» Baúl de autor » Ignacio Sánchez-Cámara
La calle y la opinión
Es una tendencia natural de los grupos políticos y movimientos sociales radicales o totalitarios la utilización de la acción directa, llegado el caso, si fuere necesario, de la violencia, para intentar obtener en la calle y por la fuerza lo que se les niega en el Parlamento y mediante la persuasión. En el odio a los mecanismos de la democracia representativa y liberal, a la derecha y a la izquierda, ha latido siempre el desprecio a la libertad y el resentimiento contra unas instituciones políticas que les negaban el éxito electoral. En una democracia, la acción directa es propia más bien de derrotados y resentidos. Un grito, un insulto, un eslogan y una pancarta pueden expresar un estado de ánimo, pero jamás un argumento. Ya advirtió Galileo que donde se grita no hay verdadera ciencia. Y la Universidad es el ámbito de la ciencia y de la inteligencia, no del grito y el insulto.
Un poco de mala fe, otro poco de ignorancia, unas dosis de oportunismo y una generosa porción de demagogia, todo ello removido por errores del Gobierno en su estrategia y en su política de comunicación, han brindado a la oposición de izquierda el más refrescante y excitante de los cócteles: el regreso a su paraíso natural de la calle, donde todas las heridas ideológicas y electorales encuentran su bálsamo bienhechor. Tan patético puede ser el recuento a la baja de los manifestantes por parte de las autoridades gubernativas como, quizá incluso más, la pretensión de que las movilizaciones no demuestren nada ni apunten a otra realidad que no sea la personal actitud de quienes se mueven. Por muchos que se muevan siempre son muchos más los que se quedan quietos. En una democracia representativa y liberal, la algarada vale bien poca cosa. En cualquier caso, nunca más que los votos.
La protesta universitaria ha producido la vieja amalgama entre estudiantes, partidos y sindicatos, aderezado ahora por la consigna contra la globalización capitalista. Es la recuperación del sueño callejero de la izquierda populista. Una protesta tan legítima como extraviada, pues pone en su punto de mira no tanto a un proyecto de ley, mero pretexto manipulado, con independencia de sus defectos e imperfecciones, menores, si no me equivoco que sus aciertos, como a un Gobierno legítimo que cuenta con el apoyo de la mayoría social. Una oposición poco operante en el Parlamento y en los medios de comunicación, que no logra disminuir el apoyo ciudadano al Gobierno, pese a algunos errores, busca el reconfortante bálsamo de las multitudes. Lo malo es que todo parece demasiado añejo, algo como ya visto y un poco cutre. Miro algunas fotos de los manifestantes y me resulta tan difícil encontrar en ellos un vestigio del genuino espíritu universitario como hallar elegancia y espíritu deportivo en las hordas de los grupos radicales de aficionados al fútbol. Y, conviene no olvidar que además hubo violencia, que se saldó con la detención de seis jóvenes. Es algo que no puede ser imputado a los convocantes de la manifestación, pero que harían bien en no pasar por alto. Al fin y al cabo, las compañías terminan por ejercer su influjo. Como decía Nietzsche, toda compañía que no nos eleva nos degrada.
Si fuera cierto, como creo, el análisis anterior, y estuviéramos ante algo más que una mera protesta universitaria contra una ley, cometería un error el Gobierno en limitarse a invocar la letra y el espíritu del texto legislativo, desmontando, como en la mayoría de los casos puede hacer, muchos de los argumentos e inexactitudes esgrimidos. Aunque, ciertamente, deba continuar haciéndolo, ya que puede contribuir a desenmascarar las intenciones de algunos. Todo ello, sin olvidar que aunque aquí haya bastante más que mera protesta contra la ley, no es posible negar que ésta existe y que ha servido de gran pretexto para tan variada amalgama de protestantes. La calle puede expresar en parte el estado de la opinión, pero nunca puede identificarse con ella. La calle carece de legitimidad para derribar Gobiernos, pero no de la capacidad para hacerlo.
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