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Deberes y devociones. La virtud de la devoción

Antes es la obligación que la devoción, dice el refranero, lo cual es cierto si entendemos la devoción como práctica piadosa no obligatoria, inclinación o afición especial hacia determinadas prácticas que nos agradan, pero la devoción es una importante virtud que no está reñida con nuestras obligaciones.

Una persona puede creerse devota porque venera de una forma especial a determinada imagen, aunque viva alejada de la Iglesia o no frecuente los sacramentos. Otra le gusta aprender y repetir oraciones sin que ello le impida hablar mal de otras personas o mentir cuando llega la ocasión.

Otros pueden pensar que son devotos porque reparten limosnas o contribuyen a determinadas obras asistenciales o caritativas, pero luego son tacaños al retribuir a los que trabajan para ellos.

También están los que se creen devotos porque son entusiastas de su hermandad o cofradía, pero su fervor, limitado en el tiempo, no le lleva a una mejora sostenida de su conducta como trabajador, como esposo, como padre, como vecino.

Si hacemos prácticas piadosas por mera afición o tradición, el refrán citado al principio es correcto y seguramente se acuñó a la vista de los que hacen alardes de devoción y no cumplen con sus deberes.

La verdadera devoción presupone el amor de Dios que llega hasta nosotros en forma de gracia y nos empuja a la caridad, a obrar el bien por amor a los demás, a hacer con prontitud la voluntad de Dios.

Esta verdadera virtud de la devoción no entra en conflicto con nuestros deberes sino al contrario, todos nuestros deberes personales, familiares, profesionales, ciudadanos, realizados con devoción alcanzan una mayor perfección.

Ahora en tiempo de cuaresma podemos sentirnos atraídos por devociones, prácticas que pueden ser en sí mismas buenas, pero que quizás pasen sin dejar huella alguna en nuestro diario vivir.

Hablar de la virtud de la devoción en un mundo tan secularizado puede parecer inútil. La gente espera que le solucionen sus problemas, que puedan vivir tranquilas disfrutando de las cosas, pero cuanto más nos alejamos de Dios más problemático resulta todo.

El mundo en que vivimos está aquejado de codicia, egoísmo, corrupción, sin darse cuenta de que nos falta amor. Amamos cuando nos dedicamos a buscar activamente el bien de los demás, dejamos de amar cuando solo buscamos nuestra propia satisfacción a costa de lo que sea.

Busquemos la gracia de Dios, que nos impulse a realizar con decisión y prontitud su voluntad, para cumplir nuestras obligaciones con devoción, he ahí el reto.

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