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Capítulo X.- Un Antídoto
"Dios, afirma el Concilio Vaticano II, dispuso entrar en la historia humana de un modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás (cfr Col 1, 13; Hch 10, 38) y en Él reconciliar consigo al mundo" (Ad gentes, 3).
Y, sin embargo, si contemplamos el mundo, ¿no nos parece que Cristo ha fracasado en su designio de sustraer los hombres al imperio de Satanás? ¿No continúa hoy el demonio su obra destructora como antes de la venida de Cristo? ¿No continúa siendo Satanás el "príncipe de este mundo"?
¿Qué responder a estas objeciones de peso?
Escuchemos a Santo Tomas de Aquino. Dios, dice, permite que el demonio tiente a ciertas personas, en determinado tiempo y lugar, según el designio escondido de sus juicios. Siempre, sin embargo, gracias a la Pasión de Cristo, los hombres disponen de un remedio para proteger contra las insidias del demonio y, si algunos son negligentes en emplear este remedio, esto no disminuye en nada la eficacia de la Pasión de Cristo.
Empleando una comparación se podría imaginar que un equipo de sabios descubre un medicamento eficaz contra todas las formas de cáncer. ¿Podrían afirmar estos sabios que su descubrimiento ha liberado a la humanidad para siempre del flagelo del cáncer? Sí y no. Sí, porque el descubrimiento ofrece a todos los cancerosos la posibilidad de librarse de su mal. No, porque de hecho, innumerables enfermos no se beneficiarán de este descubrimiento bien porque lo ignoren, bien porque no disponen de los medios materiales necesarios para conseguir el medicamento.
A disposición de todos
Lo mismo sucede con la gracia, este remedio soberanamente eficaz ofrecido a los hombres por la Pasión de Cristo. "Por su pasión, explica el Catecismo de la Iglesia Católica, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado" (n. 1708). La gracia está ahí, a disposición de todos los hombres pero de hecho no todos se benefician, bien porque lo ignoran, bien porque la descuidan.
Unos excursionistas pueden, en una región montañosa desconocida, morir de sed a un centenar de metros de una fuente. La fuente existe, pero ellos lo ignoran. ¿Se imputará su trágico fin a la fuente? ¿No sería más correcto achacarlo a su inexperiencia? La Palabrea de Dios lo afirma: Cristo ofrece puro amor, la corriente de su gracia, potente antídoto contra Satanás. "Oh, todos vosotros los que estáis sedientos, venid hacia las aguas; aunque no tengáis dinero ¡Venid!" (Is 55, 1).
¿Pero cuántos desconocen la fuente... y corren el riesgo de perder la vida? Aquel a quien Cristo llama el enemigo hace todo lo posible por alejar al hombre de esta fuente y separarlo de la gracia de Dios.
Del director
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