Los descendientes
Título Original: The Descendants
Año de producción: 2011
País: Estados Unidos
Estreno en Estados Unidos: 16 de noviembre de 2011
Estreno en España: 20 de enero de 2012
Dirección: Alexander Payne
Intérpretes: George Clooney, Judy Greer, Matthew Lillard , Beau Bridges, Shailene Woodley, Robert Forster, Nick Krause, Patricia Hastie, Amara Miller, Mary Birdsong, Rob Huebel.
Guión: Alexander Payne, Nat Faxon y Jim Rash (basado en la novela de Kaui Hart Hemmings)
Música: varios
Fotografía: Phedon Papamichael
Duración: 110 min.
Género: Drama, comedia
Público apropiado: mayores de 7 años.
Sinopsis
En «Los descendientes», Matt King (George Clooney), casado y padre de dos niñas, se ve obligado a reconsiderar su pasado y a encauzar su futuro cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki. Matt intenta torpemente recomponer la relación con sus hijas –la precoz Scottie, de 10 años, y la rebelde Alexandra, de 17–, al mismo tiempo que se enfrenta a la difícil decisión de vender las tierras de la familia. Herencia de la unión entre la realeza hawaiana y los misioneros, los King poseen algunas de las últimas zonas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor incalculable. Cuando Alexandra explica que su madre tenía una aventura amorosa en el momento del accidente, Matt tiene que empezar a mirar con ojos nuevos toda su vida, por no hablar de su herencia, durante una semana plena de cruciales decisiones. Con sus hijas a cuestas, Matt se embarca en la azarosa búsqueda del amante de su mujer. A lo largo del camino, donde se van alternando encuentros divertidos, conflictivos y trascendentales, Matt comprende que por fin se halla en la buena dirección para reconstruir su vida y su familia.
Críticas
[Belen Ester - Pantalla Grande (COPE)]
Los descendientes es un drama tan profundamente humano, destila tantísima realidad que dejará a muchos clavados en la butaca. Cuenta la historia de un padre de familia que al mismo tiempo que lidia con el coma terminal de su mujer, descubre que ésta le era infiel mientras retoma la riendas algo enmarañadas de su familia.
La cinta ha ganado el Globo de Oro al mejor drama y se postula como una de las grandes favoritas a la edición de los Oscar de este año. Su director, Alexander Payne, realizador de filmes tan personales como Entre copas y A propósito de Schmidt, ha firmado una cinta única, la más redonda de su filmografía, pues huye de algunos de los tics más manidos de lo que viene denominándose cine independiente americano, aunque el género, como tal, no exista. Así pues, con Los descendientes, se aleja de sus cintas anteriores al evitar el forzoso juego de querer mostrar la complejidad de sus personajes mediantes enormes simplicidades o situaciones exageradamente forzadas. Aquí todo es de una sencillez tan pasmosa que roza lo corriente, convirtiendo sin embargo la historia en algo único. El equilibrio narrativo e interpretativo se convierte en algo natural, que vaga solo por una historia tan sencilla como compleja: la búsqueda del propio yo en medio de una nueva situación vital. Porque lo que de verdad engrandece una cinta que podría ser perfectamente menor es precisamente esa sutil barrera que separa el drama de la comedia, la risa del llanto, tan propia del día a día, del devenir de la propia vida. Payne consigue no sólo difuminarla en medio de un guión redondo, sino que consigue que ni se note. Así, el espectador, en cuestión de segundos pasará de la risa al llanto, de la melancolía a la euforia.
De la interpretación de Clooney ya se ha dicho casi todo. Cabe destacar que su estado de ensimismamiento constante ante los acontecimientos que le desbordan asombrará a la mayoría, de nuevo por su naturalismo. También el Hawaii que aparece en la cinta, tan alejado de las playas idílicas de rubias con daikiri o de los bombardeos de Pearl Harbor -las dos estampas cinematográficas más asociadas a la isla-, cobra una dimensión única. Su patetismo, sus nubes, sus playas desiertas, sus piscinas sucias no hacen sino sintonizar con ese paraíso interior, el de Clooney, que también se va desmoronando.
Por tanto, ¿qué tiene este dramón que ha sido capaz de tocar la fibra sensible de tantísimas personas sin caer, precisamente, en la sensiblería? ¿Qué hay en la naturalista interpretación de George Clooney que deja con el corazón en puño? ¿Qué tiene de verdad una historia que sucede en el Hawaii hipermodernizado y nada idílico del siglo XXI? La clave es sólo una, la autenticidad.
Puede decirse de Los descendientes que es una grandísima película, única en su especie, asociada a una nueva ola de cine minimalista y trascendente que viene a sugerir que el tipo de mundo que nos hemos construido se desmorona. Cómo abordar esta nueva exégesis es la clave del cine de hoy, del que no quiere saber nada de las palomitas ni de los efectos especiales, del que quiere decir algo. Y Los descendientes lo consigue. Aborda al espectador, le roba el corazón, lo hace suyo durante 110 minutos sin efectos lacrimógenos ni exceso de glucosa. Es perfecta en el sentido más amplio de la palabra. Es una de esas películas únicas.
[Julio Rodríguez Chico - La mirada de Ulises]
«Los descendientes»: La caja de Pandora y sus afectos
La vida es como una caja de bombones, y nunca se sabe lo que uno se va a encontrar. La frase es de Forrest Gump y de cualquiera que, como Matt King, vea que todo a su alrededor se derrumba en un momento determinado, y que descubra que no era oro todo lo que relucía. Así se encuentra este abogado delante de su mujer Elizabeth, en coma tras un accidente en lancha motora, y con dos hijas a las que ha desatendido y de las que ahora tiene que ocuparse. Matt es también administrador de una rica herencia familiar de unos terrenos de playa tropical en las islas Hawái, y con sus primos se plantea venderlos para lucrativos negocios inmobiliarios. Pero, como las desgracias nunca vienen solas, pronto descubre que su mujer le era infiel, circunstancia que le hace replantearse el futuro y su misma vida familiar. Así comienza «Los descendientes», la última película de Alexander Payne protagonizada por George Clooney, que llega después de haber obtenido una buena crítica, una cuantiosa taquilla en Estados Unidos y cinco nominaciones a los Globos de Oro®, mientras va camino de los Oscar®.
Junto al propio Matt que recuerda aquellos momentos, iniciamos un viaje emocional en el que veremos cómo abre una caja de Pandora llena de sorpresas, con sentimientos encontrados hacia su esposa, con unas hijas a quienes realmente no conoce, con una nueva oportunidad para aprender a callar y perdonar, a conducirse pensando en el bien de los demás, a sortear la ira y la venganza que le asaltan. A su lado, su hija Alexandra sentirá como nadie el desconcierto y enfado de una adolescente que abandona el idealismo para caer en la indignación de la injusticia. Además, una niña un poco malcriada pero inocente y simpática con comentarios a veces inoportunos, y un joven desprejuiciado que esconde un corazón herido y que ahora acompaña a Alex… Ellos son como las islas del archipiélago familiar, juntos en la desgracia pero con distinta manera de afrontarla. Y es también el momento decisivo en el que unas tierras vírgenes podrían desaparecer ante la explotación turística, de la misma manera en que esas personas podrían flaquear y sucumbir ante lo que el cuerpo les pide.
No es la primera vez que el cine nos presenta a un padre que tiene que asumir sus responsabilidades cuando se muere su mujer. El director de «Entre copas» lo hace con una cinta de estructura lineal y factura sencilla, convencional y sin más sorpresas que las que su protagonista encuentra. Evita Payne el peligro de caer en el folleto turístico promocional o en el panfleto ecologista… aunque imágenes y ocasiones para ello no le faltan. Aguardamos lo extraordinario y lo genial con algún giro narrativo decisivo, y esto sólo llega a partir de lo cotidiano y desde su mirada humana y comprensiva. La cámara busca continuamente a George Clooney para arrancar comicidad con sus gestos o sus ridículas carreras, para descubrir las reacciones y heroicidades de un personaje entrañable y curtido en el trabajo… atractivo en su imperfección. Pero mejor que él está Shailene Woodley en su papel de enfurecida y descontrolada adolescente, mientras que el resto son secundarios… muy secundarios, sin apenas desarrollo ni entretelas.
Un viaje de idas y venidas a la cruda realidad, de vuelos de una isla a otra en busca de una respuesta existencial, de vaivenes que van desde la ira al perdón y de éste al arrepentimiento, de reencuentros con la familia para vender un territorio que recibieron en herencia -subtrama que no acaba de quedar del todo bien ensamblada-, de una autoridad paterna cuestionada y de unos hijos descuidados en su educación. Por otro lado, Payne acierta más al dejar algunos sentimientos en silencio y en el fondo de la caja que al exponerlos de manera manifiesta y con la ayuda de los acordes de guitarra. Al final, una nueva familia destrozada y en descomposición por la dejadez y la infidelidad, y una nueva oportunidad para rehacerse por el perdón y el amor… porque de todo se encuentra en esta caja de Pandora de buenos sentimientos, plácidos y suaves porque el realismo de Payne es tamizado por el filtro del optimismo esperanzado. La película dejará satisfecho al espectador que quiera darse un paseo por el paraíso emocional -con sus debilidades y rectificaciones-, y tomarse un delicioso bombón relleno de licor un poco amargo… pero también algo dulce.
Del director
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