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El argumento «ad Galileum»

Con frecuencia algunos buscan hacer callar a la Iglesia cuando habla de la dignidad del ser humano, de la injusticia del aborto, de la necesidad de atender a los enfermos terminales, de la urgencia por promover economías sanas y solidarias, a través del uso de un argumento repetido una y otra vez: ¿cómo la Iglesia, que se opuso a Galileo y a tantos científicos, pretende ahora tener la razón? ¿Cómo se atreve a hablar de justicia, de valores, de dignidad, cuando en el pasado pisoteó la legítima autonomía de la ciencia?

Se trata del famoso argumento «ad Galileum». ¿Cómo funciona? Se trata de recordar que Galileo fue condenado en el pasado por los prejuicios de la Iglesia. Esos prejuicios seguirían vivos hoy día y, por lo mismo, la Iglesia no debería intervenir cuando se habla sobre temas como los indicados en el párrafo anterior.

Usar este tipo de argumentos da buenos resultados, pues hay gente que cae en la trampa y piensa: es verdad, la Iglesia no tiene autoridad moral para hablar a favor de los embriones, ni de los discapacitados, ni del uso correcto de la ciencia.

En realidad, el argumento se construye en una falacia: que alguien haya cometido un error en un determinado momento de su historia no significa que todo lo que haga o diga o piense esté mal también en el presente.

De lo contrario, el argumento «ad Galileum» se podría aplicar a los Estados Unidos por haber matado a miles de civiles con dos bombas atómicas. O a los rusos (bajo el gobierno comunista) por haber provocado un hambre asesina sobre millones de personas en Ucrania. O a otro estado que casi no se puede mencionar por haber exterminado a cientos de miles de armenios. O a los descendientes de los aztecas por haber matado a miles de prisioneros. O a los españoles de hoy, sean de derecha o de izquierdas, por las masacres e injusticias de algunos conquistadores del siglo XVI…

El argumento «ad Galileum» olvida, además, que los hombres de Iglesia ya hace años que han reconocido el heliocentrismo, mientras que otros grupos que presumen de liberales y de amantes de la justicia siguen defendiendo hoy día las mismas injusticias del pasado (como, por ejemplo, el aborto) sin ninguna señal de arrepentimiento ni de corrección en sus errores.

Además del error lógico, ocurre un fenómeno extraño. Quienes quieren hacer callar a la Iglesia recordándoles el caso Galileo (o la Inquisición, o las Cruzadas) buscan que la Iglesia cambie de opinión y diga lo que ellos desean escuchar. Si la Iglesia adopta su punto de vista, el argumento dejaría de valer casi por encanto…

En otras palabras, ¿es que el argumento «ad Galileum» sirve sólo mientras la Iglesia dice una cosa y deja de aplicarse si la Iglesia se adecua a lo que otros quieren imponerle? ¿No será más bien que el uso de este argumento obstaculiza el diálogo, crea enemistades, lleva incluso al engaño y a los golpes bajos, busca manipular a los interlocutores?

Dejemos de lado el recurso al argumento «ad Galileum» o parecidos y vayamos, en cada tema, a los razonamientos pertinentes. De este modo, habrá menos actitudes intolerantes (algunas promovidas, de modo paradójico, por quienes presumen de defender la misma tolerancia…) y más corazones magnánimos, abiertos a un debate serio y profundo sobre temas que afectan a la vida de millones de seres humanos.

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