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Faltar al Primer Mandamiento

El Catecismo de la Iglesia Católica dice, en su número 2072, que «Los Diez Mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes» (CIC, n. 2072).

Esto quiere decir, básicamente, que no se trata de algo establecido por Dios como por capricho sino que, en todo caso, suponen un camino cierto y bueno que seguir.

A este respecto, conviene empezar por el primero de ellos que es claro, conciso y contundente: «Amarás a Dios sobre todas las cosas». Por lo tanto, no se pude amar a nadie por encima de Dios. Mucho menos a nada, véase cosa. Pero tampoco se puede dejar la vida del hijo de Dios en manos ajenas a su providencia.

Estamos de acuerdo con el P. Jorge Loring cuando dice (En su «Para salvarte») que «El hombre o es religioso o es supersticioso». También cuando, a continuación aporta un ejemplo de tal realidad: «muchos que no creen en las verdades de la Religión, luego creen en las mentiras y engaños de adivinos, brujos y espiritistas».

Pero, ¿Qué pasa cuando un creyente, además de serlo, pretende ponerse en manos de tales personas citadas por el P. Loring?

Confiar en Dios es, al fin y al cabo, tener fe. Se cree en el Creador porque se sabe, cada cual, protegido por Quien te crea. Así, creemos que la Providencia de Dios ha de ser más que suficiente para acoger, en nuestro corazón, la voluntad del Padre.

Al respecto de lo hasta aquí dicho una reciente noticia decía que hay un porcentaje alto de personas, al menos en España, que creen en el «poder de amuletos y talismanes».

Es de suponer que del tanto por cierto de afectados por tal mal del espíritu ha de haber, también, personas que se dicen, católicas.

Pues bien, el ya citado Catecismo dice, sobre la superstición N. 2111), que «es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22)».

De aquí que quien falta al Primer Mandamiento de la Ley de Dios está faltando, por eso mismo, al primer deber, grave, que tiene como creyente pero, sobre todo, como hijo de Dios.

Y, así, volvemos a lo dicho por el P. Loring y recogido arriba: o se es religioso o se es supersticioso porque es bien cierto que no se puede pretender decir que se es católico pero que, a la vez, se siguen determinadas prácticas adivinatorias o, simplemente, hay un abandono de nuestra vida en ciertas manos y, por tanto, un alejamiento de Dios sin solución de continuidad que hay dijo, en el Éxodo (20, 2-5) que «Yo soy el señor, soy tu Dios, que te ha sacado

del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto».

Por encima, pues, de todo aquello que podemos hacer siempre ha de estar presente Dios y no someter nuestra vida a lo que no es el Creador o su Providencia ha de ser causa de una existencia verdadera cristiana y de arraigada filiación divina. Por eso, el beato Juan Pablo II habla, en su Carta Apostólica «Nuovo Millennio Ineunte», 34) del sometimiento, a veces, a «formas extravagantes de superstición» en las que se puede caer, consiguiendo que la fe se debilite gravemente.

Y es que, más de una vez, antes de hacer según qué cosas y de someterse a según qué maquinaciones del mal, deberíamos recordar lo que escribió San Pablo a los Gálatas cuando les dijo que «Pero en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que en realidad no son dioses. Mas, ahora que habéis conocido a Dios, o mejor, que él os ha conocido, ¿cómo retornáis a esos elementos sin fuerza ni valor, a los cuales queréis volver a servir de nuevo?» (Gal 4, 8-9).

Si, entonces, conocemos a Dios y, es un suponer esto, lo servimos con nuestros actos, hechos y personas no caigamos en la tentación de hacer como si el Creador no viera nuestros actos, hechos y, precisamente, personas a sabiendas de haber sido creados por Él. Recordemos que ve en lo secreto.

Faltar al Primer Mandamiento es demoler, quizá para siempre, el edificio de nuestra fe que se ha elevar sobre roca firme y no sobre arena movediza.

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