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Gianna Beretta: una mártir de la maternidad
Ahora que su cumplen cinco años desde que fue legalizado el aborto en el Distrito Federal con mujeres de hasta 12 semanas de embarazo, en diversas fuentes confirmé la información, que en sólo ese período tan corto de tiempo se han provocado más de 77 mil 500 abortos en la capital de la república mexicana.
La verdad es que resulta una cifra escalofriante. Es como si se aniquilaran a los habitantes de una ciudad entera. Con el agravante de ser niños inocentes, que no se pueden defender por sus propios medios y que, además, todos los que practican o promueven el aborto saben, de antemano, que lo que hay dentro del seno materno es un ser humano.
Basta con comprobarlo con un ultrasonido o leer un elemental tratado de Bioética o Genética. Y es que desde que el óvulo es fecundado, la niña o el niño siguen un proceso ininterrumpido de crecimiento y desarrollo hasta su nacimiento -normalmente- a los nueve meses.
Además, como acertadamente señala el doctor Jesús Kumate, prestigiado investigador científico y antiguo Secretario de Salud, esa evolución orgánica y neurológica continúa durante la niñez, la adolescencia, la juventud e incluso hasta la madurez.
Por contraste, se cumplen 50 años en que una madre italiana llamada Gianna Beretta Molla (1922-1962) prefirió morir antes que abortar la criatura de sus entrañas.
Ella era ama de casa. Antes de casarse hizo estudios de Medicina y Pediatría. Tenía una personalidad fuerte y equilibrada. Entre sus aficiones se encontraban: escalar montañas y era una esquiadora experimentada. Le gustaba pintar, tocar el piano, asistir al teatro.
Era una ejemplar y fervorosa católica: cumplía con sus deberes religiosos, acostumbraba dar conferencias de orientación para los jóvenes, realizar obras sociales en ayuda de los ancianos…
Se casó con Pietro Molla, director de una empresa industrial en Milán. Tuvieron cuatro hijos: Pierluigi, Maria Zita, Laura Enrica y Giannina.
En las clases preparatorias para recibir el Sacramento del Matrimonio, Gianna recuerda vivamente un consejo que le dieron: «No puedes adentrarte en el camino matrimonial, si no sabes realmente amar».
Su esposo, Pietro, aún conserva con cariño una carta que ella le envió cuando eran todavía novios y le escribía: «Querría hacerte feliz y ser la esposa que tú deseas: buena, comprensiva, preparada para los sacrificios que la vida nos pida. Quiero formar una familia verdaderamente cristiana».
Durante los casi siete años de matrimonio, su esposo recuerda que Gianna era particularmente responsable y trabajadora; plenamente entregada en las tareas del hogar y la atención esmerada por sus hijos. Quienes la conocieron relatan que era una mujer afectuosa, alegre, simpática, normal.
Con el embarazo de la última hija, Giannina, le surgió un fibroma en el útero que amenazaba la vida de su pequeña. El médico que la atendía le dijo dos cosas que la impactaron: 1) que habría que extraerle el tumor rápidamente; 2) que la solución más «práctica y segura» sería practicarle un aborto.
Le faltó tiempo a Gianna para responderle de inmediato al galeno: «Eso no lo permitiré jamás. No se preocupe por mí, basta que vaya bien el bebé». El 6 de septiembre de 1961 se sometió a la operación. El 21 de abril de 1962 dio luz a su hija Giannina. Una semana después, la madre murió a consecuencia de las complicaciones posteriores al parto.
«Gianna Beretta –comenta el presbítero y doctor Rafael Arce Gargollo- se convirtió en mártir del amor materno». Es decir, que era tan grande su amor a Dios, a su esposo y a sus hijos, que no le importó dar su vida a cambio de que su pequeña Giannina naciera bien y saludable.
En 1978, el arzobispo de Milán y otros 16 obispos más de la Conferencia de Obispos de Lombardía, pidieron la introducción del proceso de beatificación de esta mujer que fue declarada -con justicia- «ejemplo de gran actualidad en este mundo nuestro, donde el derecho a la vida se desconoce y se niega».
El 16 de mayo de 2004, el beato Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro, la añadió al catálogo de los santos y declaró solemnemente que «Gianna Beretta Molla, de ahora en adelante pueda ser llamada santa y se pueda celebrar su fiesta todos los años en los lugares y del modo establecido por el Derecho».
Años antes, el Santo Padre había afirmado en un discurso a las familias en Madrid: «Quien negare la defensa de la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida, aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación al orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad».
«¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vida humanas indefensas?» (2-XI-1982).
Aquel inolvidable día, la Plaza de San Pedro se encontraba abarrotada por miles de peregrinos -venidos de los puntos más distantes- que aplaudían emocionados. Y además, ¿quiénes estaban en un lugar especial, cerca del Papa, aquel luminoso 16 de mayo, en que fue canonizada esta encomiable madre y esposa? Naturalmente, su esposo Pietro y sus hijos.
Giannina –ya en ese entonces, con más de 40 años- no cabía de gozo y agradecimiento para con su madre, porque además de haber dado su vida por ella, ahora era llevada a los altares y venerada como santa por este acto heroico y por su admirable testimonio de vida cristiana para las mujeres de nuestra época.
Me resulta particularmente conmovedor, el testimonio de su hija Laura, quien escribió: «Estoy segura de que el ejemplo de mamá, que ahora muchos conocen, servirá para confortar a todas las madres que se encuentren en las mismas condiciones. Puedo asegurar que estoy verdaderamente orgullosa de haber tenido una madre con tanto coraje: que supo vivir como Dios quería, y ha servido a la Humanidad con su ejemplo y con sus obras».
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