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Francia y España
Una cuarta área de gran significación en el sentir antiespañol, Francia, precedió a todas las demás, por las obvias circunstancias de su proximidad. A lo largo de un milenio o más, la contigüidad de estos dos pueblos ha favorecido una mutua hostilidad. Una vez más, digamos que esto no es cuestión de aciertos y errores, sino resultado de acontecimientos históricos similares a los orígenes de las animosidades franco-prusianas o estadounidense-mejicanas, o a las hostilidades judío-árabes.
Desde el principio de la dominación musulmana en España, con su fugaz penetración militar en Francia y las amenazas a Europa por esa vía, los franceses han considerado a los españoles como una extensión africana de barbarie oriental. Esto se agravó en el transcurso de la Edad Media hasta los tiempos modernos, por conflictos sobre los territorios colindantes a lo largo de los Pirineos. Y esto culminó con las grandes rivalidades imperiales de los siglos XV y XVI, en las que España frustró con éxito las ambiciones francesas sobre Italia, virtualmente encerró a Francia en un cerco dinástico-militar y algunas veces se mezcló en sus sangrientas rivalidades religiosas.
Por añadidura, los franceses hicieron resentirse, junto con los holandeses e ingleses, el monopolio ibérico en el Nuevo Mundo y aspiraron a romperlo. Durante los siglos XVIII y XIX, Francia ejerció poderosa influencia política y cultural sobre España, y la tradicional enemistad entre estos dos pueblos, se agravó por la odiosa invasión napoleónica. La lucha española contra las tropas de Napoleón, simbolizada en el famoso «Dos de Mayo» (1808), brillantemente inmortalizado por Goya, endureció los odios tanto tiempo incubados.
Y en nuestros días, las pasiones agitadas con motivo de la Guerra Civil Española, volvieron a abrir viejas heridas, al convertirse Francia en una base firme de propaganda y otras actividades intervencionistas en favor de uno de los beligerantes.
La importancia de estos antagonismos históricos en el desarrollo de la Leyenda Negra es indudable, y por ello, sólo necesita un ligero comentario. Las intensas rivalidades y enfrentamientos militares hispano-franceses durante la primera mitad del siglo XVI y posteriores, convirtió a Francia en un centro natural de actividades antiespañolas. La primera amenaza extranjera digna de mención contra España en el Nuevo Mundo, del tipo de piratería, se lanzó desde los puertos de Bretaña. Más tarde, la literatura de viajes y el liderato francés en la Ilustración del siglo XVIII, tuvieron una enorme importancia en el endurecimiento del desdén general europeo y aun del odio hacia España y los españoles. Desde el siglo XVII hasta nuestros días, la hegemonía cultural francesa en el Continente y en las Américas puso, inter alia, su indiscutible sello de aprobación a los prejuicios antiespañoles. [SÍ Hispanoamérica desplazase a los Estados Unidos como poder dominante en su hemisferio, tal como Francia desplazó a España en el Continente, es fácil de imaginar, dada la yanquifobia de acerba y larga duración, cuál sería la interpretación que se daría a la historia y cultura del Coloso del Norte.]
En cualquier discusión sobre la actitud del mundo occidental hacia España y Latinoamérica, Francia debe ser considerada siempre como importante centro intelectual y propagandístico, diseminador de vastísima hispanofobia. Esto se ve con relevante claridad si se recuerda que durante los dos últimos siglos, la dirección intelectual en Latinoamérica y Estados Unidos ha estado muy influenciada por las modas culturales francesas.
En resumen, la totalidad de los sentimientos antiespañoles, que precedieron a la entrada de los holandeses e ingleses en la liza contra el coloso español, se originó en las acciones de la España Imperial más allá de sus fronteras; acciones que abarcaron una amplia gama de motivos político-dinásticos y religiosos. En segundo lugar, provino de ciertas rivalidades económicas de tipo internacional y los antagonismos clásicos de este período inicial del capitalismo europeo. En tercer lugar, una mezcla de antipatías de tipo social, cultural y «racial», concomitancias que se predicen de las guerras, bizo que se encendieran los primeros destellos del complejo nórdico de superioridad. Finalmente, contribuyó la particular bispanofobia judía, encajada en el espíritu de aquellos tiempos, y basada en medidas que entonces parecían lógicas y necesarias para garantizar la seguridad de la España Cristiana.
La formación y desarrollo de estas actitudes hispanofóbicas en Europa, coincidía con la ocupación española de sus recién descubiertos territorios transoceánicos, que se estaba llevando a cabo con toda celeridad. En su peculiar forma, la conquista española en el Nuevo Mundo creó, a su vez, otra faceta de la Leyenda Negra, que se unió a las directrices de las ya existentes.
Hemos visto anteriormente que la conquista de América produjo una explosión típicamente española de autocrítica, de carácter masoquista y casi suicida en sus tendencias y resultados. La Conquista ocurrió en un momento muy a propósito para causar el mayor daño posible a la reputación de España las polémicas que tuvieron lugar entre el Descubrimiento y finales del siglo XVI, produjeron abundancia de palabras amargas y aportaron material propicio para ser explotado en el extranjero, cuando comenzó la rebelión holandesa y cuando Inglaterra y España empezaron abiertamente su conflicto por el dominio del mar. Los españoles, mientras creaban un vasto y envidiable imperio, forjaron, sin inhibiciones, armas para su propia difamación. Los holandeses e ingleses no mostraron reparo alguno en utilizarlas en su propaganda contra la poderosa España.
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