conoZe.com » Historia de la Filosofía » Principios filosóficos del Cristianismo » Fundamentos de la moral objetiva

I.- La ley del evangelio

Es frecuente, hoy en día, que se exalten las motivaciones evangélicas y cristianas en contra de la ley. Se recurre así a una «moral paulina», entendida como «libertad de los hijos de Dios» en oposición a la esclavitud de la ley, en la que queda también englobada la ley natural. Se trataría de una «moral de la alianza», de la unión afectiva con Dios, que despreciaría la ética y la ley natural como algo superado por la ley nueva del Evangelio. Se trata sencillamente de encontrar una oposición entre la ley y el Evangelio, la ley que mata y el espíritu que libera.

En este sentido se expresa M. Vidal, el cual viene a afirmar que el cristianismo, según la doctrina de san Pablo, relativiza la ley: «en el Nuevo Testamento y en la genuina tradición teológica existe un tema teológico-moral que relativiza el sentido y la función de la norma moral». Es el tema de la «ley interior» en cuanto alternativa cristiana a la «ley exterior». La ley no es propiamente una ley sino una exigencia interior, y las normas externas tienen una función secundaria. Es ésta la relativización que introduce la fe en el conjunto del sistema normativo moral'.

Afirmaciones de este tipo, a nuestro modo de ver, deben ser matizadas para alcanzar el sentido exacto que tienen en la doctrina de san Pablo. La doctrina de Pablo es compleja y sólo introduciendo una serie de matizaciones se puede comprender adecuadamente en su conjunto. Podríamos resumir la doctrina del apóstol del modo siguiente:

1) Para entender a san Pablo es preciso caer en la cuenta de que toda su doctrina se dirige contra la actitud farisaica, que pretende que el hombre se justifica a sí mismo por sus propios méritos e independientemente de la gracia de Dios. Creen que el hombre tiene una capacidad absoluta para cum­plir la ley. San Pablo, en la carta a los Romanos, pinta el panorama de pecado que reina tanto en el mundo judío como en el pagano. En un caso, los judíos han tenido la ley mosaica, en el otro los paganos la ley de la conciencia, pero todos han terminado en el pecado (Rm 3, 10).

El hombre, con sus propias fuerzas, no puede cumplir todas las exigencias de la ley, incluso la ley natural, y quitar siempre el pecado. San Pablo habla de la ley mosaica que encuentra su expresión concreta en el precepto y de la que cita el precepto de «no codiciarás» (Ex 20, 7). Se refiere san Pablo a la obligación moral; tampoco los paganos que tienen la ley de la conciencia han cumplido sus exigencias.

Ésta es la tragedia del hombre sin Cristo: la ley le marca el camino a seguir, pero no le da la fuerza para seguirlo. El hombre, sólo con la ley, termina en la impotencia y la exasperación. Ello, en virtud de que existe en el corazón del hombre una ley de pecado que lo esclaviza y lo conduce a cometer pecados personales.

2) En este contexto, la ley que es buena de suyo (Rm 7, 13) ha contribuido a empeorar la situación, en cuanto que ha sido una aliada del pecado, pues no sólo no procura la fuerza para evitarlo, sino que lo convierte en una trasgresión formal. Con ella el pecado se manifiesta en toda su responsabili­dad y gravedad. En este sentido es como hay que entender lo que dice san Pablo cuando afirma que el pecado, en el tiempo que va de Adán a Moisés, no se imputaba (Rm 5, 13). El pecado es siempre pecado, sin duda; pero cuando no había ley no era una trasgresión formal y sancionable, como lo fue el pecado de Adán. La ley, por lo tanto, agrava la situación.

3) La ley es el pedagogo hasta Cristo no sólo en el sentido de que, mientras no vino la justicia por la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley (Ga 2, 21-24), sino también en el sentido de que, al conducirme a la impotencia, me hace sentir la necesidad de Cristo (Rm 7, 24). Si se nos hubiese otorgado una ley capaz de vivificar, la justicia vendría realmente de la ley, pero la ley nos ha hecho conscientes de nuestra impotencia.

4) El hombre sólo puede alcanzar la justificación por el don de Cristo. Sólo en Cristo encuentra el hombre la fuerza y la capacidad de dominar totalmente el pecado. Y si la salvación viene de Cristo, la actitud del hombre no puede ser otra que la de la fe, en cuanto acogida de la misma salvación, y no la confianza en las obras humanas, que, para san Pablo, no son otra cosa que el intento de autojustificación. Por eso Pablo habla de la justicia por la fe (Rm 1, 17; 3, 32; 4, 11-13; 9, 30; 10, 6; Flp 3, 9).Lo que hace san Pablo es contraponer el régimen de la ley (pretender cumplir la ley sólo con las propias fuerzas) y el régimen de la fe (aceptar que el hombre sólo puede cumplir todas las exigencias de la ley con la gracia de Cristo). Sin Cristo el hombre termina en el pecado.

5) Esta fe, que es un don de Dios, es al mismo tiempo un acto responsable del hombre; se trata de una fe activa que actúa y que debe ir guiada por la cardad (Ga 5, 6); la fe que debe llevar a la acción según la ley de la caridad (Ga 5, 13-14).

6) Pero, de hecho, san Pablo sigue manteniendo la ley como guía y criterio de conducta y como condición para la salvación: «Ni los impíos, ni los idólatras, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los ladrones heredarán el reino de Dios» (1 Co 6, 9-10). Hay otros códigos en san Pablo como Gal 5, 19-20. Lo de menos es que tales códigos tengan en san Pablo alguna influencia estoica; lo decisivo es que hay preceptos que deciden sobre la salvación del hombre. La Iglesia ha ido aceptando el código del Decálogo que, por otro lado, es una ratificación de la ley natural.

La antítesis que san Pablo establece entre la ley y Cristo es ésta: la ley es guía de conducta, pero no me da la fuerza para seguirla. Es Cristo el que me da tal fuerza y el que me salva. En este sentido la ley es inútil. Pero, en su sentido didáctico de orientar la acción y de criterio objetivo de comportamiento, no pierde su vigor. En este sentido san Pablo no suprime la ley, más bien la afianza: «Entonces, por la fe ¿privamos a la ley de su valor? ¡De ningún modo! Más bien lo afianzamos» (Rm 3, 3 1).

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=9560 el 2012-03-01 20:18:00