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La Cristiada: la sangre de los mártires por la libertad de una nación

El próximo viernes 20 de abril se estrenará la película «Cristiada» en numerosos cines de la República Mexicana. Al margen de que está excelentemente dirigida por Dean Wright; con un estupendo guión; actuaciones sobresalientes de Andy García y Eduardo Verástegui; magnífica fotografía y acción bien llevada de principio a fin, me parece de gran valía que el reconocido historiador Jean Meyer –autor de la célebre obra «La Cristiada»– haya asesorado de cerca este filme.

Gracias a ello se apega a los hechos históricos tal como sucedieron. Como es lógico, con ciertas libertades creativas para ensamblar mejor los relatos y descripciones de lo que fue la Guerra Cristera en México (1926–1929).

A este respecto, me preguntaba un catedrático español: «¿Cómo se explica que los mexicanos, siendo un pueblo pacífico, religioso y tranquilo, hayan tenido a estos gobernantes tan violentos y dictatoriales?». Le respondí que el llamado «Grupo de Sonora», encabezado por Álvaro Obregón, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles, habían tenido un papel protagónico en la Revolución Mexicana y, de hecho, habían desplazado –la mayoría de las veces con métodos sanguinarios– a otros líderes como Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Francisco Villa…

Procedían del llamado «México bronco», en el que imperaba la ley de las armas y que, además, su activa participación en la Revolución los había tornado más desalmados y despiadados. Por si fuera poco, se habían rodeado de seguidores todavía más radicales, como Tomás Garrido Canabal y el General Rodolfo Fierro, entre otros muchos.

¿Cuál fue la formación ideológica de Plutarco Elías Calles, Presidente de México durante esta conflagración fratricida en el segundo lustro de los años 20? Fue profesor de escuela. Recibió capacitación de otros intelectuales y pedagogos mexicanos que viajaron a París para adentrarse en el Positivismo de Augusto Comte.

Este filósofo francés recogía el pensamiento de la Ilustración y añadía que la religión era una etapa superada por la humanidad; que el progreso, la razón y la ciencia se oponían frontalmente a la fe; que la religión no era sino producto de la ignorancia y el fanatismo de los pueblos, y que había que crear una especie de nueva religión sociológica basada en una mera fraternidad universal.

Calles sentía fascinación por el fascismo del estadista italiano Benito Mussolini y, más tarde, por el nacionalsocialismo de Adolfo Hitler. De este último releía con frecuencia su libro «Mi Lucha». Todo ello fue fuente de inspiración para fundar el PNR (Partido Nacional Revolucionario), el embrión del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI) para crear un sistema de dictadura de partido político y con la finalidad de preservarse él mismo en el poder mediante la imposición de «presidentes–títeres», como Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez y consolidar su «Maximato».

También es de todos conocidos que el Presidente Calles tenía el Grado 33 dentro de la Masonería Mexicana y a esta sociedad secreta pertenecían otras figuras políticas destacadas de la época.

Desde que se redactó la Constitución de 1917 tuvo un tinte claramente anticlerical. Muchos de sus artículos resultaron abiertamente represores de la libertad religiosa y los derechos fundamentales de los ministros de culto y fieles católicos.

Pero Calles, no contento con eso, dio un paso más beligerante contra el catolicismo: reglamentó el artículo 130 constitucional para tener sojuzgada a la Iglesia con el objetivo de mermar su participación en la vida pública nacional. A muchos sacerdotes y religiosos los expulsó del país; estableció un control absoluto sobre sus bienes temporales; limitó en forma drástica el número de sacerdotes por cada estado y en Tabasco –por ejemplo–, se determinó que para ejercer su ministerio deberían casarse.

Esto lo describe magistralmente el escritor inglés, Graham Green en su conocida novela «El Poder y la Gloria», en la que describe las injusticias y los atropellos inimaginables contra la dignidad de los presbíteros y la libertad religiosa.

El mismo presidente anterior, el general Álvaro Obregón, calificó a Calles como «el turco torvo y siniestro» (por su ascendencia del Medio Oriente), que –con su mirada fija, dura e imperturbable– «había que cuidarse de él y sus turbias maquinaciones», les comentaba jocosamente a sus amigos políticos.

Lo cierto es que Calles, poco a poco, se fue obsesionando con una idea medular: había que acabar cuanto antes con el catolicismo en México, sin importar los medios ni métodos. Para él la religión era la causante de todos los males del país.

Una prueba más de su actitud agresiva contra la Jerarquía Eclesiástica y la Santa Sede fue su determinación de fundar, en 1925, la Iglesia Católica Nacional Mexicana e impuso como representante al Patriarca José Pérez. Con esta medida –según él– se resquebrajaría la unidad de la Iglesia Católica.

Las reacciones de los fieles creyentes no se hicieron esperar: hubo numerosas manifestaciones públicas y publicaciones de protesta. Al mismo tiempo, se fundó la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa.

Católicos como el profesor Anacleto González Flores propusieron la resistencia pacífica a través de un boicot económico, como por ejemplo: dejar de pagar impuestos, minimizar la adquisición de productos que comercializaba el gobierno, no comprar billetes de la Lotería Nacional, reducir al máximo el consumo de la gasolina… Y estas medidas surtieron un efecto importante, trastornando la economía del estado callista.

El presidente sonorense, al contemplar estos desafíos, desató toda su furia y violencia contra los ciudadanos: el ejército entraba en las iglesias –durante las celebraciones de la Santa Misa–, asesinaba a tiros al sacerdote y disparaba contra los fieles; clausuró las oficinas de la Liga Nacional; mandó encarcelar, torturar y asesinar a sacerdotes, religiosos y a sus principales líderes e ideólogos (entre ellos a González Flores); arrasó con iglesias, conventos y seminarios donde Calles sabía que había clérigos o una población eminentemente católica… Eran medidas punitivas para que sirvieran de escarmiento en los creyentes y que le tuvieran miedo.

Los actos de profanación de los templos se repitieron hasta la saciedad. Recuerdo haber observado unas fotografías en las que los soldados federales entraron en un templo, abrieron el Sagrario y pisotearon las Hostias con las pezuñas de sus caballos y, acto seguido, utilizaron el Altar para comer y emborracharse.

A raíz de estas acciones violentas e inéditas en México contra la Iglesia Católica, se desató la Guerra Cristera. Muchos campesinos y rancheros, fundamentalmente de los estados de Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes, Yucatán, Nayarit, Colima, Michoacán y Zacatecas, espontáneamente se alzaron en armas y organizaron una resistencia armada contra la represión del gobierno.

Al grito de: «¡Viva Cristo Rey!» y «¡Viva Santa María de Guadalupe!» se enfrentaron a los soldados federales. Eran católicos que sólo reclamaban su elemental derecho de la libertad de culto en México y que les dejaran practicar sus creencias tanto a ellos como a sus familias. «Luchamos por el honor y la dignidad y la herencia de libertad para nuestros hijos», sostenían.

Frente al inmenso poderío militar gubernamental, estos cristeros portaban modestas armas. Pero su mayor arma era su fe vibrante: rezaban antes de cada combate; algunos sacerdotes les celebraban Misas; portaban en sus pechos medallas del Sagrado Corazón de Jesús, de la Virgen María y crucifijos.

Las mujeres aliadas de esta causa tuvieron un papel fundamental, ya que les conseguían balas, alimentos, transmitían informaciones militares clave, atendían a los enfermos y heridos en los combates…

Se calcula que el número de soldados cristeros llegaron a 20 mil hombres y algunos generales, indignados por la prepotencia y el autoritarismo de Calles –como Enrique Gorostieta y muchos más–, decidieron organizar mejor esta resistencia armada con tácticas militares profesionales.

El resultado fue que en relativamente poco tiempo, los cristeros obtuvieron sonadas victorias frente a los federales y llegaron a poner en jaque al gobierno callista.

Después intervino el gobierno estadounidense para poner fin al conflicto. Fue así como se llegó a un convenio entre el gobierno y las autoridades eclesiásticas para que se volvieran a abrir al culto los templos y se permitiera ejercer libre y pacíficamente la religión.

Por desgracia no fue una solución de fondo, sino un mero «hacerse de la vista gorda» para que el gobierno no aplicara todo ese conjunto de leyes y reglamentaciones persecutorias, que tenían su origen en la Constitución de 1917.

Se les pidió a los soldados cristeros que depusieran las armas, supuestamente bajo la condición de que los federales cesarían en sus ataques, pero la realidad fue que Calles aprovechó esa oportunidad para cobrar una cruel venganza y arrasar con los cristeros, emprendiendo una auténtica «cacería de brujas».

En los años siguientes continuaron las medidas amenazadoras y agresivas contra el catolicismo, como las que realizó el presidente Lázaro Cárdenas, más tendientes a proporcionar a los niños y jóvenes una educación atea, socialista y anticlerical.

Fue hasta 1992, bajo el mandato de Carlos Salinas de Gortari en que se reformaron muchas de esas leyes persecutorias y se establecieron relaciones entre la Iglesia y el Estado. Pronto la Santa Sede nombró a un Nuncio y el gobierno a un embajador en el Estado Vaticano.

Sin embargo, hay todavía un largo camino por recorrer para que México tenga unas leyes plenamente respetuosas de la libertad religiosa de las diversas iglesias. Por ejemplo, entre otros muchos temas, en materia de medios de comunicación, hace falta que se permita legalmente a sacerdotes, religiosos y laicos tener programas de radio y televisión a través de los cuales puedan transmitir sus mensajes espirituales y pastorales con total libertad, como cualquier otro país tolerante y civilizado.

Por otra parte, hubo muchos mártires de la Guerra Cristera que ahora se veneran en los altares. Cito tan sólo algunos ejemplos:

– Los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta quienes fueron beatificados en 2005 en Guadalajara.

– El sacerdote Cristóbal Magallanes, que fue canonizado por el Beato Juan Pablo II en el año 2002. En su martirio pronunció unas palabras que me impresionaron hondamente: «Soy y muero inocente. Perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos».

– Luis Magaña Servín, Luis Padilla Gómez, los hermanos Ramón y Jorge Vargas González, José Sánchez del Río y Leonardo Pérez Larios fueron beatificados en 2005.

– Me parece que una mención especial la debe de tener el mártir Anacleto González Flores –también beatificado en 2005, posterior al Decreto firmado por Juan Pablo II en 2004–, considerado como el «Gandhi mexicano» porque enseñó pacíficamente la verdad y el bien con la palabra y sus escritos, con su vida ejemplar y con su sangre.

Cuando se desató la violencia de Calles contra los que defendían la libertad religiosa, el profesor Anacleto pronosticó: «De sobra sé que lo que va a comenzar para nosotros ahora es un calvario. Dispuestos hemos de estar a coger y llevar nuestra cruz. (…) Los convido a sacrificar su vida para salvar a México».

– Estas palabras del Padre Cristóbal Magallanes y de González Flores me hicieron recordar aquellos primeros siglos de la cruenta persecución contra el cristianismo en el Imperio Romano. Bajo el emperador Trajano, un obispo edificante, San Ignacio de Antioquía, fue condenado a muerte en Roma por ejercer su ministerio episcopal y predicar el Evangelio.

Para aumentar más su sufrimiento físico y moral, el emperador decidió que se trasladara a San Ignacio caminando fatigosamente desde Antioquía hasta Roma. El viaje duró muchas semanas. Por su paso lo consolaban los cristianos de las comunidades de Grecia e Italia, pero él se mantenía imperturbable y con una enorme visión sobrenatural respondía: «Soy trigo de Dios. Es preciso que sea molido por los dientes de las fieras, para convertirme en pan inmaculado de Cristo».

– Desde entonces se ha dicho que «la sangre de los mártires es semilla de los cristianos». ¿Cómo comprender a una persona que se entrega al martirio por su fe? Humanamente no tiene explicación. Se requiere una gracia extraordinaria del Señor para aceptar todo tipo de sufrimientos, humillaciones y torturas hasta culminar con la muerte heroica por amor a Dios.

  • A lo largo de XXI siglos en la historia del cristianismo, son muchos los que han pretendido aniquilar la doctrina de Jesucristo, pero cada vez que ocurre esto, la Iglesia de Cristo siempre ha salido fortalecida, crece la fe con obras en servicio del prójimo y se multiplican los cristianos.
  • La película «Cristiada» de ninguna manera pretende despertar o sembrar rencores, resentimientos o abrir viejas heridas, sino que es un planteamiento de un hecho real que ocurrió en la historia de México e invita a la reflexión.
  • Por muchas décadas se ha pretendido acallar, silenciar o minimizar, a través de los textos educativos, discursos políticos oficiales y algunos medios de comunicación, acerca de esta gesta en defensa de la fe de nuestro pueblo creyente.
  • Si leemos detenidamente los escritos de nuestros mártires cristeros siempre encontraremos algunas frases clave: la oración incesante clamando a Dios para conseguir la conversión de los que se dicen enemigos del catolicismo y tener la grandeza de ánimo, como el Maestro Jesucristo, para saber perdonarlos de todo corazón. Así como la petición porque su sangre derramada por Cristo sirva para fortalecer la unidad y la fe cristiana en las familias, en la sociedad y en las generaciones sucesivas de mexicanos.

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