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Un necesario Año de la Fe
No sorprende que Benedicto XVI haga cosas como ésta y que deje boquiabiertos a los que creen que es un Papa que no va con los tiempos. Ha convocado un Año de la Fe. Y lo hizo con la Carta apostólica «Porta fidei» el 11 de octubre de 2011. Y proclamó, para el presente 2012 un tiempo, que comenzará el próximo 11 de octubre y finalizará el 24 de noviembre de 2013 para que se reflexione, se actúe y se tenga en cuenta la fe que se supone tienen los millones de católicos que hay en el mundo. Y tal documento es para tenerlo muy en cuenta.
No está mal, para que muchos no se lleven a engaño y no pretendan decir que las cosas son como no son, decir esto:
«Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, ‘no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza’. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: ‘Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia’.»
Resulta, entonces, que el Concilio Vaticano II no es que se aplique mal según entienden algunos desnortados sino que, en todo caso, lo que corresponde, es aplicar su contenido como corresponde a una forma de actuar propia de un católico. No hacerlo así supone querer desvirtuar el contenido de aquella reunión donde los obispos de todo el mundo supieron discernir en qué situación se encontraba la Iglesia católica con relación a todo lo que la rodea. Y no ha lugar, por lo tanto, interpretarlo según el gusto particular de cada uno cuando, además, determinados gustos están más de acuerdo con el mundo y sus mundanidades y no con lo que la Esposa de Cristo necesita, transmite y ama.
Pero el Año de la Fe es muy necesario. No es una convocatoria que esté fuera de lugar sino que busca que quien corresponda (todos los católicos) sepa lo importante que es la fe que dice seguir y amar. Y esto porque «Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.» (Porta fidei, 1). Y es que el contenido básico de nuestra fe no se deja manipular por nadie ni por nada y es el que es. Respetarlo y tenerlo en cuenta es determinante para comprender lo que creemos.
Para estar de acuerdo con lo escrito por el Santo Padre, no podemos olvidar lo siguiente:
- La propia necesidad de la fe.
- Lo que supone el Concilio Vaticano II (arriba se ha apuntado algo) en cuanto su vigencia y valor para el hoy mismo de la Iglesia católica.
- El hecho, tan controvertido para algunos, de que la renovación de la Iglesia católica es, sobre todo, cuestión de fe.
- Algo que nunca debemos olvidar y es que la fe crece creyendo o que se cree, creyendo que es algo más que lo que pudiera parecer.
- La fe no se puede vivir en la intimidad de nuestro propio celemín. Hay que vivirla públicamente y hacerla patente entre nuestros semejantes. Ser testigos, pues, de la fe.
- No podemos dejar de lado un instrumento espiritual tan importante como es el Catecismo de la Iglesia Católica porque nos sirve de socorro en la duda y de ayuda en la tribulación.
- La fe no se puede vivir sin caridad porque sin la misma, el Amor, nada vale ni nada sirve y, además, no somos nada.
Y todo esto se plantea para este Año de la Fe que dará comienzo dentro de unos meses pero que no estaría mal fuéramos teniendo en cuenta para que no nos cojan por sorpresa sus planteamientos y voluntades.
Estemos, pues, a lo que dice Benedicto XVI, en el número 15 de Porta fidei cuando escribe «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.»
Y que, si Dios quiere, el Año de la Fe nos sea provechoso porque seguro que quiere y seguro que lo espera de sus hijos.
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