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El «revival», clave de interpretación de lo contemporáneo
¿Qué significa «revival»? El término indica una recuperación, un retorno, un hacer de forma nueva y diversamente vivo algo lejano, generalmente algo lejano en el tiempo. La forma mayormente reconocida de revival es de hecho la diacrónica.
Se trata, por tanto, de recuperación de formas y modos y gustos de una época pasada, con referencia específica, pero no exclusiva, al mundo del arte, de la moda, del vestido. A menudo los revival son inducidos y promovidos por motivos de mercado, pues el motor sentimental que los revival saben poner en macha es siempre muy poderoso. Con todo, el mismo encendido del motor sentimental provoca interrogantes: evidentemente la regeneración de elementos pasados se funda en sintonías reales, en una relación real entre lo que fue y lo que es.
Además, el revival tiene también una dimensión original que es cultural, es decir, nace en movimientos artísticos o en poéticas individuales, por motivos precisos de contenido y de consonancia. Bien mirado, el revival de los gustos, motivado por el comercio, aun siendo ya la forma más difundida, sin embargo es sólo una dimensión derivada y decaída de los revival auténticos.
Son ejemplos de revival tanto la recuperación de vestimenta y de peinado de los años 60 y de los años 80, como las diversas formas de neoclasicismo que encontramos en la historia. Para evitar malentender el fenómeno, es necesario plantear distinciones: es diferente la recuperación de algo que se tiene en la propia memoria personal, es distinta la recuperación de elementos en los que se quiere reconocer un valor sempiterno; es distinta la dinámica de un movimiento apoyado y promovido por los mass-media, es distinta la dinámica que pasa por la red más sutil de la comunicación cultural interpersonal y por el mensaje dejado por las obras.
Además, reflexionando bien, no existe sólo una dimensión diacrónica del revival, sino también una diatópica. O lo que es lo mismo, a menudo se regeneran y vuelven a la vida elementos alejados no en el tiempo, sino en el espacio. Se trata de un movimiento análogo al diacrónico, en cuanto que se traen a un contexto elementos externos a éste, con transformación recíproca. De hecho, el simple «citacionismo» de elementos extraños no puede ser llamado revival; el revival implica la modificación del elemento retomado, una especie de contaminación con el tiempo presente y, al contrario, también un efecto de transformación del contexto que acoge el revival. La finalidad del revival diatópico es análoga a la del revival diacrónico, y como éste, conoce una dimensión cultural y una comercial, una sofisticada y una pop (es decir, popular), pero es distinto el movimiento en el que se inserta. De hecho, el atractivo hacia usos y costumbres que vienen «de fuera», sobre los que se fundan los revival diatópicos, está emparentado con el exotismo e implica la compleja relación con lo distinto, más que la dinámica del pasado.
Existe, sin embargo, también una tipología de revival sintético, es decir, tanto diacrónica como diatópica, cuando se recuperan y transforman elementos pasados de culturas lejanas. Se trata de un fenómeno presente, por ejemplo, en las vanguardias artísticas del siglo XX, pero también en movimientos artísticos y culturales de los siglos XVIII y XIX. Elementos nipones, chinos y orientalismos en general están presentes en artistas como Ingres, Delacroix, Courbet, hasta Whistler y Van Gogh. Bien mirado, también el Neoclasicismo del siglo XVIII expresa un amor no sólo por el arte antiguo, griego, romano o etrusco, es decir, por elementos lejanos en el tiempo, como proponían Winckelmann, Mengs y Piranesi, sino que comprende también el interés y la recuperación de cultos distintos, fuera de contexto, hasta expresarse en formas de neopaganismo, como por ejemplo en la recuperación de mitos celtas dentro de la epopeya napoleónica.
Hay, finalmente, un último tipo de revival, que quizás es el más complejo que percibir en el plano de las revivificaciones, porque de hecho propone una dinámica distinta. Se trata de hacer vivo en el presente lo que aún no ha sido, o sea, el futuro. Consiste en un revival de hecho utópico y ucrónico, que retoma elementos sin lugar y sin tiempo, como si los tomase de un espacio-lugar llamado Futuro con letra mayúscula. La propuesta de un modelo que nunca ha existido encuentra fuerza precisamente en el ofrecimiento de una medida que no pude medirse, porque existe sólo en la versión trasladada y no en su origen. La velocidad extrema, el cemento en lugar de los canales, el dominio acústico y cromático del acero, se encuentran en el Futurismo, no en el futuro. Se trata de verdaderas y auténticas visiones de varios tipos: tenemos un futurismo romántico como en las visiones de Étienne-Louis Boullée y Claude-Nicolas Ledoux, que en el siglo XVIII indican lo que deberá suceder pero que aún no es – y aquí se incardina toda la tradición utópica de este siglo, arquitectónica y no sólo –; también una tipología de visión literaria, como la de Jules Verne, que en su época propuso un mundo aún imposible, como en Viaje al centro de la tierra (1864), De la tierra a la luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870); finalmente hay una modalidad visionaria no romántica ni literaria, sino institucional: ha nacido, de hecho, la figura del futurólogo, como son por ejemplo Ian Pearson y Chris Winter [1], que sobre la base de una hipotética nueva ciencia, precisamente la futurología, dicen lo que deberá suceder, como si así indicasen el camino a recorrer.
En realidad, si todo clasicismo puede y debe confrontarse con un tiempo preciso identificado como clásico, si todo niponismo puede y debe confrontarse con algo que es japonés, en cambio, todo futurismo se confronta solo consigo mismo y con sus propias proyecciones. Se trata por tanto de un mecanismo similar porque los elementos extraños son traídos a otro contexto, transformándolo, pero al mismo tiempo se trata de un mecanismo distinto, porque estos elementos existen sólo en ese contexto. Se trata de una búsqueda de identidad que encuentra su propia fuerza en querer elevarse sin apoyarse en una base.
Estos breves apuntes de reflexión propuestos podrían ser útiles para una reflexión sobre el arte cristiano. La finalidad inscrita en el arte cristiano implica que eliminamos en seguida toda dimensión no auténtica de revival; la publicidad, la lógica de los mass-media, el mercado, son – o deberían ser – puestos en seguida fuera de juego.
Además, el Cristianismo introduce diversas y nuevas claves de lectura y de significado. Por ejemplo, la dinámica de los tiempos encuentra su propia razón en la historia de la salvación, y el pasado se encarna a continuación en el presente, donde ya se realiza la certeza de la Esperanza última. Así como también la relación entre los lugares debe leerse a la luz del anuncio universal de la salvación, que se trae a todos, y que por tanto implica serias reflexiones sobre la inculturación y sobre la misión.
El recorrido de análisis de los diversos revival en el contexto del Cristianismo es largo y complejo, pero me parece poder hacer una contribución importante. Vale la pena – ciertamente no ahora ni aquí – emprenderlo.
1) Cfr. I. Pearson-C. Winter, Where’s It Going?, Thames & Hudson, New York 1999.
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