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Las 5 dimensiones de la dignidad humana

Gobiernos que parecen dignos, legislan a favor del asesinato, aunque con eufemismos y disimulos; médicos, que hicieron juramento de defender toda vida, fomentan aniquilamientos de criaturas no nacidas o de personas deficientes, los propulsores de la eutanasia hablan de una muerte digna como remedio para estados de vida no conformes a la dignidad de la persona, ponen como excusa el sufrimiento insoportable que no es propio del ser humano y de su dignidad, mientras que en la otra orilla, hay quienes defienden una «dignidad de los animales».

Dignidad humana es un concepto empleado por muchos, de muchas formas y para muchos objetivos. Incluso entre nosotros los católicos, podemos advertir matices diversos en relación de lo que es la dignidad humana para un cristiano.

En su luminosa carta encíclica Evangelium vitae, el Beato Juan Pablo II señalaba que vivimos una estructura de pecado, en una cultura de la muerte que ha llegado hasta el colmo -en una extendida confusión conceptual, propia de una sociedad enferma- de convertir el delito en derecho. Una dignidad mal entendida.

Sin cinco las bases de la grandeza de la dignidad humana:

1.- Su dimensión teológica: El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo –«corpore et anima unus»– en cuanto persona. Estas definiciones no indican solamente que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará de la gloria; recuerdan igualmente el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. La persona –incluido el cuerpo– está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales (Juan Pablo II, Veritatis splendor, 48).

El hombre fue creado por Dios, es propiedad suya, depende del Ser Supremo la consecución y permanencia de cualidades y valores. Puede vivir en Dios, si se aparta del pecado. Dios le invita en todo momento a guardar su alianza para que consiga el Reino mismo de Dios como herencia suya.

2.- Su dimensión crística: El hombre es camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre –todo hombre sin excepción alguna– ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre –cada hombre sin excepción alguna– se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, ‘Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre’ -a todo hombre y a todos los hombres- ‘… su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación’ (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, nº. 14).

Toda persona está re-creada, vuelta a ser creada mediante la Pasión de Jesús. Y se convierte por el bautismo en el hermano de Cristo. Y posee el tesoro de sus enseñanzas muy superiores a la más elevada sabiduría. Recibe de Cristo el perdón de sus pecados en una sincera confesión. Lo increíble es que puede recibir realmente el Cuerpo de Jesús, hacer suyo al Cristo Dios-hombre. Es coheredero de los bienes celestiales; es decir heredero junto con Cristo. Lo que da a la dignidad humana la cumbre de participar eficazmente de la santidad, del poder, del gozo y de la substancia misma de Cristo.

3.- Dimensión eclesial: La fe cristiana, que invita a buscar en todas partes cuanto haya de bueno y digno del hombre (cf. 1 Ts 5,21), «es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad responsable» (Compendio de la D. S. de la Iglesia, 126).

No es una persona sola, sino que forma familia con los ángeles y bienaventurados del cielo. Pertenece a un grupo noble, al que se ingresa solo mediante el bautismo. Participa de los frutos de la oración y de las buenas obras de todos los fieles del mundo; su misma rectitud es una inyección de vida para todas las personas del mundo. Puede ofrecer el valiosísimo sacrificio de Cristo como suyo propio, añadiendo sus buenas obras sobre la patena y en el cáliz del sacrificio.

4.- Dimensión cultual: Da envidia leer el Apocalipsis, la descripción del culto que ofrecen a Dios los bienaventurados en el cielo. El culto que ofrecemos en la Iglesia, con la Iglesia, es el mismo que ofrecen los santos en el Cielo, las almas justas en la tierra. La Iglesia, una sola, con millones de personas, ofrece el sacrificio de Jesús, como suyo, a la Santísima Trinidad, aunque se verifique con un sacerdote, sin asistentes, en la más mísera capilla o ermita del mundo. Aparte de todo culto que pueda yo ofrecer privadamente a Dios, el maravilloso culto que se tributa a Dios en el cielo, y en los mejores lugares de la tierra, es también mío, auténticamente personal.

El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos… El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación (Catecismo de la Iglesia Católica, 950).

5.- Dimensión escatológica: Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 39).

No he sido creado para acabar en este mundo ni para pudrirme en un sepulcro. Resucitaré y viviré eternamente. Jesús pide al Padre que estén con Él, en su eterna gloria, todos aquellos que les han seguido fielmente, para que admiren y gocen de la gloria del Salvador.

Las cinco dimensiones de la persona –teológica, crística, eclesial, cultual y escatológica, enriquecen la dignidad puramente humana de la persona, igual sea un degradado que un santo.

La dignidad humana no reside en el dinero, ni en el poder, ni en la simpatía ni en la sabiduría, todas esas circunstancias pueden enriquecer a la persona, pero aún sin ellas posee una dignidad que nadie puede arrebatársela.

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