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Neurolibertad, ¿de verdad somos libres?

La cuestión de la libertad humana ha interesado desde los tiempos más remoto a los mejores espíritus. De una u otra forma está presente la contradicción y el escándalo entre determinismo y libre albedrío.

«Si la voluntad de los hombres fuese libre, es decir, si el hombre pudiera obrar a su antojo, la historia no sería más que una sucesión de azares sin conexión alguna entre sí. Si de cada período de mil años surgiera, entre un millón de hombres uno solo que tuviera la posibilidad de obrar de otra manera, es decir, de obrar libremente, es evidente que un solo acto libre de ese hombre, contrario a las leyes que gobiernan la conducta humana, destruiría la posibilidad de la existencia de leyes para la humanidad entera. Y si los actos de los hombres son dirigidos por una sola ley, no existiría el libre albedrío, pues la voluntad de los hombres estaría sometida a esta ley» (La guerra y la paz, editorial Porrúa, México 2004, p.1187-1188).

Así León Tolstói sintetiza, en la segunda parte del epílogo de su obra magistral titulada La Guerra y la paz, la conclusión filosófica a la cual llegó: «nos es necesario renunciar a esa libertad de la que tenemos conciencia y reconocer una dependencia que no sentimos» (La guerra y la paz, p.1203).

Tolstoi no podía imaginarse que después de más de un siglo, este mismo escepticismo en relación con la libertad humana pudiera volver a ponerse de moda.

Hoy en día la capacidad tecnológica de poder estudiar en vivo y visualizar las zonas de nuestro cerebro que se activan en determinadas circunstancias ha producido un verdadero mar de estudios de diferentes resultados.

La electroencefalografía y el desarrollo de las técnicas de neuroimagen (entre las cuales destaca la famosa fRMN o resonancia magnética funcional) no pudieron ser confinados a la mera, pero importantísima, área clínica útil para el diagnóstico de enfermedades a nivel cerebral. Del laboratorio estas tecnologías invadieron literalmente nuestra cotidianidad. Los estudios se multiplicaron de acuerdo a la fantasía y al genio de cada científico. Del querer comprender los fundamentos neurofisiológicos de actividades humanas como la memoria, el lenguaje, la visión, la personalidad, etcétera, se empezó a investigar uno de los rasgos más característicos de lo humano: su libertad.

Tanto que hoy parece que algunos resultados de la investigación neurocientífica soportan con fuerza el hecho de que el ser humano simplemente cree actuar libremente cuando en realidad está determinado por su cerebro.

El debate contemporáneo a este respecto fue muy bien resumido por Kerri Smith en un artículo publicado en la revista científica Nature al final de agosto de 2011 (Neuroscience vs philosophy: Taking aim at free will, Nature 477, 2011, pp. 23-25).

Los primeros experimentos que más han influido a la difusión de una visión neurodeterminista acerca del actuar libre del hombre fueron los que llevó a cabo Benjamin Libet en la década de los años 80. Los resultados de Libet fueron publicados en la revista Behavioral and Brain Sciences en 1985 (Unconscious cerebral initiative and the role of conscious will in voluntary action, volumen 8, pp. 529-566). El título del artículo pone de manifiesto la existencia de una «iniciativa cerebral inconsciente» que de algún modo tiene vinculada la voluntad consciente en el ámbito de la acción voluntaria.

Libet, fallecido el 23 de julio de 2007, había nacido en 1916 y era un neuropsicólogo, investigador del Departamento de Fisiología de la Universidad de California en San Francisco (EEUU). Se puede decir que gran parte del debate del cual nos estamos refiriendo se originó a raíz del clásicamente denominado «experimento de Libet». ¿De qué se trata?

Libet y colaboradores se apoyaban en el descubrimiento por parte de Hans Helmut Kornhuber y Lüder Deecke en 1965 de lo que ellos habían denominado en alemán «Bereitschaftspotential»: «readiness potential», en inglés, o potencial de preparación o disposición (PD), en castellano. El PD es un cambio eléctrico en determinadas áreas cerebrales que precede a la ejecución de una acción futura (H.H. Kornhuber und L. Deecke, Hirnpotentialänderungen bei Willkürbewegungen und passiven Bewegungen des Menschen: Bereitschaftpotential und reafferente Potentiale, Pflugers Archive für die Gesamte Physiologie des Menschen und der Tiere 284, 1965, pp. 1-17).

Libet empleó un aparato de electroencefalografía (EEG) con el cual registró la actividad cerebral de voluntarios al tomar una decisión libre, en el caso particular, la de mover un dedo. El estudio se realizó de la manera siguiente: los participantes tenían en una mano un reloj que podían parar con el impulso voluntario de un dedo; cuando los sujetos sentían la necesidad de mover los dedos de la mano libre, y lo quisieran hacer, tenían que parar el reloj. El experimento fue diseñado para conocer la relación temporal que existía entre el potencial de preparación (PD), la conciencia de la decisión de actuar, y la ejecución del movimiento. Se quería saber cuándo aparece el deseo consciente o la intención (de llevar a cabo una acción).

Los resultados fueron sorprendentes: existen unos potenciales corticales de preparación en la corteza motoria secundaria (corteza promotora) que preceden en aproximadamente 350 milisegundos a la acción consciente de realizar un movimiento voluntario.

Los datos de Libet fueron replicados y confirmados por Haggard y Eimer que los publicaron en 1999 (On the relation between brain potencials and the awereness of voluntary movements, Experimental Brain Reserch 126, 1999, pp. 128-133).

En 2008 John-Dylan Haynes, neurocientífico del Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences de Leipzig en Alemania, utilizando técnicas de neuroimagen (fRMN o resonancia magnética funcional), realizó una serie de experimentos más sofisticados demostrando que las intenciones estaban codificadas en la corteza motoria secundaria (frontopolar cortex) hasta siete segundos antes de que los participantes tomaran consciencia de sus mismas decisiones. En la práctica se concluía que la así llamada libertad humana sería tan solo una mera ilusión (Soon, C. S., Brass, M., Heinze, H.-J., Haynes, J.-D., Unconscious determinants of free decisions in human brain, Nature Neuroscience 11, 2008, pp. 543-545).

Recientemente estos resultados fueron confirmados por el estudio más actualizado en ese sector, publicado en junio de 2011. Doce estudiantes de la Universidad de Leipzig, hombres y mujeres, participaron como voluntarios. En las conclusiones, además de confirmar los datos publicados en 2008, se afirma: «estos resultados apoyan la conclusión de que la corteza premotora es parte de una red de regiones cerebrales que dan forma a las decisiones conscientes mucho antes de que se llegue al estado de conciencia de las mismas» (Bode, S. et al., Tracking the Unconscious Generation of Free Decisions Using UItra-High Field fMRI, PLoS ONE 6, 27 de junio de 2011).

¿Qué conclusiones se pueden extraer de estos datos experimentales? Es preciso reconocer que, al menos a primera vista, resultan sorprendentes. Lo que uno esperaría es que el área motora de la corteza premotora no se activara antes de ser conscientes de que decidimos ejecutar un movimiento. Sin embargo, la secuencia temporal parece indicar que el cerebro prepara el movimiento antes de que seamos conscientes de decidirlo.

En primer lugar, no cabe duda que estos resultados constituyen un gran avance en la investigación neurocientífica. Pero hay que cuidar la interpretación científica de los datos concretos y reales que, en no pocos casos, llega a una verdadera manipulación de los mismos. Lo que acabamos de considerar podría confirmar la creencia de que nuestro cerebro sea una mera máquina causal y que al explicar la acción libre no hace falta la conciencia. «Estamos en un sector de la ciencia moderna donde la rígida distinción entre ciencia y filosofía se revela artificial o, cuando menos, se pone en crisis», como bien afirman José Ignacio Murillo y José Manuel Giménez-Amaya (Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores, Acta Philosophica 11, 2008, pp. 291-306).

Son muchos los problemas ligados a estos experimentos. Hay todavía problemas técnicos que se debaten a nivel científico, especialmente los relativos a la medición de la experiencia subjetiva, la relación entre la conciencia y el tiempo, la manera de dibujar los experimentos, etcétera. Además, científicos de peso afirman que «la comprensión de cómo la conducta por iniciativa propia está codificada por los circuitos neuronales en el cerebro humano sigue siendo esquiva» (Fried, I., Mukamel, R., Kreiman, G., Internally Generated Preactivation of Single Neurons in Human Medial Frontal Cortex Predicts Volition, Neuron 69, 10 de febrero de 2011, pp. 548-562).

La neuróloga y filósofa Adina Roskies es una figura prominente en el debate neuroético que trabaja sobre el libre albedrío en el Dartmouth College en Hanover, New Hampshire (EEUU). Acerca del artículo de Kerri Smith comenta estas evidencias científicas afirmando que aunque la predicción sea notable, mejor que el azar, no es suficiente para afirmar que se pueda ver en el cerebro la decisión que la mente toma antes de su conciencia. Todo lo que sugieren estas pruebas empíricas es que hay factores físicos que influyen en la toma de decisiones, lo cual no debería sorprender.

Para los filósofos entrenados en ciencia, estos tipos de estudios no constituyen una buena evidencia de ausencia de libre albedrío. Estas experimentaciones son caricaturas de la toma de decisión porque incluso la decisión aparentemente más simple de tomar un té en vez de un café resulta mucho más compleja que decidir si empujar un botón con una mano o la otra (Neuroscience vs philosophy: Taking aim at free will, Nature 477, 2011, pp. 23-25). Estas críticas de Roskies resultan suficientes para contestar al prejuicio del mismo Libet que afirmaba: «es interesante que la mayor parte de las críticas negativas a nuestros descubrimientos y a sus implicaciones proceda de filósofos y de otros con una experiencia insignificante en la neurociencia experimental del cerebro» (B. Libet, The Timing of Mental Events: Libet’s Experimental Findings and Their Implications, Consciousness and Cognition 11, 2002, pp. 291-299).

En medio de este debate, ¿estamos hablando realmente de libertad humana?

Como hacen notar José Ignacio Murillo y José Manuel Giménez-Amaya en todos estos experimentos «la acción libre aparece como una causa, vinculada a la conciencia, capaz de modificar el mundo físico. Ahora bien, hay que tener en cuenta que esta definición de libertad, aunque pueda encontrarse en algunos autores modernos, no es la concepción clásica del libre albedrío» (Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores, Acta Philosophica 11, 2008, pp. 291-306).

La reflexión acerca de la libertad humana traspasa la historia como un hilo rojo. Sintetizador de una tradición milenaria, Tomás de Aquino trata esa temática en diversas obras. En primer lugar, cabe especificar que el hombre, juzgando acerca de su actuar en virtud de la razón, puede juzgar según su albedrío a diferencia de los animales, ya que conoce la naturaleza del fin (rationem finis) y los medios (quod est ad finem) y su relación mutua (De Veritate, q. 24, a.1). Así el hombre está dotado de libertad, es decir, es causa sui, siendo no simplemente causa de su movimiento, sino también causa de su mismo juicio en virtud del cual puede decidir si desea actuar y cómo realizar el acto. La misma conclusión se encuentra en la Suma de Teología, I parte, q. 83, a. 1.

La raíz de la libertad se encuentra en la razón poseída por el hombre. Esa lo distingue de los demás animales que actúan siguiendo su proprio juicio que, en ellos, está determinado a un solo objeto. Por lo tanto, no son libres. En los animales se da espontaneidad, no libre elección (De Veritate, q. 24, a.2).

Tomando pie de la proáiresis de Aristóteles, la libertad se puede definir como la propiedad específica de la voluntad humana (potencia o apetito racional) en orden a su acto característico que es la elección (De Veritate, q. 24, a. 6) y que consiste en la capacidad de actuar en virtud del conocimiento intelectual de lo bueno; o dicho con más precisión, del bien en cuanto bien.

Esa apertura de la voluntad en la elección caracteriza uno de los rasgos propios del ser humano. No cabe duda que esta indeterminación se lleva a cabo dentro de un margen de determinación, también cerebral, que está definido por los límites de la naturaleza humana misma y de lo que el hombre puede efectivamente obrar.

En definitiva, los experimentos neurocientíficos, puesto que no atañan ni un fin previamente conocido, ni la variedad de los medios para alcanzarlo (tampoco contemplan su relación mutua) no se están dirigiendo a la caracterización de la libertad humana. No está en juego una libre elección sino la ejecución de un simple acto privado de motivación alguna. No hay ninguna razón de bien de por medio.

Ayuda considerar también que en la actividad del hombre hay que distinguir dos cosas: la elección de las obras, siempre bajo el poder del hombre, y la gestión o ejecución de las mismas, no siempre bajo su poder. Por eso no se dice que el hombre es libre de sus acciones, sino que es libre de su elección, que es el juicio sobre el quehacer (De Veritate, q. 24, a.1, ad.1).

Hay que concluir como nos recuerdan José Ignacio Murillo y José Manuel Giménez-Amaya: «todo esto muestra, una vez más, que para llevar a cabo una aproximación experimental y científica a determinados problemas, como el de la libertad, conviene conocer lo que sobre este tema han dicho ya las diversas corrientes de la filosofía» (Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores, Acta Philosophica 11, 2008, pp. 291-306).

Las falsas interpretaciones de los resultados a nivel de electroencefalografía y de imágenes de resonancia magnética funcional no son desenmascaradas fácilmente por el público inexperto. Por eso, a la hora de interpretar los datos se requiere mucha prudencia y mucho equilibrio. Hay que recordar que la experiencia humana, justo por ser «humana», se caracteriza por una riqueza y complejidad notable, tanto que puede libremente afirmar que la libertad es una mera ilusión. El mismo León Tolstói lo reconocía: «cuando decimos: yo no soy libre, todo el mundo comprende que esta respuesta carente de lógica encierra la prueba indiscutible de la libertad» (La guerra y la paz, p. 1188).

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