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Definiciones de la Leyenda Negra

Los principales pilares sobre los que descansa la Leyenda Negra antiespañola son:

  1. El terror, envidia y odio de los que chocaron con el poder español: político, militar, económico o religioso en Europa, durante casi cuatro siglos después del XVI, y que fueron, principalmente, italianos, ingleses, holandeses, alemanes, franceses, judíos y portugueses;
  2. Antagonismos similares de aquellos pueblos y naciones que quisieron disputar a España su dominio sobre el Nuevo Mundo: Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal;
  3. La intencionada difamación de determinados personajes españoles de mayor relieve, como Torquemada y Felipe II; o de ciertas instituciones y actuaciones españolas, como la Inquisición, la conquista y colonización del Nuevo Mundo y su política de exclusivismo, el saqueo de Roma, difamación practicada por escritores pertenecientes a naciones rivales;
  4. La fusión de los apartados 1, 2 y 3 en una campaña de descrédito más intelectualizada, presentando a España como el «horrible ejemplo» de todo lo que la Ilustración hubo de atacar, tal como las iniquidades de la Iglesia-Estatal, intolerancia, tradicionalismo y oscurantismo, en forma más racionalizada y dogmatizada, en los siglos XVIII y XIX;
  5. Indiscriminada aceptación popular, y lo que es peor, intelectual, de las patrañas antiespañolas, particularmente en aquellas naciones y pueblos que amoldaron el pensamiento occidental después de que España perdiese su hegemonía en Europa.

La Leyenda Negra es descrita a veces como una acumulada difamación de la actuación de España en las Américas, pero esta definición no es completa; se deriva principalmente de la tendencia de los americanistas a truncar su punto de vista sobre el mundo hispánico, para aventurarse, con poca inclinación, hacia el este de la antigua Línea de Demarcación. Asimismo proviene de la amplia propaganda holandesa e inglesa contra el imperio español de ultramar. Esta limitación a menudo exagera, relativamente hablando, la importancia del obispo español Bartolomé de Las Casas y su colérica condenación de la conquista española del Nuevo Mundo (ver capítulo segundo). Como veremos, hay otros significativos aspectos del origen y desarrollo de la Leyenda Negra.

Al español Julián Juderías, que fue el primero en dar amplia publicidad al título de «Leyenda Negra», a primeros de este siglo, se le puede atribuir la definición, generalmente satisfactoria, que sigue:

«Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra Patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación, o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda, que habiendo empezado a difundirse en el siglo xvi, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional» [9].

La premisa básica de la Leyenda Negra, es la de que los españoles se han manifestado a lo largo de la historia como seres singularmente crueles, intolerantes, tiránicos, obscurantistas, vagos, fanáticos, codiciosos, y traicioneros, y que se diferencian tanto del resto de las gentes en estos rasgos, que ellos y su historia deben ser examinados y entendidos en términos no aplicables a las características de otros pueblos. Por ello, a los españoles que vinieron al Nuevo Mundo en busca de oportunidades más generosas que las que el ambiente europeo les ofrecía, les calificamos con desprecio de codiciosos y crueles «goldseekers», u otros epítetos equivalentes a «diablos». En cambio, a los ingleses que llegaron al Nuevo Mundo en busca de semejantes oportunidades, Ies denominamos respetuosamente «colonizadores», «homebuilders», o «paladines de la libertad» [10]. El siguiente ejemplo demuestra a la perfección este curioso método de pensamiento, incluso a nivel universitario. Un distinguido catedrático de historia, escribió en dos de sus textos ampliamente divulgados: «[Los Estados Unidos] se constituyeron por «home- makers» y «state builders» (*) animados de ideas inglesas de autogobierno: Méjico fue conquistado por aventureros españoles que deseaban regresar a su país con el botín». «Los conquistadores llegaron procedentes de España, en busca de su fortuna, en forma de oro y plata y con el deseo de regresar con éll a a su tierra lo antes posible» [11]. La verdad es, por supuesto, que las casas más antiguas de América son aquéllas construidas por los conquistadores españoles, que vivieron en ellas tan hogareñamente como debe entenderse la palabra colono, es decir, «homemaker».

La acción de los españoles al expulsar o castigar a disidentes religiosos, vino a ser conocida como fanatismo, intolerancia y causa de su decadencia. Cuando los ingleses, holandeses o franceses hicieron lo mismo, se calificó el hecho como un esfuerzo para «unificar la nación» o salvaguardarla contra traición o conspiración ajena. La matanza de indios por españoles se dio a conocer como «atrocidades» o «despiadada exterminación», pero cuando los ingleses persiguieron a los irlandeses hasta matarlos por millares en sus propios pantanos o degollarlos después de haberse rendido, a ésto se le denominó «el problema irlandés».

Se da siempre un sórdido matiz al interés español en aprovecharse del beneficio de la riqueza mineral del Nuevo Mundo, pero cuando esta misma riqueza les fue robada por los «Lobos de Mar Isabelinos», ésto se consideró como un escalón heroico en el desarrollo de Inglaterra como nación y como imperio. De la misma forma, cuando los angloamericanos chocaron unos con otros en su carrera por el oro californiano, ésto se describió como «la piedra angular» de «una gran nación» [12].

Dando a esta clase de injusticia comparativa un giro moderno, cuando Francisco Franco trató de alertar al Occidente sobre la amenaza del comunismo ruso, en 1944, y se ofreció como intermediario entre el Eje y las Naciones Aliadas para contener el avance ruso hacia el previsible vacío que supondría una Alemania incondicionalmente rendida, esta advertencia fue rechazada por su procedencia «fascista»; cuando recibimos el mensaje de Churchill del «Telón de Acero», en 1947, y comenzamos a tomar medidas defensivas frente a nuestro ex-aliado rojo, a ésto se le llamó algo así como «liderato del mundo occidental» [13]. En esencia, si uno desea entender las típicas opiniones occidentales sobre España y su historia, debe dominar un vocabulario especial. Y hay abundante ironía en la reciente realidad por la que se exhorta a que aprendamos asimismo una terminología distintiva con el fin de entender la voz del comunismo ruso.

Es una creencia común la de que ya desde hace varios siglos España ha estado al margen del mundo occidental. ¿Hay, quizás, algo que pueda decirse sobre la otra cara de esta moneda? El distinguido humanista español, Américo Castro, seguramente pensaba de esta manera cuando escribió: «Nosotros tenemos que buscar el significado de lo que es civilización española y sus altos valores, independientemente de la idea de felicidad material... Hoy, más que en cualquier otro momento de la historia del mundo, podemos contemplar con serenidad este estado de cosas, porque hoy resulta oportuno preguntar si este llamado 'progreso', que tiene como base un puro intelectualismo y un insaciable deseo de placeres epicúreos, si este 'progreso' no será, después de todo, más fructífero en horrores que en beneficios» (Conferencia Inaugural, Universidad de Princeton, 1940). Treinta años después, estas palabras son aún más oportunas.

La cuestión sobre la otra cara de la moneda, si se examina seria y justamente, puede dar lugar a enojosos interrogantes como: ¿Alcanzó España las grandes alturas de su «Edad de Oro» intelectual a pesar de la Inquisición, o precisamente a causa de ella? Preguntas que parecen sencillas de contestar, a primera vista, y cuyas respuestas automáticas encajan tan cómodamente en nuestras preconcebidas nociones, que las aceptamos como las menos peligrosas. En páginas sucesivas, sin embargo, tocaremos esta cuestión más arriesgadamente.

La propaganda y falsos conceptos relativos a la conquista, gobierno y acción cultural españoles en las Américas, no están, cronológicamente, en primer lugar de la historia de la Leyenda Negra. Sin embargo, en atención a que Latinoamérica es hoy tan vital para nosotros, tan a menudo malentendida en su historia y tan vinculada a la más penetrante imagen y características de esa Leyenda, examinemos primero la actuación fenomenal de España en el Nuevo Mundo. Contrastando mitos comunes y dañinas medioverdades, con puntos de vista eruditos, estaremos mejor preparados para entender la naturaleza engañosa de una Leyenda que con tanta resonancia y tales efectos ofensivos ha llegado a nuestros días.

(*) La palabra «homemaker» implica, en inglés, gente que construye casas para sus familias, y se usa en contraste con la idea popular que tenemos de que los españoles no establecieron hogares en el Nuevo Mundo. La frase «state builders» quiere decir constructores de entidades políticas, tales como estados [P. W. P.].

Notas

[9] Véase especialmente el Capítulo III,, para algunos comentarios sobre el origen de la hispanofobia judía; y los Capítulos IV y V para algunas referencias sobre las acciones judías contra España. Debo este paralelismo al perceptivo artículo de Carlos Dávila, «The Black Legend», Américas, I (agosto, 1949); pp. 12-15.

[10] Juderías, pp. 25-26.

[11] Véase John Francis Bannon,The Spanish Conquistadores: Men or Devils? ,

[12] Samuel Flagg Bemis,A Diplomatic History of the United States, p. 541 (edición de 1942). También su Latín American Policy of the United States,p. 12. Véase mi Capítulo II para una síntesis del punto de vista escolar, demostrando los errores en estas declaraciones.

[13] La alusión es a John Walton Caughey,Gold is the Cornerstone, Berkeley: University of California Press, 1948. Véase también mi artículo «The Forty-Niners of Sixteenth-Century México», The Pacific Historical Review,XIX (agosto, 1950); pp. 235-249, para algunos paralelos comparativos de este tipo. Mi «Peacemaking on North America's First Frontier», The Americas, XVI (enero, 1960); pp. 221-250, también contiene observaciones paralelas, destinadas a hacer un ajuste de las perspectivas históricas en estas materias.

[14] La referencia es sobre la oferta que Franco hizo a Winston Churchill de mediar para evitar las claras y peligrosas consecuencias de la «un- conditional surrender» («rendición incondicional») y el Plan Morgenthau (escrito por John M. Hightower y titulado «Churchill Spurns, Exposes Franco's Anti-Red Plan», Santa BárbaraNews-Press,abril 9, 1945). El columnista Richard Mowrer, escribe una provocativa esquela en el Christian Science Monitor, de noviembre 10, 1961: «Como el [diario español] Arriba escribió hace tres años: 'Nosotros sabemos que el mundo de hoy está regresando a nuestras trincheras, es decir, hablando nuestro lenguaje, denunciando al enemigo [comunismo] en contra del cual combatimos ayer'.
«El Generalísimo Francisco Franco recientemente condenó la tendencia extranjera de identificar al autoritarismo español con el nazismo alemán y el fascismo italiano, 'sin tener en cuenta nuestras propias características. En la misma forma', dijo, 'nosotros podríamos tachar de comunistas a los países del oeste que se aliaron con los soviéticos en la última guerra y contribuyeron grandemente a su poderío'».

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