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La responsabilidad de la Escuela Católica
Una buena parte de la responsabilidad de la actual crisis educativa en España corresponde a las escuelas católicas. Y se lo voy a explicar claramente recurriendo a la parábola de la vid y los sarmientos. Cuando los sarmientos se separan de la vid, dejan de dar fruto. Y, ¿para qué sirven entonces? Para echarlos al fuego. ¿Tengo que explicárselo?
Miren ustedes: después del Concilio Vaticano II, una buena parte de los teólogos – los llamados «liberales» y los de la «liberación» – interpretaron que había dos iglesias: la «institucional» – o sea la jerárquica, con el Papa y los obispos al frente – y la «iglesia de los pobres». Y claro está, entre ellas se establece una relación dialéctica, al más puro estilo marxista. Por supuesto que para estos teólogos antes citados, la iglesia «fetén» es la suya, que propone un magisterio alternativo y, curiosamente, absolutamente opuesto al que la Santa Madre Iglesia lleva predicando desde hace unos dos mil y pico años. Estos señores son partidarios del sacerdocio femenino, de proponer un celibato «opcional» para los sacerdotes, del matrimonio homosexual y de toda una serie de lindezas que se oponen abiertamente al magisterio eclesial. Son herejes de los de toda la vida, pero estos no se van, porque a dónde iban a ir y quién les iba a seguir el rollo. Estos tipos, que han llegado a justificar el aborto o a defender la eutanasia públicamente, no son católicos, pero se empeñan en defender que quien no es católico es el Papa. Pues allá ellos.
El problema es que esta especie de magisterio alternativo progre-ecologista-feminista-marxista ha tenido una especial acogida en muchas órdenes religiosas. Y por supuesto estas ideas han ido llegando a los colegios que rigen estas órdenes, tanto masculinas como femeninas. Las consecuencias han sido y están siendo devastadoras: pérdida del fervor religioso, adulteración de los sacramentos y de la liturgia, desprecio de la «religiosidad tradicional» (oración vocal, devoción a la Virgen, rosario). Pero lo peor de todo es que estos colegios ya no son propiamente católicos, porque lo que predican muchas veces no es la fe de la Iglesia. Predican una especie de humanismo cristiano «light», con una gran insistencia – como es lógico en marxistas como ellos – en las cuestiones sociales y una nula incidencia en la moral personal. El pecado es un pecado siempre «estructural» que consiste en que los pobres están oprimidos por los opresores capitalistas y lo que hay que hacer es luchar por la liberación de los explotados, acabando con el sistema capitalista. Hasta aquí, de acuerdo. Pero, ¿no vamos más allá? Porque si nos quedamos en ese análisis, en poco nos diferenciamos del comunismo clásico. Estos señores lo que pretenden es «humanizar» tanto a Cristo, que lo quieren convertir en un líder socialista a lo «Che Guevara». De hecho, muchos de estos «teólogos» han terminado por empuñar las armas y dejar la sotana: eso por lo menos es coherente. El problema está en que la mayoría, en lugar de afiliarse al Partido Comunista, siguen ejerciendo de sacerdotes y acaban causando estragos entre la fe del pueblo sencillo. No seré yo quien cuestione la necesaria opción preferencial por los pobres ni quien dude de que sufrimos un pecado estructural en las relaciones sociales. Que se lo cuenten a Caritas. Pero también hay un pecado individual que afecta a nuestra libertad personal y que no está reñido con la opción por los más desfavorecidos. El problema es que el demonio sabe mucho de teología y trata de utilizar las Sagradas Escrituras para alejarnos de Dios: ya lo hizo con Jesús en las tentaciones del desierto. Porque claro, para estos religiosos a los que me estoy refiriendo (obviamente no son todos los religiosos, faltaría más), la eucaristía es un conjunto de «símbolos», pero lo de la presencia real de Cristo en el pan y el vino, sería discutible. Y eso de adorar a Cristo Eucaristía es algo rancio y anticuado que no va con los signos de los tiempos. Y confesarse con un sacerdote, ¿para qué? Estos curas, frailes y monjas a los que me estoy refiriendo predican una religión en la que Dios no es Alguien que vive, sino pura ideología. Y así nos va: ¿cuántos católicos practicantes salen de los colegios católicos después de diez o doce años en sus aulas? Lo lógico es que salgan agnósticos revolucionarios o ateos militantes. Y así es, desgraciadamente en la mayoría de los casos. Insisto en que toda generalización es injusta. Pero las cosas son como son.
La cuestión ha llegado a tal punto, que el Santo Padre, en los últimos años, se ha referido reiteradas veces a lo que él ha calificado como «emergencia educativa». «En nuestras escuelas y universidades, ¿es tangible la fe?», ha preguntado con insistencia Benedicto XVI. Pues en muchos casos, desgraciadamente, no. Es más tangible el marxismo, el feminismo radical o el ecologismo político que la fe en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados y para nuestra salvación. Pero claro: la resurrección también es algo «simbólico». En realidad, para estos teólogos a los que me estoy refiriendo, la resurrección de Cristo es como la de la Pasionaria: como ella, sigue vivo, pero en el recuerdo y el corazón de sus partidarios. Pero no es algo «real», claro está. Es una reconstrucción de la Iglesia Primitiva, un invento de los primeros cristiano para consolarse de la pérdida del Maestro y seguir adelante con su misión liberadora. Algo que se parece más a las peregrinaciones para visitar la momia de Lenin que a otra cosa, porque Lenin también vive en el recuerdo y en el corazón de todo buen comunista. Faltaría más. Por eso, en España los colegios católicos han tragado con la Educación para la Ciudadanía zapateril, en abierta oposición a la Conferencia Episcopal, con el «carca» de Rouco Varela a la cabeza (una de sus obsesiones). ¿Cómo no iban a aceptar esa asignatura de adoctrinamiento socialista? ¡Si es lo que estos religiosos en muchos casos llevan predicando desde hace años! (insisto una vez más en que no generalizo y que cada palo aguante su vela). La mayoría de los colegios católicos en poco se diferencian de las escuelas públicas dominadas ideológicamente por profesores «progresistas» y materialistas. Yo he visto planes de educación afectivo sexuales en escuelas supuestamente católicas que habrían causado escándalo y sonrojo por sus contenidos en cualquier instituto: relativismo moral, ideología de género, hedonismo manifiesto, ideología gay, aceptación del aborto y de los anticonceptivos…
Las consecuencias también las están pagando las propias órdenes religiosas con unas caídas espectaculares en su número de vocaciones. Porque, si los sarmientos se apartan de la vid, que es Cristo y su Iglesia, el sarmiento se seca. Y muchas órdenes religiosas, que han prestado un servicio impagable a la Iglesia a lo largo de siglos de existencia, están en vías de desaparición porque han dejado de tener sentido y se han alejado del carisma de su fundadores, en su mayoría santos.
La Iglesia necesita recuperar las escuelas confesionalmente católicas como medios imprescindibles para la nueva evangelización a la que nos está llamando a todos. La escuela católica debe transmitir el mensaje de Jesucristo y el magisterio de la Iglesia a sus alumnos, pero también a las familias que acuden a ellas. No se puede seguir estafando a la gente y vender como «católico» lo que no lo es.
Necesitamos profesores y maestros católicos que vivan su fe en comunión con la Iglesia y que sepan transmitir esa fe de la Iglesia a sus alumnos: sin glosas. No hay que adaptar el mensaje de Cristo a la sociedad: el mensaje de Nuestro Señor siempre es actual, exigente y novedoso. No hay que edulcorarlo, sino presentarlo como el camino que nos puede conducir a la plenitud en esta vida y en la otra. Por caridad, tenemos la obligación de intentar conducir las almas de nuestros niño y de sus padres a Cristo. Esa es nuestra misión: ser santos y educar a los demás para la santidad, con la Gracia de Dios. Debemos enseñar el valor del amor a Dios y al prójimo, mostrándolo con nuestras palabras y nuestras obras. Y eso, sin imponer nada a nadie: la fe se propone; no se impone. No estoy propugnando ninguna vuelta al pasado del nacional-catolicismo ni un catolicismo fanático ni integrismos ni nada por el estilo. Estoy pidiendo que las escuelas católicas sean católicas. Ni más ni menos. Que los sacramentos de la Iglesia, sean sacramentos; que la liturgia se atenga a lo que tiene que ser; que la moral que se presente en nuestros colegios sea la que predica nuestro Catecismo y no la que propugnael lobby gay; y que el Cristo que se anuncie sea el que predica la Santa Madre Iglesia: el que murió y el que vive de verdad hoy, en medio de nosotros.
En definitiva, la Iglesia necesita escuelas auténticamente católicas y la sociedad, también. En una época como la que nos ha tocado vivir, marcada por la desesperación, la crisis, el hastío y la falta de sentido, Cristo se presenta – como siempre ha sido – como el único camino hacia la felicidad, la única verdad que puede orientar nuestra existencia y la única vida que merece la pena ser vivida. El Maestro de Nazaret sigue vivo y Él es nuestra esperanza en medio de tanta oscuridad: «No tengáis miedo».
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