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Un lugar donde quedarse (This must be the place)

Un lugar donde quedarse

Título Original: This Must Be the Place
Director:
Paolo Sorrentino.
Intérpretes: Sean Penn, Frances McDormand, Eve Hewson, Judd Hirsch, Kerry Condon, Harry Dean Stanton, Joyce Van Patten, David Byrne.
Producción: Francesca Cima, Nicola Giuliano y Andrea Occhipinti para Indigo Film, Lucky Red, Medusa Film, France 2 Cinéma, ARP Sélection y Element Pictures.
Música: David Byrne, con letras de Will Oldham.
Fotografía: Luca Bigazzi.
Montaje: Cristiano Travaglioli.
Diseño de producción: Stefania Cella.
Vestuario: Karen Patch.
Distribuidora: Alta Classics.
Estreno en España: 11 Mayo 2012.
Países: Italia, Francia e Irlanda.
Año: 2011.
Duración: 118 min.
Género: Drama.

Sinopsis

«Un lugar donde quedarse (This must be the place)» nos cuenta la historia de Cheyenne, un judío cincuentón, antigua estrella del rock, que sigue la estética gótica y lleva una vida aburrida de prejubilado en Dublín. La muerte de su padre, con el que hacía tiempo que no se trataba, le lleva de vuelta a Nueva York, donde, a través de la lectura de algunos diarios, reconstruye la vida de su padre en los últimos treinta años, en los que se dedicó a buscar obsesivamente a un criminal nazi que se había refugiado en Estados Unidos. Con una inexorable lentitud y sin capacitación alguna como investigador, Cheyenne, contra toda lógica, decide continuar la tarea de su padre y emprende la búsqueda del nonagenario alemán a través de Estados Unidos.

Críticas

[Jerónimo José Martín - COPE]

Cheyenne (Sean Penn) es un judío cincuentón, antigua estrella del rock, infantil y depresivo, que sigue vistiendo al más duro estilo gótico y arrastra su aburrimiento por Dublín junto a su activa y cariñosa esposa Jane (Frances McDormand), que es bombero de la ciudad. La muerte de su padre, con el que hacía treinta años que no hablaba, le lleva de vuelta a Nueva York. Allí descubre que su padre dedicó su vida a buscar obsesivamente a un oficial nazi que le humilló en Auschwitz y que se refugió en Estados Unidos. Con su inexorable lentitud y su aparente incapacidad como investigador, Cheyenne reemprende la búsqueda del nonagenario alemán.

La languidez de Wim Wenders en París, Texas y el surreal hiperrealismo de David Lynch en Una historia verdadera se dan la mano en esta singular película de Paolo Sorrentino (Las consecuencias del amor, Il Divo), uno de los más destacados cineastas italianos actuales. Se trata de una hipnótica road-movie de maduración y redención, en la que el entrañable protagonista constata el vacío de su adinerada existencia, identifica valientemente las causas del mismo -la fama, las drogas, el desarraigo, la falta de trascendencia.- e intenta llenarlo ayudando a los demás, ejercitando de algún modo su ansiada paternidad y reconciliándose post mortem con su padre recorriendo la senda del perdón que él debería haber realizado.

Todos estos interesantes temas y algún otro los traduce Sorrentino en una lenta y contemplativa puesta en escena, de jugosa planificación, precioso acompañamiento musical y bella fotografía -a cargo de Luca Bigazzi-, que le permite saltar del drama a la comedia con gran agilidad y notable intensidad emocional. Llenan de humanidad la propuesta unos intérpretes excelentes, entre los que destacan Frances McDormand, la joven Eve Hewson -hija de Bono, el cantante de U2- y un Sean Penn apabullante, que hace creíble y cercano a un personaje aparentemente imposible.

[Mª Ángeles Almacellas - Colaboradora de CinemaNet]

Un lugar donde quedarse (This must be the place) nos cuenta la historia de Cheyenne, un judío cincuentón, antigua estrella del rock, que a pesar de haber abandonado la música y los escenarios desde hace veinte años, ha quedado encarcelado en su personaje: tiene el pelo largo y negro, y cada mañana se maquilla como si fuera a dar un concierto. Vive en una enorme casa en Dublín, con buenos recursos económicos gracias a los derechos de autor y a su una gran habilidad para invertir en Bolsa.

Está casado desde hace treinta y cinco años con una mujer, Jane, bombero de profesión, que es todo alegría y vitalidad y que con su sentido común equilibra el aparente despiste de su cónyuge. Sin embargo, Cheyenne no es feliz y deambula por Dublín, con andares de ancianita y su voz blanca vacilante de adolescente, apático, aburrido, deprimido, huyendo de las pocas personas que aún recuerdan su nombre, excepto de su esposa y de una joven gótica con problemas familiares que es su mayor fan.

La muerte de su padre, con el que había interrumpido las relaciones 30 años atrás, lo lleva de vuelta a Nueva York. A través de la lectura de los diarios personales, descubre que dedicó su vida a buscar obsesivamente al nazi que lo humilló en el campo de concentración y que se había refugiado en Estados Unidos. Cheyenne decide entonces proseguir él mismo la búsqueda de ese hombre, sin saber, en realidad, qué hacer si lo encuentra.

Así comienza un desconcertante viaje, en el que, con una inexorable lentitud y sin capacitación alguna como investigador, Cheyenne se ve obligado a salir de sí para encontrarse con diversos personajes y, por fin, deja de ser un eterno niño.

La película funciona mejor al principio, cuando el espectador, sorprendido por el excéntrico personaje, está en tensión, intentando averiguar de qué va todo. Pero, sin dejar de seguir la trama con interés, el desarrollo de la acción es tan plano que languidece la atención porque no hay ningún misterio que desentrañar. La historia carece de profundidad y los personajes aparecen y se desvanecen sin resolver (un extravagante indio que surge de la nada y desaparece en la nada sin pronunciar palabra, el desconocido que le presta la camioneta, el joven tímido que está enamorado de la joven amiga de Cheyenne, el amigo desaparecido… hasta su misma esposa, cuya personalidad queda desdibujada). Los diálogos son inteligentes y anuncian temas interesantes, pero tampoco se desarrollan.

Hay algunos momentos logrados y en ocasiones provoca la risa o, por lo menos, la sonrisa del espectador. En conjunto, es un film de buena calidad pero con ciertos límites, desconcertante, con un ritmo indolente y apático, como el mismo protagonista.

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