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JMJ

JMJ

Hay muchos titulares que muestran el interés que suscita una Jornada Mundial de la Juventud como la que se va a celebrar, a tres meses vista, en Madrid, el próximo verano.

Por ejemplo, los que siguen muestran, exactamente, por dónde van las cosas:

Así se explica que, en realidad, lo que muchos pretenden hacer pasar como poco más que una fiesta de jovenzuelos es, en realidad, un encuentro de una importancia vital para la Iglesia porque, no obstante, cuando se reúnen, en torno a Cristo, aquellos que son el futuro de la Esposa de Cristo, no es como para no tenerlo en cuenta.

El lema escogido es firme, claramente determinado hacia la comprensión de qué significa, para la juventud, ser cristiana y, sobe todo, tendente a que no se ignore lo que significa: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cf. Col 2,7)».

En los tiempos de corren de descreimiento e, incluso, de apostasía tácita (cuando no expresa) por parte de muchos creyentes, resulta importante y necesario que se digan las dos cosas que se dicen que son, a saber:

  1. La raíz del cristiano es y ha de ser Cristo; constituirse y crecer en Cristo han de ser las causas de la vida de los jóvenes cristianos, aquí católicos.
  2. La fe no ha de ser algo volandero ni pasajero sino, al contrario, una realidad firme en el corazón del joven.

A este respecto, cardenal Antonio María Rouco Varela, a la sazón Arzobispo de Madrid y, por lo tanto, anfitrión de los miles y miles de jóvenes que van a acudir a la capital de España entre los días 16 y 21 de agosto próximos, ha dicho recientemente que la Jornada Mundial de la Juventud «ya está aquí. La inminencia, pues, de lo que va a ser una nueva, bella y fecunda hora de la gracia y del Espíritu para la Iglesia y para sus jóvenes; más aún, la certeza de que nos encontramos a las puertas de un nuevo ‘Pentecostés' que renovará sus corazones y sus proyectos de vida con un encendido amor a Jesucristo, se nos impone con una evidencia pastoral inesquivable. Urge la respuesta: respuesta personal y comunitaria".

Por eso debemos agradecer a todos los que, de una manera o de otra, están colaborando para que el éxito de los citados días sea rotundo (como seguro que lo será) y estar en la seguridad de que se trata, también, de algo muy personal que cada creyente joven debe plantearse. Por eso, la llamada a la acción espiritual ha de ser escuchada (y no sólo oída) por los que, con su hacer pueden dar testimonio de su fe y aunque sea muy cierto lo que dice Benedicto XVI en su «Introducción al cristianismo» (que es una verdad, al menos, tan grande como una catedral) y que es lo siguiente: «En los creyentes existe ante todo la amenaza de la inseguridad que en el momento de la impugnación muestra de repente y de modo insospechado la fragilidad de todo el edificio que antes parecía tan firme» tampoco es menos cierto que una fe arrigida en Cristo no pude desfallecer nunca ni siquiera ante los embates del mundo y de su mundanidad.

Entonces… falta poco tiempo para que el Santo Padre venga a Madrid para dar por finalizada la Jornada Mundial de la Juventud. Antes mucho se habrá hecho y se habrá gozado. Sin embargo, será el encuentro con el Vicario de Cristo el que determine (con sus mensajes y lo que, en general, diga quien ocupa la silla de Pedro) el rumbo que deberá tomar la cristiandad joven a partir de tal momento que es lo mismo que decir el que tomará el catolicismo pues no podemos entender, si es que queremos comprender en su totalidad lo que allí pasará, que no nos incumbe a los creyentes que no estemos entre los límites de edad que determina ser llamado joven sino que, al contrario, también se nos puede aplicar lo que se diga.

De todas formas, ya lo dijo el citado cardenal Rouco Varela al poco tiempo de tener conocimiento oficial de que sería Madrid la ciudad que organizaría la Jornada Mundial de la Juventud de 2011:

«Los frutos: de conversión, de opciones vocacionales por el sacerdocio y la vida consagrada, de los compromisos de vida apostólica, entregada al bien integral de los demás, han sido incontables. ¡Sólo Dios los sabe! ¿Y quién puede medir y valorar el impacto producido por esos actos de testimonio y profesión de la fe cristiana, expresados en los grandes momentos de las Jornadas presididos por el Papa, rodeado de los Obispos de toda la Iglesia, en la población de las ciudades y en las sociedades de los países que los acogían? En cualquier caso, el comportamiento de los centenares de miles y, en algunas ocasiones, de los millones de jóvenes participantes, de una finura espiritual y de una calidad humana extraordinarias, sorprendió y admiró a la opinión pública ¡No sólo era posible otra juventud sino que ésta estaba y está germinando en la Iglesia y en el mundo!»

Y no es poca cosa.

 

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