» Veritas et cetera » Temas » El extraño caso del cura de Valverde del Camino
El cura como pretexto
En cuanto saltó el caso Mantero tuve el presentimiento de que lo más apasionante no iba a estar en el cura mismo sino en la polvareda nacional.
Era fácil suponer que el escándalo iba a ser el pretexto para hacer ideología, para vender periodismo comprensivo, para ganar lectores, para no perderlos, para ganar votos, para dar un bocado en esa parte del mercado que es el «colectivo» gay.
También era de temer que muchos columnistas rezumarían hipocresía a goterones y que algunos editoriales dejarían ese rastro de baba que sería eufemístico comparar con el de los caracoles.
Por lo que a mí personalmente respecta no estoy dispuesto a hacer el juego a quienes aprovechan el caso Mantero para atacar a la Iglesia y debilitar la moral cristiana porque piensan que de ese modo pueden ganar más fácilmente la batalla política (que es lo que realmente les interesa). Para ellos la familia -no ya la propiedad- y la moral tradicional son los dos fundamentos del conservadurismo que se trata de eliminar. Persisten en los términos de las dos Españas que definió Fidelino de Figueiredo, en la polémica de «Electra» de Galdós, en la visión de Pérez de Ayala en «A.M.D.G». Por supuesto se trata de un anticlericalismo sublimado que nada tiene que ver con las viejas confrontaciones por motivos religiosos. Como no podía ser de otra manera. Pero ¿es que acaso se podría haber mantenido un anticlericalismo como el histórico cuando la Iglesia se ha sometido a un proceso que podríamos llamar revolucionario en términos laicos?
No hay progresista responsable que no sepa que el cristianismo de hoy no tiene nada que ver con el nacionalcatolicismo de sus padres y abuelos. Más aún: que en buena medida ellos son los que son gracias a la transformación de la Iglesia en los años cincuenta y sesenta. De aquella Iglesia salieron gentes tan radicales como Díez Alegría, el Padre Llanos, Miret Magdalena, González Ruiz y tantos otros. No fueron excepciones, la Iglesia entera fue evolucionando hasta el punto de dar origen a movimientos como «cristianos por el socialismo». El martirio de Ellacuría está en esa lógica. No sería posible hablar de la modernización de la sociedad española sin la católica. Toda la historia reciente de la Iglesia es un gran desgarramiento: de Guerra Campos a Tarancón.
Sin embargo para mucho progresista salido de la sacristía no hay nada que agradecerle a «esta» Iglesia. Eso ya pasó. Ahora hay que hacerle a aquella lo que a Ruiz Jiménez: se le saca todo el jugo y después se le deja tirado.
Pero una vez dicho que los ajustes de cuentas con la Iglesia y con el catolicismo forman ya parte de la batalla política general contra el conservadurismo y la moral tradicional, conviene dejar claras algunas cuestiones elementales que ningún oportunista puede vulnerar: los ciudadanos tienen derecho a intervenir en el debate con la Iglesia, a favor o en contra, sin ningún tipo de reserva cuando aquel tiene que ver con la organización de la sociedad. Quiero decir que yo no tengo por qué condenar a monseñor Setién por su colaboración efectiva con el Terror. Pero ni un paso más, como hacen los que se interfieren en las normas internas de la Iglesia, en el celibato por ejemplo.
¿A qué juega el político o el periodista que critica la suspensión «a divinis» de un sacerdote por haber roto públicamente el voto de castidad? ¿Acaso no sabe que la Iglesia no puede aceptar un desafío como el del padre Mantero? O ¿acaso el editorialista sería capaz de opinar en contra de la dirección del periódico? Y ¿quién criticaría al director de un periódico que expulsara al editorialista que escribió en contra de la dirección del diario?
Me interesaba la polvareda nacional, pero no tan oportunista y ramplona.
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