¿Cómo estamos ante la verdad?
En los Diálogos de Platón el tema de la verdad aparece una y otra vez, con una constancia que puede sorprender. En relación con ese tema, el fundador de la Academia elaboró, de un modo más o menos libre, una clasificación de los seres humanos según el grado de cercanía o de lejanía respecto de la verdad. ¿Cuáles serían esos grados?
El primer grado consiste en saber el qué y el porqué de las cosas. No de todas, porque resulta imposible, pero al menos de aquellas que a uno le interesan y que tienen cierta importancia. Esta sería la situación de los sabios: hombres y mujeres que han llegado a entender por qué cae la lluvia del cielo, por qué se produce un eclipse de sol o por qué esta medicina produce la curación de los que padecen tal enfermedad.
El segundo grado sería el de una cierta sabiduría, pero insuficiente, al conocer cómo son ciertas cosas pero sin llegar a descubrir el porqué de las mismas. Quien sabe que tras el rayo viene un trueno, sabe algo. Pero su saber es insuficiente si no conoce cuál sea el verdadero origen del trueno y su mayor o menor dependencia respecto del rayo.
El tercer grado radicaría en aquellos «ignorantes inteligentes» que reconocen que no saben algo y, por lo tanto, están abiertos a aprender. En cierto sentido, esta es una de las mayores contribuciones de Sócrates: saber que uno no sabe algo es un estado mucho mejor que no creer saber sin estar cerca de la verdad. Este tipo de «ignorantes inteligentes», además, buscan y aceptan a aquellas personas en las que descubran el saber, a aquellos «sabios» que estén dispuestos a enseñar.
El cuarto grado sería el de aquellos que son ignorantes incluso de la propia ignorancia. En cierto sentido, la situación es grave, porque estas personas no reconocen su ignorancia. Algunos simplemente desconocen que desconocen, mientras que otros llegan a suponer que saben lo que no saben, hasta el punto de actuar con desconocimientos que pueden llegar a ser peligrosos (para ellos mismos o para otros).
Un último grado o situación, que en cierto sentido puede mezclar algo de los grados anteriores, se produce cuando una persona que sabe emplea sus conocimientos para engañar a otros con fines más o menos innobles. Otra situación diferente se daría cuando alguien, sin poseer el saber adecuado, ha desarrollado cierta habilidad con la que consigue parecer sabio sin serlo. Estas dos situaciones son dañinas no sólo para uno mismo (sobre todo en el caso de quien actúa sin saber), sino sobre todo para los demás, que pueden sucumbir ante el engaño al suponer un saber en quien no lo tiene o en quien engaña conscientemente.
La clasificación podría mejorarse, perfilarse, ajustarse con mayor o menor perfección. En el fondo de la misma encontramos un dato importante: no todos saben, ni todos saben qué es lo que saben y qué es lo que no saben.
Ante una situación así, ¿cómo comportarse? Las respuestas platónicas no siempre son claras, entre otras cosas porque fiarse de un sabio supone poder reconocerlo como dotado de conocimientos, con lo que surge un problema aparentemente insoluble: ¿cómo uno que no conoce puede reconocer al conocedor y fiarse del mismo?
La pregunta vale para el tiempo de Platón como para el nuestro. La respuesta, ciertamente, no es fácil. Más allá de esta dificultad, todos podemos trabajar por adquirir y mantener una actitud abierta y reflexiva, que nos ayude a reconocer los límites de nuestros conocimientos, y a buscar amigos buenos y conocedores, que nos acompañen en la larga marcha humana hacia una meta que deseamos desde lo más profundo de nuestro ser: la verdad.
Del director
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