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Breve recorrido histórico sobre la posición del Magisterio de la Iglesia frente al evolucionismo (II)
Humani Generis
El papa Pio XII manifiesta en esta encíclica su preocupación por las doctrinas erróneas que de una manera solapada o abierta se estaban difundiendo con daño para las almas y la autoridad de la Iglesia. Denuncia a los que defienden que los conceptos teológicos han de ser sustituidos según los sistemas filosóficos que en cada momento den soporte a las explicaciones del dogma. Llama a esto relativismo dogmático. Afirma que es imprudencia querer sustituir lo que tanto trabajo ha costado formular y aquilatar por nuevas nociones de moda que se muestran sumamente efímeras. Hace una defensa en este contexto de la teología de Santo Tomás.
La encíclica alerta sobre el espíritu de novedad que se va imponiendo en muchos hijos de la Iglesia y el daño que esto causa, y se ve en la obligación de recordar el poder de la razón cuando está alimentada por una sana filosofía, la filosofía empleada por el Magisterio, confirmada y aceptada comúnmente por la Iglesia.
La primeras afirmaciones relacionadas con la Evolución, que se hacen ya en la introducción del texto, se refieren propiamente a la ideología que nace, en parte, de las teorías evolutivas y que propiamente habría que denominar Evolucionismo: «Dando una mirada al mundo moderno, que se halla fuera del redil de Cristo, fácilmente se descubren las principales direcciones que siguen los doctos. Algunos admiten de hecho, sin discreción y sin prudencia, el sistema evolucionista, aunque ni en el mismo campo de las ciencias naturales ha sido probado como indiscutible, y pretenden que hay que extenderlo al origen de todas las cosas, y con temeridad sostienen la hipótesis monista y panteísta de un mundo sujeto a perpetua evolución. Hipótesis, de que se valen bien los comunistas para defender y propagar su materialismo dialéctico y arrancar de las almas toda idea de Dios» (n. 3).
Se lamenta más adelante de que algunos se hayan apartado de los principios y normas hermenéuticas establecidas por las encíclicas Providentisimus y Divino afflante Spiritu y cuyo efecto venenoso se ha notado en casi todos los tratados de teología.
El último apartado lleva por titulo Las ciencias. Es aquí, en el n. 29, donde se recoge el texto clave al que antes hemos hecho referencia: «El Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que –según el estado actual de las ciencias y la teología– en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente –pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios–. Mas todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y otra opinión –es decir la defensora y la contraria al evolucionismo– sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente; y con tal que todos se muestren dispuestos a someterse al juicio de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe. Pero algunos traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los datos e indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados; y ello, como si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija la máxima moderación y cautela en esta materia».
Queda claro por el contexto que aquí el término evolucionismo, como antes mencionamos, se refiere a la teoría científica de la evolución y no a la ideología evolucionista mencionada al principio del documento.
Magisterio de Juan Pablo II
Juan Pablo II se refirió en numerosas ocasiones a la relación entre ciencia y fe. Alertó sobre el peligro del cientificismo como una nueva forma de positivismo que relega el saber teológico y filosófico al ámbito de la mera imaginación (n. 88 de la Fides et Ratio) y, al mismo tiempo, reconoció los beneficios recibidos por la Iglesia de la ciencia e impulsó diversas iniciativas en las que buscaba poner de manifiesto la compatibilidad entre ambas o resolver viejas disputas, como fue el conocido «Caso Galileo». En particular hizo diversas declaraciones relacionadas con las doctrinas evolucionistas.
En un texto de su catequesis del 16 de abril de 1986 afirmaba: «Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia». Este texto mantiene una sintonía completa, incluso en la estructura, con el texto de la Humani Generis: no hay problema en aceptar las teorías evolutivas que se refieren al origen del hombre en cuanto al cuerpo, prudencia al hacer estas afirmaciones puesto que no se trata todavía de una absoluta certeza científica y, esto es lo más importante, el alma humana exige una intervención directa de Dios. Se da por supuesto que la evolución en el ámbito no humano no presenta ningún problema para la Fe.
Juan Pablo II dio un paso más cuando afirmó en un mensaje, frecuentemente citado, a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias del 22 de octubre de 1996 lo siguiente: «Teniendo en cuenta el estado de las investigaciones científicas de esa época y también las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani generis consideraba la doctrina del «evolucionismo» como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta. Pío XII añadía dos condiciones de orden metodológico: que no se adoptara esta opinión como si se tratara de una doctrina cierta y demostrada, y como si se pudiera hacer totalmente abstracción de la Revelación a propósito de las cuestiones que esa doctrina plantea. (…) Hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría» (n. 4).
Lo que añade este texto a la doctrina anterior es el reconocimiento de que la teoría científica de la evolución se ha impuesto de una manera clara en el ámbito científico, alcanzando el estatuto de una verdadera teoría científica. En el contenido del mensaje hace otra serie de interesantes consideraciones de carácter epistemológico sobre el alcance y significación de una teoría científica y su estrecha relación con la filosofía. Afirma que se puede hablar de teorías de la evolución más que de una única teoría de la evolución. Esto es así desde el punto de vista puramente científico pero también como consecuencia de la diversidad de contextos filosóficos en las que estas explicaciones se encuadran. Este hecho lleva a que se puedan hacer lecturas materialistas y espiritualistas de la evolución. Afirma el pontífice, en continuidad con la doctrina formulada anteriormente, la existencia de un «salto ontológico» cuando nos referimos al hombre. Deja claro que defender ese salto ontológico al hablar del origen del hombre no entra en contradicción con las investigaciones de las ciencias: «La consideración del método utilizado en los diversos campos del saber permite poner de acuerdo dos puntos de vista, que parecerían irreconciliables. Las ciencias de la observación describen y miden cada vez con mayor precisión las múltiples manifestaciones de la vida y las inscriben en la línea del tiempo. El momento del paso a lo espiritual no es objeto de una observación de este tipo que, sin embargo, a nivel experimental, puede descubrir una serie de signos muy valiosos del carácter específico del ser humano. Pero la experiencia del saber metafísico, la de la conciencia de sí y de su índole reflexiva, la de la conciencia moral, la de la libertad o, incluso, la experiencia estética y religiosa competen al análisis y de la reflexión filosóficas, mientras que la teología deduce el sentido último según los designios del Creador» n. 6.
Benedicto XVI
Benedicto XVI ya manifestó su interés por estos temas antes de ser papa. Esto quedó reflejado en una serie de homilías sobre los primeros capítulos del Génesis que posteriormente se publicaron en un libro titulado «Creación y pecado» en 1985. Siendo ya papa quiso dedicar un encuentro, como los que solía mantener con sus alumnos universitarios durante su etapa académica, al tema de la relación entre Creación y Evolución. También ha hecho múltiples declaraciones sobre este tema en diferentes discursos. El inicio del tercer milenio ha visto un resurgir del debate ciencia-fe y, en particular, el de la creación-evolución. No siempre las intervenciones han estado en consonancia con lo expuesto por el Magisterio de la Iglesia. Las afirmaciones del pontífice, en continuidad con Juan Pablo II y el magisterio anterior, destacan la no existencia de contradicción entre la visión bíblica y nuestros conocimientos científicos. Más que contradicción hay una complementariedad que supone un enriquecimiento mutuo.
En estas intervenciones Benedicto XVI ha puesto un cuidado especial en salir al paso de las interpretaciones materialistas que han sido difundidas abiertamente por algunos autores. Una expresión de este interés del Papa fueron las palabras pronunciadas en la homilía del comienzo de su pontificado: «No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario» (24 de abril de 2005).
Bibliografía
Pío XII, Encíclica Humani Generis, 22-VIII-1950, n. 4 (disponible en www.vatican.va).
Juan Pablo II, El hombre, imagen de Dios, es un ser espiritual y corporal, Catequesis del 16 de abril de 1986.
Juan Pablo II, Discurso en el centenario de la «Providentissimus Deus» y el cincuentenario de la encíclica «Divino Afflante Spiritu» del 23 de abril de 1993.
Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22 de octubre de 1996.
Comisión Teológica Internacional, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios, 23-VII-2004, nn. 62-70.
Martínez, R., El Vaticano y la evolución. La recepción del darwinismo en el Archivo del Índice, «Scripta theologica» 39 (2007), pp. 529-549.
Artigas, M., y Turbón, D., Origen del hombre. Ciencia, Filosofia y Religión, Eunsa, Pamplona 2008 (Capítulo X: Evolución y cristianismo).
Artigas, Mariano; Glick, Thomas F.; Martínez, Rafael A., Seis católicos evolucionistas. El Vaticano frente a la Evolución (1877-1902), BAC, Madrid 2010.
Ratzinger, J., Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 2005.
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