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Una avería, y adiós a 94 embriones

La noticia saltó a la prensa italiana a finales del mes de marzo de 2012. En el hospital «San Filippo Neri» de Roma, una avería trajo como consecuencia la muerte de 94 embriones congelados.

El hecho se convirtió en una noticia polémica porque esos 94 embriones tenían unos padres interesados por ellos. Hubiera sido una noticia de menor importancia si se tratara de embriones abandonados y no deseados. Pero en uno u otro caso, estamos ante una situación que merece ser analizada en profundidad: ¿qué significa que existan embriones congelados en un hospital? ¿Y qué tipo de responsabilidades tienen quienes cuidan la vida de esos embriones?

La congelación de embriones surge a partir de las técnicas de fecundación en vitro. Cuando una pareja acude a las clínicas de reproducción artificial, puede recurrir, entre otros métodos y según la situación en la que se encuentra, a la fecundación in vitro (FIV, en inglés IVF), o a una variante de la misma, la ICSI (inyección intracitoplasmática de espermatozoides).

En muchos lugares, las clínicas recomiendan producir varios embriones y congelar algunos de ellos, para tenerlos así almacenados por si la pareja los desea en el futuro. De esta manera, si al transferir al seno materno uno o varios embriones éstos mueren, la pareja tiene a su disposición otros embriones listos para un nuevo intento.

Existen muchas implicaciones éticas en estos métodos. Hablar de embriones humanos significa hablar de hijos en sus primeras etapas de desarrollo. Es decir, no estamos ante un material biológico más o menos interesante, sino ante un ser humano en su fase inicial, aquella por la que la inmensa mayoría de nosotros transcurrimos, después de la fecundación, en el útero materno.

Se comprende, por lo mismo, que el recurso a estas técnicas implica un desorden grave. La fecundación humana no es un simple acontecimiento del mundo físico, ni puede ser dejada al control de lo que se haga o deje de hacer en los laboratorios.

Cada fecundación implica a dos personas, el padre y la madre, que desde su relación se abren a la llegada del hijo, respecto del cual tienen no sólo responsabilidades muy importantes, sino sobre todo una llamada al amor. Por lo mismo, como ya ha sido explicado en algunos documentos de la Iglesia (como las instrucciones «Donum vitae» y «Dignitas personae») el recurso a las técnicas de fecundación artificial no respeta ni la dignidad de la procreación humana ni el contexto adecuado que merece cada uno de los hijos.

Lo que acabamos de indicar cobra un significado especial a la hora de afrontar la congelación de embriones. ¿Es correcto mantener a un ser humano en un estado artificial de congelación? ¿Es sana una sociedad que permite el que los hijos puedan ser encerrados y «suspendidos» en su desarrollo natural con la ayuda de técnicas complejas y a muy baja temperatura?

Si volvemos la mirada hacia la instrucción «Donum vitae» (publicada en 1987) encontramos un juicio claro sobre la crioconservación de embriones: «La misma congelación de embriones, aunque se realice para mantener en vida al embrión –crioconservación–, constituye una ofensa al respeto debido a los seres humanos, por cuanto les expone a graves riesgos de muerte o de daño a la integridad física, les priva al menos temporalmente de la acogida y de la gestación materna, y les pone en una situación susceptible de nuevas lesiones y manipulaciones». El mismo juicio quedó recogido en la instrucción «Dignitas personae» (de 2008), en el n. 18.

El juicio negativo sobre la congelación de embriones se basa, por lo que acabamos de ver, en el respeto que merece cada hijo. Ese mismo respeto permite afrontar la segunda pregunta que indicamos al inicio de estas líneas: ¿qué tipo de responsabilidades tienen quienes cuidan la vida de esos embriones?

Las clínicas o centros de fertilidad han cometido un acto injusto al realizar la fecundación in vitro. El hecho de congelar algunos embriones «producidos» (la misma palabra indica el peligro de cosificar a estos seres humanos) añade un nuevo acto de injusticia sobre esos hijos. Pero una vez congelados, existe la responsabilidad de respetarlos y de ofrecerles las atenciones debidas a su dignidad humana.

En concreto, un hospital o centro sanitario que tenga congelados cientos de embriones ha de encontrar caminos adecuados para que pronto puedan nacer desde la responsabilidad de sus respectivos padres. Por lo mismo, si por omisión esos embriones llegasen a morir, se comete un grave acto de injusticia, sobre el cual no sólo el centro en cuestión, sino la misma sociedad, deben responder.

Se entienden, así, algunas reacciones de los padres de los embriones muertos en Italia según la noticia recogida al inicio de estas líneas. «Era mi última esperanza para tener un hijo». «Se esfumó mi sueño de ser madre». «Aquel embrión es tu tesoro, tu esperanza de una nueva vida, lo es todo» (cf. ABC, 2 de abril de 2012).

Un error llevó a la muerte de 94 embriones. Esos embriones estaban congelados por culpa de quienes recurrieron a una técnica que los produjo, los congeló y los almacenó sin respetarlos. Esos embriones, que son hijos, no sólo hacen llorar a sus padres, sino que interpelan a toda la sociedad.

No es sana una sociedad que permite este tipo de situaciones. Por lo mismo, cualquier acción orientada a concientizar a la gente de las injusticias que se comenten en muchos centros de fertilidad permitirá que estos hechos no se repitan y que cada vida humana inicie y sea acogida en el lugar que respeta verdaderamente su dignidad: desde el amor de los esposos y en el seno de su propia madre.

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