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VII.- El sentido de la libertad

Terminamos este apartado haciendo algunas consideraciones sobre el sentido de la libertad humana.

El sentido dialéctico de la libertad

Una obra que ha pasado a la historia por el análisis psicológico, sutil y profundo de la libertad es El miedo a la libertad de E. Fromm, pensador alemán de origen judío que, penetrado de las tesis de Freud, aplicó el psicoanálisis al mundo más vasto de las relaciones sociales, ampliando el ámbito meramente biológico en el que se había situado el maestro del psicoanálisis .

E. Fromm, en la obra mencionada, nos ha hecho conscientes de que la libertad, a lo largo de la historia, ha seguido un curso dialéctico y paradójico en la alternancia de la libertad-de y la libertad-para. Al tiempo que el movimiento europeo de liberación, que él sitúa en el Renacimiento y en la Reforma, suponía la consecución de libertades en el campo cultural, civil y religioso, surgía en el hombre una sensación de soledad, inseguridad, duda y angustia, como si el hombre no supiera realizar entonces la libertad-para. Es como si la conciencia de las libertades a conseguir estuviese clara, y la meta a seguir en adelante se tomase insegura y difícil. Es como si se consiguieran libertades que luego no se sabían utilizar. El hombre, con el proceso libertador, va ganando en independencia y autonomía, al tiempo que se sumerge en la inseguridad, la soledad y la angustia.

Es interesante el análisis que a este respecto hace Fromm de Lutero y la agudeza con la que vislumbra en su alma de liberador la inseguridad y la angustia.

Es esta dialéctica entre la independencia y la angustia lo que, según E. Fromm, conduce a los hombres a claudicar de la libertad conseguida y a buscar el refugio en otras instancias que privan al hombre quizá de libertad, pero le prestan seguridad y amparo. El análisis de Fromm, a mi modo de ver, es certero por lo que se refiere al nazismo en lo que tiene de claudicación de la libertad personal por parte del pueblo alemán y lo es también en lo que se refiere al análisis de las democracias occidentales.

También éstas esconden en su seno una claudicación de la libertad. El hombre de nuestras de­mocracias se ha sacudido el yugo de la falta de las libertades políticas, pero ha entrado en nuevas formas de esclavitud y servidumbre. Hoy en día el control social llega hasta la intimidad misma de los individuos. Hay una forma de pensar impuesta desde la moda y los medios de comunicación social, una continua presión social que impide la espontaneidad y obliga a la persona a ofrecer la imagen que de ella se espera mediante un sentimiento inconsciente de autodefensa, y por la aceptación de los criterios que imperan en el ambiente. El hombre de hoy vive prisionero de la prisa y de sus ambiciones para conseguir bienes puramente materiales. En una palabra, también el hombre de hoy ha vendido su libertad. Al final, se prefiere la aprobación por parte del ambiente y de la cultura circundante a vivir la libertad en todas sus exigencias.

Pero ¿por qué esto es así? ¿Por qué el hombre claudica de su libertad una vez que ha conseguido logros humanos y sociales innegables? ¿Cómo salir de esta situación y de este dilema? En verdad, uno que ha seguido con interés la lectura de la obra mencionada de Fromm, no puede menos de decepcionarse cuando descubre la solución que propone: dejar a la espontaneidad las potencialidades humanas. «La libertad positiva –dice– consiste en la actividad espontánea de la personalidad total integrada», en ser espontáneo, en exponer libremente la propia voluntad. Ciertamente, se nos antoja ésta una libertad utópica y falta de realismo. Que el hombre consiga la libertad auténtica dejándose llevar de la espontaneidad de sus potencialidades, es algo que va en contra incluso de la experiencia más íntima de todos nosotros.

Otro pensador moderno, también de origen judío y relacionado con Freud, V. Frankl, que a diferencia de E. Fromm, huido a Estados Unidos en los tiempos del nazismo, tuvo que sufrir en su carne los horrores de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau y que vivió, como él confiesa, situaciones límite de sufrimiento y angustia, nos ha ofrecido otro concepto de libertad, mucho más auténtico y real Viene a decirnos el pensador de Viena:

«En las situaciones extremas (se refiere a las experiencias del campo de concentración) somos conscientes de que la vida tiene un sentido único y que en cada momento nos ofrece la oportunidad, también única, de hacer algo que valga la pena. Una de las lecciones más importantes que aprendí en el campo fue que sólo quienes estaban orientados hacia una tarea que les esperaba, hacia una misión que tenían que cumplir en la vida, demostraban mayor capacidad de sobrevivir. Cuando hay un porqué para vivir se aguanta también cualquier cómo».

V. Frankl, a diferencia de Freud, ha venido a explicar que el sexo no es la dimensión más importante del hombre, sino la dimensión trascendente, la posibilidad de poseer un sentido último que dé razón de todo lo que hacemos. Cuando el hombre carece de este sentido, enferma, y cae así en la enfermedad típica de nuestro tiempo que es la angustia: angustia que surge de la pérdida del sentido de trascendencia.

El hombre de hoy, dice Frankl, ha olvidado la tradición y con ello los valores que le dicen lo que tiene que hacer. El hombre de hoy ha vuelto la espalda a Dios y ha llegado así al desprecio de la vida. El hombre no tiene ya una tarea noble a la que entregarse, sino que dedica todas sus fuerzas y energías a contemplarse a sí mismo. Y cuanto más se observa una persona a sí misma, más neurótica se vuelve. El hombre de hoy ha erigido en Nueva York una estatua de la libertad sin haber erigido otra a la responsabilidad. Por ello, falta el concepto auténtico de la libertad: «la esencia misma de la existencia humana está en la capacidad de ser responsables» .

El hombre se salva, continúa Frankl, en la medida en que tiene delante una buena tarea, tarea trascendente que le lleve a dar lo mejor de sí mismo. Si no la tiene, el hombre enferma. Las neurosis de hoy en día son neurosis noógenas, dice, neurosis del nous (entendimiento), es decir, neurosis que tienen sus causas últimas en la falta de sentido último para la vida. Por ello afirma agudamente que la felicidad es algo que no se debe buscar nunca directamente, sólo puede venir como consecuencia de haber entregado lo mejor de nosotros mismos a una causa noble.

El concepto moderno de libertad

Estas reflexiones nos invitan, por tanto, a profundizar sobre el concepto moderno de libertad. Una libertad que, como hoy en día, se propone como fin de sí misma, ¿de dónde ha nacido el último término? ¿Cuál es su origen? ¿Acaso el pensamiento cristiano? Creo que examinar esto es decisivo para que no nos llevemos a engaño ante la magia falaz del concepto moderno de libertad.

Un representante genuino de este concepto es, sin duda, J. P Sartre. Este filósofo francés, que eliminó a Dios como fuente última de los valores del hombre, puso en el hombre el origen y la finalidad misma de la libertad; una libertad que no tiene otras limitaciones que las que él se impone:

«El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de su existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él hace. Éste es el primer principio del existencialismo».

Haciéndose eco de la frase de Dostoievsky «Si Dios no existe, todo está permitido», comenta el filósofo francés: «En efecto, todo está permitido si Dios no existe, y en consecuencia está el hombre abandonado, porque no encuentra en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse… El hombre está con­denado a ser libre» con una libertad que inventa y crea los valores. Cuando elegimos un valor, lo creamos; damos cuenta de que vale precisamente porque lo hemos elegido. He aquí el hombre moderno, dotado de una concepción de la libertad absoluta porque no acepta a Dios como fundamento último de los valores. Éste es el concepto de libertad que hoy se propone. Habrá limitaciones obvias (Sartre también las admitía) porque convivimos con otros hombres, pero estas limitaciones no son otras que las que se establecen por vía de consenso. En una palabra, surge así una concepción de sociedad que no tiene otros dogmas que el respeto mutuo y la no violencia. No se le pidan más valores a nuestra sociedad.

¿Dónde está la raíz última de este concepto de libertad? A mi modo de ver, está en el positivismo liberal de la Ilustración. Este liberalismo tuvo de bueno el traernos una declaración de los derechos humanos presentándose así como la gran revolución europea (sin duda lo es mucho más que la marxista): un liberalismo que, junto con su lado bueno, presentaba otro negativo: una ausencia de metafísica y una incapacidad de fundamentación objetiva de los derechos que predicaba y, por supuesto, una ausencia de proyecto trascendente para la persona humana.

El padre Valverde ha sintetizado bien las claves de este movimiento del que dice que es tolerante no tanto por el respeto a la dignidad de la persona humana, hija de Dios, dotada de inteligencia y libertad, sino por la inseguridad de sus convicciones He aquí los principios del liberalismo positivista tal como los sintetiza el padre Valverde:

  • El positivismo liberal no acepta otro principio de conocimiento que el empírico. Se suprimen la metafísica y la fe como ámbitos del conocimiento humano.
  • Niega la existencia del pecado original y, en consecuencia, la tendencia al mal que se da en el corazón humano. Pensemos en Rousseau: el hombre rusioniano es un hombre naturalmente bueno, sin lacra alguna.
  • Tiene como fin el establecimiento de un paraíso aquí en la tierra.
  • No niega la existencia de Dios, pero se trata del Dios del deísmo, el Dios del Olimpo, un Dios que no interviene en la vida humana y que tampoco funda los valores espirituales.
  • La moral, por lo tanto, es absolutamente autónoma, tal como lo establece Kant en la Critica de la razón práctica
  • No hay ley natural ni concepción objetiva del derecho natural. En la vida ética no hay más límites que los positivamente establecidos en relación con la libertad de los demás.

Como se puede ver, aparte del reconocimiento positivo que nos merece la Ilustración en cuanto a la defensa de una serie de derechos, el concepto que se propone de la libertad ; el de una libertad fin de sí misma. Es una libertad-de, una libertad que no tiene otro fin que el máximo disfrute de la vida humana; una libertad que, en el fondo, tendría que ser corregida por la revolución marxista y que tendrá que ser corregida perpetuamente porque es la libertad del narcisismo, la libertad del hedonismo, no la libertad capaz de pedir al hombre lo mejor de sí mismo por el bien y la verdad objetivas.

Ahí está la razón del fracaso de nuestro concepto moderno de libertad. Hay que decirlo con toda claridad y sin ambages la libertad no libera, libera la verdad. La libertad es un instrumento necesario e imprescindible en toda acción humana pero lo es sólo como instrumento en orden a seguir las exigencias auténticas de la verdad. Si no es con la verdad, la libertad pierde su propio rumbo y su propio sentido.

El Vaticano II ha recordado que la esencia del error de este concepto de libertad es hacer del hombre el fin de sí mismo y por ello afirma:

«La libertad humana con frecuencia se debilita cuando el hombre cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece cuando el hombre, satisfecho por una vida demasiado fácil, se encierra como en una dorada soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social, toma sobre sí las múltiples exigencias de la convivencia humana y se obliga al servicio de la comunidad en la que vive» (GS, 31).

Dice así también la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la Libertad cristiana y la liberación (el llamado «segundo documento»):

«Cuando el hombre quiere librarse de la obligación moral y hacerse independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye. Al escapar del alcance de la verdad, viene a ser presa de la arbitrariedad; entre los hombres, las relaciones fraternales se han abolido para dar paso al temor, al odio y al miedo».

Éste es, pues, el sentido de la libertad: el ser instrumento de la verdad, del bien y de la belleza. Pero ¿puede el hombre cumplir todas las exigencias de la verdad?

El sentido cristiano de la libertad

Ya decíamos anteriormente que el hombre, herido por el pecado original, no puede cumplir todas las exigencias de la ley natural. El hombre, recordaba san Pablo, termina esclavo del pecado si no es sanado por la gracia de Cristo. Es con la gracia de Cristo como el hombre se hace verdaderamente libre, porque entonces puede cumplir su vocación de verdad en toda su integridad. Con Cristo encuentra el hombre la clave de su integración perfecta y la posibilidad de recuperar el equilibrio perdido por el pe­cado. El hombre sin Cristo termina esclavo del pecado y en él y por él encuentra la libertad auténtica que es la libertad del pecado. Cristo libera así nuestra libertad, dando al hombre una capacidad de amor con la cual puede vencer el mal a base de bien. El hombre se libera por ello de su radical egoísmo y entiende la vida desde una capacidad de amor que le supera y que sólo como don puede recibir.

Efectivamente, no somos libres para hacer lo que queramos (Ga 5, 13), sino libres para el amor y el servicio. Es aquí donde entra el don de Cristo, el don de la gracia, que nos permite poder vencer el pecado y servir al bien, la verdad y la justicia. Es Cristo el que nos hace internamente libres, dado que con Cristo el hombre puede vencer la fuerza del mal y del pecado. Justamente cuando el hombre se entrega a Cristo, cuando se deja llevar por él hacia el bien y la verdad, es cuando es verdaderamente libre. Desde Cristo vencemos el pecado, y un día, mediante la participación en su resurrección, venceremos también definitivamente al sufrimiento. La filosofía de inspiración cristiana es una filosofía de la creación, de la persona y de la historia. La filosofía griega era fundamentalmente una filosofía de la naturaleza y del movimiento, de modo que hay tres conceptos que el cristianismo no debe a la filosofía griega: los conceptos de creación, de persona y de historia. El concepto de creación da una amplitud de horizonte insospechado a la filosofía: Dios no es ya el primer motor que se limita a empujar a substancias a las que no les ha dado el ser, sino el Absoluto increado que da el ser a todo lo que existe. Se llega con ello a un concepto de participación del ser que era desconocido hasta entonces. Los seres de este mundo tienen una autonomía legítima, pero no independientemente del Creador del que reciben su ser conti­nuamente. En consecuencia, la analogía del ser será uno de los conceptos clave del cristianismo. Otro tanto ocurre con el concepto de persona. Es cierto que el mundo griego había hablado ya del alma, pero el cristianismo influyó mucho más que la filosofía helénica en la clarificación de la espiritualidad trascendente del hombre. Pero, aún más, al cristianismo se debe el que el hombre sea visto como persona y no sólo como naturaleza, como un yo personal dotado de una naturaleza corpóreo-espiritual e interlocutor del yo divino. El personalismo debe así su origen al cristianismo, si bien en la actualidad la persona humana es frecuentemente desprovista de una naturaleza creada por Dios y como determinante por sí misma del bien y del mal al margen de él. Es así como se compromete la existencia de una moral objetiva y de valor universal.

Por último, ya no es el destino el que domina la historia del hombre. El hombre, dotado de libertad, construye su propia historia en una dinámica de perfeccionamiento de su naturaleza, en conexión con los demás hombres y en estrecha relación con la naturaleza inanimada, de modo que proyecta un futuro de perfección que dé sentido a su existencia. Herido por el pecado, puede hacer fracasar la historia, de modo que sólo por la gracia podrá resarcirse de sus heridas y llegar a la visión de Dios que colme totalmente su ansia de infinito, que por sí mismo no puede llenar. Sólo la visión de Dios puede ser el fin pleno y último de la historia. Todavía tenemos que analizar más a fondo la unidad del cuerpo y alma enmarcándola en el concepto de persona que debemos a la Cristología y que nos permite hablar de unidad hipostática de cuerpo y alma en el hombre.

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