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Por qué la anticoncepción es una Mala Idea : la Ley Natural
By todoerabueno / febrero 3, 2012 / Traducido / Deja un comentario
Tras el drama de nuestra última entrada, creo que os debo a todos una explicación. Por supuesto, para el caso particular del mandato de la HHS (‘Health and Human Services’, léase p.e. ESTO para una referencia) , no creo que importe lo más mínimo el que se esté de acuerdo o no con la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción: es una afrenta a toda libertad religiosa, y simplemente por eso uno debe oponerse a ella. Pero «el toro papal de 800 lbs.» (Nota traductor. Figurado: la gran cuestión) permanece: bien, ¿por qué se opone la Iglesia a la anticoncepción? Intentaré contestar la pregunta.
(Nota de descargo: entiendo que existen usos médicos legítimos de las hormonas anticonceptivas. Tal como dice la Humanae Vitae «La Iglesia no considera en absoluto ilícito el uso de los medios terapéuticos necesarios para la cura de enfermedades, incluso aunque impliquen un previsible impedimento a la procreación – siempre que este impedimento nunca sea intencionado de forma alguna». Este artículo está escrito bajo la premisa de que la anticoncepción se usa única y directamente para prevenir el embarazo.)
El Caso desde la Ley Natural
La Ley Natural es muy sencilla. Establece dos axiomas: todas las cosas deberían alcanzar su finalidad natural, y que toda situación y acción puede ser considerada como contraria al objeto natural del organismo en base a sus efectos sobre el mismo. Por ejemplo, encerrar un rosal en un armario hará que se marchite. Marchitarse no es el fin natural del rosal. De hecho, es inherente a la biología del rosal su fin natural de crecer y reproducirse. Por tanto, los rosales no deberían encerrarse en armarios.
Si suscribes algún tipo de filosofía nihilista-relativista que proclama algo del tipo ‘Buah, ¿pero no podría ser igual de bueno el secamiento del rosal que su florecimiento?» deja de leer esto y date de tortas. Si en cambio eres de la sensata posición existencial de que tantos los humanos como los rosales deben florecer, continúa leyendo:
El fin natural del sexo incluye tanto la unión como la procreación. El amor y la vida. Increíble pero cierto. Si se niega esto, y se establece que el sexo es sólo para generar bebés, entonces es que se es un cretino en la línea de Enrique VII, aparte de un puritano. Si, de otra forma, se pretende que el sexo sólo está orientado al placer, entonces toca lidiar con el asombroso hecho de lo que –precisamente– sale de un hombre y entra en una mujer.
Argumentar en contra es como ver a un granjero esparcir semilla en tierra fértil y defender que siembra por el puro placer del sembrado. No es que no haya placer en sembrar, placer incluso salvaje. Pero es de notar que sería imbécil el que sembrase sus campos sólo por diversión, y se sorprendiera al ver el grano crecido en la época de recolección. Cada parte del acto sexual nos habla de la creación de una nueva vida. Y aun así vemos la reacción del hombre moderno, que planta su semilla en tierra fértil, y a la mujer moderna, que la recibe, y entonces – tras encontrar la nueva vida – exclaman «¿Cómo ha pasado esto?» o «¡No me puedo creer que me haya pasado a mí!» y aterrorizados proceden a matar la nueva vida que han creado. En este mundo de granjeros chiflados, defiendo que esta verdad es evidente por sí misma: el fin natural del sexo es tanto la unión (placer) como la procreación (bebés), estando ambos inseparablemente entrelazados.
Practicar la anticoncepción es eliminar de la ecuación la posibilidad de la procreación. Por lo que el sexo no puede conseguir su fin natural. Esto apenas se discute. Lo que se discute es si eso es malo o no.
Si un acto no alcanza su fin natural, el acto va en detrimento del organismo. Si el acto de comer no alcanza su fin natural de alimentar, el organismo pasará hambre. Piensa en la bulimia. Rechazamos la bulimia como un desorden porque sólo procura uno de los dos fines naturales del comer – el placer de comer – al tiempo que rechaza el otro – alimentar. Cuando el acto de comer no alcanza su fin natural, el acto va en detrimento del organismo. El bulímico sufre.
O pensemos en los juegos previos al sexo (no demasiado específicamente). Si el acto del juego previo no consigue alcanzar su fin natural – la práctica del sexo – el organismo sufre. En particular el organismo masculino – que debe acurrucarse lastimeramente mientras la sangre acumulada en los testículos se evacúa lenta y dolorosamente -; pero también se sufre por el general desengaño psicológico en la frustración implicada. Nos burlaríamos del hombre que gusta de la excitación de los juegos preliminares sin pretender el orgasmo posterior, de la misma forma que nos mofaríamos de una banda que realiza la sincronización para tocar con furia y a continuación se bajara del escenario. De nuevo: cuando no se permite que un acto alcance su objetivo natural, el organismo sufre. Si el acto de dormir no alcanza su fin natural, el organismo queda cansado. Cuando no se permite que el lavado cumpla su fin, el organismo permanece sucio.
Merece la pena advertir que en cada caso, cuando un acto no alcanza su fin natural y se acepta por todos como algo normal, la sociedad al completo – o la especie humana, para el que prefiera – también sufre. Si todos fuéramos bulímicos, duraríamos poco.
Así que llegamos a la anticoncepción. Por resumir mis argumentos: el sexo es por naturaleza unitivo y procreativo. Negar una parte esencial de su naturaleza es impedir que pueda alcanzar su fin natural. Cuando los actos no alcanzan su fin natural, el organismo actuante sufre. Cuando esos actos se generalizan, la sociedad sufre. Concedo que un ser humano es un fantástico y complejo organismo, pero si lo que digo es cierto – que el acto de la anticoncepción impide que el del sexo alcance su fin natural – el ser humano ha de sufrir como resultado de la anticoncepción.
Y por lo que se ve, lo hace. Si es una forma hormonal de anticoncepción la que interrumpe la biología de la mujer – y por tanto el fin natural de sus actos biológicos – entonces el daño es claro: los anticonceptivos hormonales aumentan el riesgo de cáncer de mama en las mujeres, y ahora se especula que también incrementan el riesgo de cáncer de próstata en los hombres. La lista de efectos secundarios es verdaderamente larga – con las anginas de pecho, ataques al corazón, y coágulos de sangre entre los más preocupantes.
(Aquí podría argumentarse que, sí, pero que los anticonceptivos hormonales también reducen el riesgo de cáncer de ovario, y por tanto se ‘cancelan’ los efectos tenidos en cuenta. Pero se ha probado que las píldoras de control de natalidad de baja dosis, los anticonceptivos hormonales más prescritos, reducen el riesgo de cáncer de ovario en mujeres en menos de un 1% por año de uso. No es que no sea algo beneficioso, pero debe observarse que la anticoncepción hormonal sólo reduce el riesgo de cáncer de ovario en la medida en que imita el fin natural del sexo – el embarazo. El embarazo conlleva una «reducción del 40% del riesgo del cáncer de ovario epitelial con el primer nacimiento de un bebé vivo», reduciéndose aún más el riesgo con el posterior amamantamiento. Se necesitaría tomar la píldora durante 40 años para conseguir el mismo beneficio que proporciona el alumbrar a un bebé. Y no citemos esa estadística difundida de que la píldora reduce el riesgo de cáncer de ovario en un 40-80%; porque esta estadística mezcla todo y hace una media de un estudio que incluía mujeres que usaron pastillas anticonceptivas de dosis hormonales altas durante más de 20 años y que habían tenido uno o más hijos. Casualmente, la reducción del riesgo de las pastillas anticonceptivas de alta dosis es del 7% anual, pero estas son las menos prescritas, pues son rechazadas por las mujeres por sus enormes efectos secundarios.)
También diría que el uso de barreras físicas – p.e. condones, condones femeninos – al buscar evitar el contacto físico que permite la procreación, reducen el placer físico de la unión. Pero no es que tenga mucha experiencia en esa área. Aunque un ser humano no sólo sufre por la anticoncepción en un plano físico. También hay un aspecto emocional, psicológico.
Piensa en la premisa que hace la anticoncepción: le decimos a nuestro compañero sexual, en el acto sexual, te quiero entero, totalmente, completamente, excepto tu fertilidad. Eso te lo quedas. O, si somos hombres, haciendo que nuestras mujeres tomen la píldora, estamos en efecto diciendo, «Esto te lo debo controlar. Te quiero, me acostaré contigo, pero con la condición de que tomes una hormona que prevenga el estado natural de tu cuerpo». Puede que esto sea parte de las razones por las que los usuarios de MPN (métodos de planificación natural) tienen una tasa de divorcios del 0,2%, y una experiencia general de ‘matrimonios más felices’. No porque sean mejores, sino simplemente porque, como los rosales al sol, florecen.
Y la sociedad paga un peaje por la anticoncepción. Aparte del hecho de que si llevas la anticoncepción a su conclusión lógica llegas a la aniquilación de la especie, está el argumento de John C. Wright – una fantástica construcción filosófica, por otra parte – de que «la aceptación generalizada por la sociedad del uso de la anticoncepción lleva a la ilusión de que el vicio sexual no tiene consecuencia alguna, ilusión que no podría darse de otra forma». La plétora de problemas que afrontamos a día de hoy – abortos, enfermedades de transmisión sexual, y familias desestructuradas – son el resultado de una mentalidad que proclama que el sexo no tienen consecuencias, mentalidad provocada – por y principalmente – por la anticoncepción.
Así que no es que la Iglesia se limite a decir «no uses la anticoncepción o Dios te castigará». Muy lejos de eso. La Iglesia lo que dice es que nuestros cuerpos, nuestro propio ser rechaza el acto de la anticoncepción por ser una violación de la ley natural. Es pecado, sí; pero más en el sentido en el que la bulimia también es un pecado. Es un rechazo de nuestra propia buena naturaleza y de la realización de nuestro potencial. La anticoncepción no permite al sexo alcanzar su fin natural y, como al poner un rosal en un armario, lo conduce a secarse, sea de modo físico, emocional, psicológico o social. Y el ser humano no fue concebido para marchitarse, sino para vivir la vida plenamente.
¡Gracias por leerme! Supongo que la cosa no irá bien, pero mantén la mente abierta al comentar abajo. Si te pasas un pelo en la explosión de injurias, reemplazaré tus comentarios con mi sección favorita de la encíclica Humanae Vitae.
Texto en inglés: Bad Catholic
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