, por ser tal, está obligado a gobernar para todos, en función del bien común, con pleno respeto a la dignidad de cada persona» (n. 100). No se justifican «el rechazo y el desprecio de los que piensan distinto» (n. 98) y las prácticas políticas de antigua data. El Estado ha de gobernar para todos sin absolutizaciones ideológicas «ni promover el pensamiento único) (n. 105).

Se percibe un sentimiento de pérdida paulatina de los valores fundamentales de la libertad y la dignidad humanas (ns. 105 – 106), es un clamoroso pedido a erradicar los aires revanchistas que parecen ser norma.

El tema educativo, de capital incidencia en la vida de todo pueblo, es abordado por el episcopado subrayando que la educación tiene como principal e insustituible responsable a la familia, y se sustenta en la conciencia de los progenitores. La sociedad civil tiene también responsabilidad, y así como no es democrático promover un pensamiento único, tampoco lo es «usurpar a la sociedad» ese derecho, y a la familia, de participar y elegir la educación de los hijos. Los prelados, disienten, «al mismo tiempo, de que sólo el Estado pueda formar» a los futuros maestros (ns. 107 – 110).

Rol de la Iglesia en la Bolivia de hoy

La Iglesia tiene la misión de anunciar la verdad completa del Evangelio, para eso existe, es su razón de ser (ns. 115- 116), desde la Colonia, los misioneros han estado comprometidos en la defensa de los originarios, durante la emancipación y en la formación de Bolivia, y en épocas recientes la Iglesia ha aportado significativamente a la democracia, luchando al lado de los pequeños, y hoy «sigue trabajando a favor de las personas y su dignidad, en especial de los pobres, de los niños de la calle, los ancianos y toda clase de enfermos y marginados, a través de las obras sociales en los ámbitos de la salud, la educación, los hogares de acogida y la atención a los necesitados, en el desarrollo económico, en la formación y capacitación laboral y profesional, así como en el fortalecimiento de las organizaciones sociales» (ns. 117 – 121).

Es una inevitable evidencia que la mayoría de los bolivianos han asumido ser parte de la Fe católica, «lo cual no puede ser ignorado por el Estado laico» (n. 131). De ahí que el Estado no puede prescindir de la fructífera colaboración con la Iglesia (cf n. 122), y aunque en razón de la nueva realidad del país de haber optado por la laicidad, «el Estado no puede tener una religión oficial, mas bien le incumbe garantizar el derecho de la libertad religiosa» (n. 124), sin caer en «actitudes laicistas» (n. 125).

En ese entendido preocupa la distorsión que se le da a ese «carácter laico del Estado al fomentar y promover, desde éste, ritos ancestrales en actos públicos», lo que viene a ser «una instrumentalización política de expresiones religiosas» que no le son propias (n. 127), de ahí que las denominadas celebraciones «ecuménicas» o «interreligiosas» no deben ser promovidas por las autoridades políticas, sino acordadas entre las diversas confesiones religiosas.

Compromiso de los bautizados

Los obispos convocan a todos los miembros de la Iglesia en Bolivia, en razón de su bautismo, a participar plenamente de la vida eclesial, pero también tomar parte activa en la política, sin perder su identidad católica (cf ns. 133 – 146), depositando sus esperanzas, ni duda cabe, «en una nueva generación de católicos», que tengan «siempre la mirada puesta en Jesús» (n. 138), especialmente en la «población mayoritariamente joven» (n. 140).

En el contexto de la «Misión Permanente» de la Iglesia en América Latina, los obispos nos invitan a «avanzar en una reconciliación fraterna» deponiendo cualquier actitud hostil, ya que «el momento histórico que vivimos no está exento de tensiones que pueden producir distanciamientos o heridas entre hermanos». «Bolivia, afirman, ha pasado situaciones difíciles a lo largo de su historia y las ha sabido superar con la buena voluntad de todos» (n. 146).

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