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¿Va el PP en serio?

Tras ejercer plácidamente la hegemonía cultural durante décadas, la izquierda sabe que se enfrenta a una derecha acomplejada, tecnocrática, que vende solo «resultados» y cede a la izquierda el monopolio del imaginario

Rubalcaba ha dicho: «si cada vez que la derecha llega al poder reconsidera todas aquellas leyes [aborto, EpC, etcétera] que hemos hecho entre todos […] el PSOE se planteará la revisión de los acuerdos con la Santa Sede». Cosechó una ovación estruendosa. La soflama es reveladora en varios sentidos. De un lado, confirma la sesentayochización de una izquierda fracasada en su proyecto clásico: el siglo XX ha mostrado que el socialismo –tanto en su versión maximalista soviética como en la keynesiano-moderada de Helmut Schmidt, Olof Palme o… Rubalcaba– es sinónimo de ruina (Suecia tuvo que desmontar el mítico «socialismo a la nórdica» a partir de 1993); a los exsocialistas no les queda otra que reciclarse en ultrafeministas, ecologistas, relativistas culturales («alianza de civilizaciones»), (neo)anticlericales: el legado de 1968 está llamado a llenar el hueco ideológico del socialismo extinto.

De otro, el cinismo arrogante de la amenaza solo es concebible en alguien que se sabe dueño del cotarro cultural. ¡Que la derecha reconsidera la ingeniería social de la izquierda cuando llega al poder! Aznar no tocó una coma del aborto, ni del divorcio, ni apenas de la educación (solo tardíamente, con la LOCE, que no llegó a entrar en vigor), ni de la «memoria histórica» (en 1996, se rindió homenaje en las Cortes a las Brigadas Internacionales)… Fue Zapatero quien impuso desde 2004 una agenda minuciosa de «guerra cultural»: matrimonio gay, ley Aído, EpC… ¡Leyes «que hemos hecho entre todos»! Rubalcaba sabe que esas medidas indignaron a media España, que se echó a la calle en manifestaciones-monstruo.

¿Cómo se permite negar lo evidente? Porque piensa que nadie del PP le va a contradecir en este terreno. Tras ejercer plácidamente la hegemonía cultural durante décadas, la izquierda sabe que se enfrenta a una derecha acomplejada, tecnocrática, que vende sólo «resultados» y eficiencia gestora («lluvia fina») y cede a la izquierda el monopolio de los valores, del imaginario, de la Weltanschauung. Por eso, Aznar no tocó una coma del aborto. Por eso reivindicaba a Azaña y exaltaba a los brigadistas.

La gran noticia es que… pese a todo, esto podría estar empezando a cambiar. No, nadie del PP ha salido a desmentir a Rubalcaba. Pero lo cierto es que Wert ha anunciado la revocación de EpC, y Gallardón, una reforma de la ley del aborto (también del CGPJ, etc.). Estos indicios podrían significar que, por fin, la derecha ha comprendido que la economía no lo es todo y que se enfrenta ya a una izquierda «posteconómica» que, no habiendo sido capaz de revolucionar el modo de producción, prefiere revolucionar las costumbres (familia, bioética, religión…).

Decimos «podrían significar» porque casi todo está por concretar. La reforma del aborto, por ejemplo, aún podría quedar en agua de borrajas. Ocurrirá si todo queda en el detalle de la autorización paterna al aborto de las menores, o en un simple retorno a la situación anterior a la ley Aído: entre 1985 y 2010, la regulación de los tres supuestos no era realmente aplicada; cualquier mujer que lo deseara encontraba la posibilidad de abortar legalmente en el coladero del «peligro para la salud psíquica». Los abortos anuales superaban los 100.000.

Vivimos, pues, un momento decisivo. La derecha debe decidir si tiene una visión del mundo propia, valores propios (que vayan más allá de la eficiencia contable). Y la reacción demagógica de Rubalcaba –como la de la prensa progre estos días atrás– revela algo importante: el desgaste mediático-demoscópico se va a producir de todos modos. El País y el PSOE van a llamar «reaccionario» al Gobierno aunque se limite a una reforma cosmética. Por tanto, si el precio está ya desembolsado… lo sensato es comprar con él algo que merezca la pena. Ese «algo» sólo puede ser una reducción real del número de abortos en España. Lo cual no se conseguirá mediante un mero restablecimiento de la regulación de 1985.

En realidad, disponemos de un excelente modelo en la Europa actual: la Polonia postcomunista, que sustituyó en 1993 su ley de aborto libre por una regulación muy similar a la española de 1985 (los tres supuestos)… pero introduciendo mecanismos que garantizaran su efectiva aplicación (comisiones médicas serias que acreditan la realidad del «peligro para la madre»). La ley no amenaza con la cárcel a las mujeres, sino sólo a los aborteros. Resultado: el número de abortos anuales ha bajado desde más de 100.000 (años 80) a 193 (2008). Y no se ha producido la terrorífica explosión de «muertes de mujeres en insalubres abortos clandestinos» con la que amenazan siempre los pro-abortistas; al contrario, todos los indicadores de salud obstétrica han mejorado: el número de muertes en embarazo o parto ha bajado de 70 anuales (1991) a 23 (2004); la mortalidad perinatal ha descendido desde un 1,62 por ciento (1993) a un 0,64 por ciento (2005); las muertes de mujeres en abortos clandestinos han sido… una en casi 20 años.

El nuevo Gobierno ha roto ya el tabú ideológico que prohibía a la derecha revertir los inventos de la izquierda en el terreno moral-cultural. Ha mostrado ya una audacia que no mostró el de Aznar. Sí, el pataleo de la izquierda mediática está garantizado, por poco que se haga. Pero también la adhesión agradecida –en lugar de sólo resignada/malminorista– de una maltratada base conservadora, a la que el manual arriolista prescribe despreciar (pues su voto es «seguro»), para cortejar en cambio al swing voter de centro-izquierda. Y, si persevera en las reformas, Rajoy estará haciendo historia también de otra forma: una España alineada con Polonia en la restricción del aborto quebraría la tendencia que, desde los años 60, parecía apuntar fatalmente a una expansión constante del abortismo. Habría todavía esperanza en un continente condenado a colapsar por envejecimiento en pocas décadas (fertilidad media: 1,6 hijos/mujer; en España es 1,37), y en el que un quinto de los embarazos terminan en aborto.

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