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IV.- El giro antropocéntrico

En realidad, lo que ha tenido lugar en gran parte del proceso de la teología moral actual es un giro antropocéntrico al estilo kantiano; es decir, se olvidan las exigencias de la naturaleza del hombre, de la naturaleza que Dios ha creado y conferido a todo hombre y que es la base de toda moral, para pre­tender que el hombre sea el que interpreta desde sí mismo el valor moral. Dentro de la moral cristiana pocos conceptos han tenido tanta importancia como el de «naturaleza». La moral cristiana ha considerado la «naturaleza» como el lugar básico de los valores y de los principios éticos. De ahí que hu­biese una quasi identificación entre «natural» y «moral» y entre «antinatural» e «inmoral». Pero «el nuevo modelo de la moral sitúa en el centro del sistema ético a la persona. El hombre es el "sujeto" de la moral y el hombre es el "objeto" de las valoraciones éticas. La moral cristiana ha asumido el giro antropocéntrico del personalismo crítico moderno, singularmente kantiano, y trata de fundamentar los compromisos cristianos desde la autonomía moral y desde la responsabilidad ética».

Sobre este punto conviene recordar lo que Juan Pablo II inculcaba en el discurso al famoso congreso de moral, habido en Roma en 1986: El bien de la persona es estar en la verdad y hacer la verdad, no podemos aceptar un concepto de libertad desenraizada de la verdad y de la objetividad, negando que existan actos en sí mismos buenos o malos. Existe un bien y un mal moral en el sentido objetivo de la palabra como conciencia de la verdad de la acción que funda objetivamente la dignidad misma de la persona humana. Hay unas exigencias inmutables del ser personal creado por Dios, en sí mismo dotado de una infinita dignidad superior a las cosas, de donde manan normas morales que tienen un contenido preciso e inmutable. Y añadía el Papa:

«Negar que existan normas que tienen un tal valor, solamente lo puede hacer aquel que niega que existe una moral de la persona, una naturaleza inmutable del hombre que se funda últimamente sobre aquella Sabiduría Creadora que da la medida a toda la realidad. Es, por tanto, necesario que la re­flexión ética se fundamente y se enraíce cada vez más profundamente sobre la verdadera antropología y que ésta, a su vez, se fundamente sobre la verdad metafísica de la creación que es el centro de todo el pensar cristiano». No se puede, pues, dice el Papa, separar lo ético de lo antropológico y de lo metafísico.

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