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¿Embriones de segunda clase?

Para algunos, existen embriones humanos de clases y de categorías diferentes.

  • Unos son cuidados, atendidos, esperados, incluso amados. Tienen, según los diagnósticos, buena salud, características deseadas por sus padres o por sus «propietarios».
  • Otros embriones son abandonados, rechazados, condenados a la destrucción y a la muerte. Los diagnósticos han dicho que su ADN está dañado, que serán débiles y enfermos, que les faltará «calidad de vida». O simplemente aparecieron cuando sus padres no los esperaban ni los querían. La existencia de esos embriones es vista como un problema, como un error, que se puede «solucionar» fácilmente: basta con destruirlos con el aborto.

Estas dos perspectivas muestra lo fácil que resulta catalogar a los embriones humanos en dos grandes grupos: de primera clase y de segunda clase.

  • A los primeros se les dará una oportunidad para seguir adelante, para nacer, para crecer, para llegar a la edad adulta.
  • A los segundos se les marginará o se les eliminará. Si «escapan» a los proyectos de quienes desean destruirlos, tal vez llegarán a nacer, pero no faltará quien busque eliminarlos tras el parto: si eran seres humanos declarados de segunda clase antes de nacer, ¿qué los hará convertirse en algo merecedor de respeto tras el nacimiento?

Notamos que esta catalogación encierra una grave injusticia, porque olvida que todos los seres humanos tienen una dignidad intrínseca que les viene no por ser «mejores» o «peores», sino simplemente por su condición humana. Aceptar que existan embriones de primera clase y embriones de segunda clase supone olvidar esa dignidad intrínseca y adoptar un punto de vista donde los adultos determinan el valor de los más pequeños e indefensos según intereses y proyectos personales.

Por eso, es necesario un esfuerzo sincero y sereno para abrir los ojos y descubrir que un hijo (todo embrión es hijo), incluso cuando está marcado por una enfermedad genética o de otro tipo, goza de la misma humanidad que nosotros. Su pequeñez no permite dejarlo de lado. Al contrario, por ser más frágil exige mayores atenciones y un respeto profundo, simplemente por ser lo que es: un miembro de la familia humana.

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