conoZe.com » Veritas et cetera » Temas » El extraño caso del cura de Valverde del Camino

La lealtad del sacerdote

José Mantero, vicario de la localidad onubense de Valverde del Camino, ha reconocido públicamente que es homosexual y que no observa el celibato. Su declaración aparece en una revista gay y ha sido ampliamente recogida por los medios de comunicación. Como en anteriores ocasiones, el acontecimiento cuenta con el beneplácito de lo políticamente correcto, en cuyo manual de instrucciones aparece la homosexualidad confesa como una virtud cívica de primer orden. Sin embargo, la conciencia actual de la sociedad española sobre la libertad individual ha superado el nivel de la sorpresa o del homenaje por este tipo de confesiones públicas. Ser homosexual o heterosexual no aporta ni resta derecho alguno al estatuto ciudadano, salvo en aquellas relaciones jurídicas en las que, como el matrimonio o la filiación, la Ley combina la libertad de los sujetos con los derechos de terceras personas y la configuración social y natural de las instituciones.

En las declaraciones de José Mantero hay un propósito deliberado de superar la normalidad social de la homosexualidad y buscar un escándalo que comprometa a la Iglesia Católica. El momento es propicio si se cuentan los frentes abiertos a la Iglesia por el manejo de sus fondos (caso Gescartera) y por los criterios de selección de su profesorado. Por eso, el vicario Mantero ha sido absolutamente desleal con la institución a la que pertenece libremente y con la que asumió un código de comportamiento personal inescindible de los compromisos de su condición sacerdotal. La intolerancia no es de quien establece previamente las condiciones de una vinculación tan íntima como la del sacerdote con la Iglesia, sino de quien, después de asumir el sacerdocio, pretende sobreponer sus intereses personales a sus deberes con la institución y con los creyentes. La confesión de Mantero, en portada y con clergyman, es un escándalo para los creyentes, tanto por el contenido de sus declaraciones como por el daño que causa a la Iglesia que un sacerdote revele públicamente el incumplimiento consciente de sus deberes, lo que le sitúa en el umbral de la suspensión de su cargo. Y es también un desafío a la Iglesia Católica, que tendrá que asumir la resolución de ese desafío sin complejos ni condicionamientos impuestos por los prejuicios de una modernidad ranciamente anticlerical. La Iglesia, en cuyo Catecismo hay un evidente esfuerzo por tratar con matices la homosexualidad, tiene un derecho legítimo e irrenunciable a ordenar su vida interna conforme a los principios de su doctrina, más aún en una sociedad secularizada que ha suprimido cualquier vínculo de poder entre la Iglesia y el Estado. La Iglesia se debe principalmente a sus creyentes y con este criterio ha de valorar el comportamiento del vicario Mantero.

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