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Sobre la instrumentalización protestante del llamado «modo extraordinario»
Si algo nos han enseñado estos años transcurridos desde la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum, es que la llamada misa «tridentina», modo «extraordinario», etc., etc., no es sin más una nota de catolicidad. Los amantes de esa forma litúrgica nos han mostrado, especialmente en internet, que casi todas las denominaciones protestantes conservadores tienen ejemplos similares al modo «extraordinario». En algún caso, siguen escrupulosamente el misal romano de 1962 y anteriores. Pero todos ellos, aunque profesen la fe niceno-constantinopolitana, no reconocen el primado jurisdiccional del papa. Evidentemente, no es poco. También los ortodoxos tienen liturgias intachables, mejores en su ejecución y efecto psicológico que muchas occidentales. Pero tampoco reconocen el primado. Lo mismo cabe decir del anglicanismo que hace uso del llamado rito de Sarum o del mismo misal de 1962.
Ya he advertido que por mucho que se haga uso de misales «católicos», más o menos antiguos, sin elementos constitutivos de Iglesia –eucaristía y sobre todo sacramento del orden–, no es más que teatro. Por muy buenas intenciones que haya. Todo esto se debe a que la liturgia es susceptible de reinterpretaciones. Y ella misma ha sido instrumentalizada a lo largo de la historia. Ha sido reinterpretada por la escolástica y actualmente por una visión crítica hacia la Sede de Roma. Cualquiera que conozca un poco de la historia de la liturgia, no podrá negar que nos encontramos en una época incluso dorada en cuanto a los sumos pontífices y los obispos. Antes, en épocas más religiosas, vivían más «secularizados». Por otro lado, sólo desde el período que va desde finales del s. XIX hasta nuestros días existe una gran necesidad de una constante intervención curial o papal en cuestiones teológicas y prácticas. Quizás detrás de esto está el efecto «secundario» del concilio Vaticano I y su defensa del primado. Sin embargo, paradójicamente, esta tensión sobre la cuestión del papa ha degenerado en una absolutización del concepto de «Tradición» en detrimento del Magisterio. Pero sin él, la Tradición puede ser fácilmente desvirtuada. El último ejemplo lo tenemos en el s. XVI con la Reforma protestante.
En la historia de la liturgia siempre ha habido ritos o familias litúrgicas más o menos autónomos de la Sede de Roma. Pero siempre han sido católicos en la medida en que no se han contrapuesto al rito romano usado por la Curia –léase en el Vaticano y en la liturgia papal–. Incluso en su carácter polémico, el rito bizantino en el s. XI nunca puso en duda la validez y licitud del rito romano y los demás ritos occidentales. Sólo se criticaron ritos concretos. Fuera de las endémicas tendencias de la Sede de Roma porque todo sea rito romano, los ritos y modos litúrgicos han convivido pacíficamente; no como armas arrojadizas.
La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición. Pero nunca podrá entrar en contradicción con el Magisterio solemne y auténtico de los papas. El fenómeno lefebvrista, especialmente en la actualidad, muestra claramente una actitud netamente protestante: la Sede de Roma se ha convertido en una «Gran Babilonia», alejándose de la verdadera Tradición… ¿Qué opción se toma? No reconocer el primado, ya sea negando su jurisdicción (la mayoría) o simplemente negando su licitud (sedevacantismo). El individualismo protestante se expresa en un «parroquialismo»: a nivel amplio, se queda en una «iglesia» nacional, que con el pasar del tiempo y las migraciones, se convierte en una «tradición» acéfala.
Flaco favor se hace al llamado «modo extraordinado» al contraponerlo al modo «ordinario» que celebra, ordinaria y extraordinariamente, el actual sumo pontífice Benedicto XVI. El gran problema del misal 1962 ha sido su «re-autorización» en el contexto del fenómeno lefebvrista, que es un fenómeno principalmente eclesiológico: la liturgia, aunque parezca central, es secundaria en este fenómeno.
Cualquier reflexión académica-litúrgica sobre este «modo» extraordinario, lo mismo que las reflexiones sobre la espiritualidad litúrgica, etc., siempre deben ser bienvenidas. Pero ponerlo como medida de la catolicidad, teniendo en cuenta el uso que hacen de él protestantes y comunidades acatólicas –anglicanos, viejocatólicos y lefebvristas–, es un grave error.
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