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Capítulo IX.- El Mecanismo de la Tentación
Un prelado que se por su misión ha sido llamado a profundizar en la doctrina católica sobre los ángeles malos, el Cardenal L. J. Suenens, Arzobispo emérito de Bruxelas-Malines, esboza el cuadro siguiente de la fe de los cristianos contemporáneos en la existencia de los demonios.
"Hay que reconocer que existe hoy entre los cristianos cierto malestar sobre el tema de la existencia del o de los demonios. ¿Mito o realidad? ¿Se debe relegar Satanás al reino de los fantasmas? ¿Consiste simplemente en la personificación simbólica del Mal, un desagradable recuerdo de una edad pre-científica ya pasada?
"Numerosos cristianos optan por el mito: los que aceptan su realidad se sienten inhibidos y molestos al hablar del demonio, por miedo a que parezca que aceptan la imaginería popular que le rodea y que desconocen los progresos de la ciencia.
"La catequesis, la predicación, la enseñanza teológica en las universidades o los seminarios evitan generalmente el tema. E incluso donde se discute la existencia del demonio, no se aborda apenas el examen de su influencia en el mundo. El demonio ha conseguido hacerse considerar un anacronismo: es el culmen de su éxito sobre nosotros.
"En estas condiciones, el cristiano de hoy en día necesita valor para afrontar la ironía fácil y la sonrisa compasiva de sus contemporáneos. Y más si se tiene en cuenta que reconocer la existencia del demonio no encaja casi nada con lo que León Moulin llama el optimismo pelagiano de nuestra época.
"Más que nunca, por tanto, se invita al cristiano a confiar en la Iglesia, a dejarse conducir por ella...".
El cuadro trazado por el cardenal Suenens parece sombrío. Quizá sería todavía más sombrío. Quizá sería todavía más sombrío si se analizara la opinión de los cristianos que creen en la existencia del diablo, por lo mucho que se ha diversificado. ¿No parecen considerar muchos las tentaciones del diablo como algo que afecta a una élite espiritual, a los santos? El común de los cristianos no sería apenas objeto de los asaltos e insidias de Satanás.
¿Existencia de Satanás? ¡Sí! ¿Un peligro inmediato para todos y cada uno? ¡No!
Y, sin embargo, todos y cada uno, enseña la Iglesia, pueden ser objeto de las insidias y de los asaltos del diablo como, por otra parte, todos y cada uno pueden beneficiarse de la compañía fraternal de un ángel guardián. He aquí la importancia, para los cristianos, de tener sobre este tema ideas fundadas en la doctrina de la fe.
Satanás en nuestra vida cotidiana
Cuando la Iglesia, el martes por la noche a la hora de Completas, exhorta con San Pedro a los hombres a la vigilancia, a la sobriedad y a la oración frente a su adversario que ronda como león rugiente buscando a quién devorar, ¿no está pensando en todos sus hijos?... (cfr. 1 P 5, 8). Cuando, con San Pablo... (cfr. Ef 6, 12), el Concilio Vaticano II recuerda a los fieles que, junto con la carne y la sangre, deben combatir también contra el poder de las tinieblas, ¿no se dirige también al conjunto de los hijos de la Iglesia? (Lumen gentiun, 35).
Estos ataques de Satanás, ¿cómo se realizan en la vida cotidiana? Estamos ante una cuestión importante que merece se dilucida. Pero si recorréis las publicaciones cristianas (libros, periódicos, revistas) que escriben sobre el diablo, constataréis muy a menudo, con sorpresa, que los autores tratan explícitamente de todo, excepto este punto particular: la acción concreta del diablo en la vida común de los hombres. Como remarca el cardenal Suenens: "Incluso en los lugares en los que se discute sobre la existencia del demonio, apenas se aborda el examen de su acción...".
Mostrando gran erudición, los teólogos os hablarán de los demonios en el Antiguo Oriente, en la Antigüedad griega y latina. Os describirán el lugar de los demonios en el pensamiento y en las costumbres de la Edad Media. Por último, expondrán la demonología de los Padres, de los Doctores de la Iglesia y de los teólogos modernos. Pero estos sabios autores os dirán poco o nada sobre lo que más os interesa saber como criaturas en marcha hacia vuestro destino eterno: el modo concreto en el que influyen los demonios en vuestra conducta diaria.
¡Qué me importan las investigaciones y las especulaciones de la demonología si ignoro las verdades reveladas por Dios mismo sobre los ardides de estos seres terribles que rondan continuamente alrededor de mí para separarme del camino recto y para alejarme de Dios!
Es ciertamente útil hablar de las diversas acciones de Satanás que llegan hasta la obsesión y la posesión como conviene iluminar a los fieles sobre los diferentes modos de exorcismo está reservado al obispo y a sus delegados.
También es saludable revelar a los fieles, a través de la hagiografía, las jugadas que los demonios son capaces de hacer a los amigos de Dios como San Francisco de Asís, San Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, el Santo Cura de Ars, Don Bosco y, más cerca de nosotros, el Padre Pío de Pietralcina, capuchino estigmatizado. Podemos decir con seguridad a partir de sus propias confidencias que sufrieron pruebas tremendas. Y es que Dios puede permitir que sus servidores más fervientes sean sometidos a tentaciones y a vejamientos increíbles para su purificación y su progreso espiritual.
Pero nos resulta ciertamente más útil y saludable conocer, también y sobre todo, la actitud y las estrategias de Satanás con los fieles comunes.
Sólo Dios puede embridar a Satanás
Pues bien, iluminada por la Revelación y guiada por una sana filosofía, la Iglesia me enseña que el demonio tiene cierto poder sobre mí que me puede ser fatal. No puede alcanzar directamente mi inteligencia y mi voluntad, facultades completamente espirituales y accesibles sólo a Dios, pero puede, con sus poderes, afectar mis sentidos externos como la vista, el tacto, el oído, y mis sentidos internos como la memoria, la fantasía y la imaginación. Excepto una intervención de Dios ningún poder humano puede impedir a Satanás que actúe, por ejemplo, sobre mi vista o sobre mi imaginación.
Ninguna muralla, ninguna puerta blindada, ningún guardaespaldas es capaz de impedir la influencia de Satanás sobre la memoria o sobre la fantasía de un hombre. Por rigurosa que sea la clausura de un Carmelo, no podrá impedir que el demonio atraviese sus muros -como un sonido atraviesa una pared- para sugerir en el alma de una monja, a través de imágenes mundanas, incertidumbre sobre su vocación y estimularla a dejar el convento. Por muy atenta que esté una madre de familia en su tarea educadora, no podrá impedir que el diablo introduzca en la imaginación de sus niños secuencias con imágenes turbadoras. Por muy alta que sea la autoridad de un sacerdote y resplandezca su santidad, no podrá substraerse a las incursiones hipócritas de Satanás en su memoria y en su fantasía.
En resumen, diría el Santo Cura de Ars, no hay que creer que existe un lugar de la tierra en el que podamos escapar a la guerra que nos hace el demonio a través de nuestra imaginación y nuestra memoria. "Encontraremos al demonio por todas partes, y por todas partes intentará quitarnos el cielo; pero por todas partes y siempre podemos vencer".
Un maestro espiritual contemporáneo, el padre Joseph Guilbert, s.j., describe de este modo la fuerza y, al mismo tiempo, los límites del poder del demonio sobre nuestra sensibilidad y sobre nuestra imaginación: "La sugestión exterior (del demonio) no alcanzará nunca más que de modo indirecto la inteligencia y la voluntad. Los hombres, en efecto, sólo pueden alcanzar estas facultades a través de nuestros sentidos, por la palabra oral o escrita, o por sensaciones diversas: ver, tocar... provocadas en nosotros, y que despiertan en nuestra alma imágenes y sentimientos; los demonios sólo pueden actuar directamente sobre nuestra sensibilidad y nuestra imaginación. Pueden, por lo tanto, suscitar imágenes en nosotros, agruparlas y así sugerirnos ideas, excitar movimientos de nuestra sensibilidad y, como consecuencia, de nuestra voluntad, pero sin poder alcanzar jamás directamente nuestras facultades espirituales. Los demonios pueden, sin embargo, lo que no pueden los hombres, al poder actuar inmediatamente sobre nuestros sentidos interiores, nuestra imaginación, nuestra sensibilidad y las reacciones orgánicas más profundas de nuestro cuerpo. Éste será el campo propio de su actividad tentadora. Nos harán imaginar relaciones falsas, provocarán en nosotros temores vanos, movimientos desordenados, etc.".
¡Potencia e impotencia de los demonios! Pueden obrar en nuestro psiquismo movimientos afectivos e impulsos pasionales que ningún psicólogo sabría provocar. Y, al mismo tiempo, son controlados por Dios que "ordena todas las cosas al bien de los que le aman".
El poder del demonio sobre nuestras facultades sensibles interiores (memoria, imaginación, fantasía) pueden llegar a paralizar nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Se llega entonces a la obsesión y, en los casos extremos, a la posesión diabólica.
La mayor parte de los males penetran por ahí
Momento decisivo: una conciencia iluminada reconoce las sugestiones del diablo y entrevé la malicia. La voluntad se encuentra entonces frente a un dilema: adherirse al mal o separarse. ¿La voluntad se opone? Es un fracaso para el diablo. ¿Acepta la sugestión malvada? Se trata entonces de una primera victoria de Satanás. Otras victorias seguirán porque, una vez aceptada, la imagen perniciosa alargará sus tentáculos mortales como un pulpo.
De este modo la conciencia psicológica del hombre puede convertirse en teatro de un duelo terrible.
San Juan de la Cruz es probablemente el maestro espiritual que más ha subrayado el carácter dramático de la opción que el espíritu del hombre está llamado a tomar ante los objetos que le presenta la imaginación. Tener el dominio de su sensibilidad y, muy especialmente, poseer un control perfecto de su memoria imaginativa es guardar "la puerta y la entrada del alma". Es tener en jaque al Maligno.
Con una perspicacia genial, San Juan de la Cruz describe el poder de los demonios sobre la memoria y la imaginación y, a través suyo, sobre el espíritu del hombre y sobre su conducta. Mediante los conocimientos registrados por la memoria y la imaginación, escribe el santo, el demonio puede tener una gran influencia sobre el ama. "El demonio, en efecto, puede añadir formas, noticias y discursos, y por medio de ellos afectar el alma con soberbia, avaricia, ira, envidia, etc., y poner odio injusto, amor vano, y engañar de muchas maneras. Y, allende de esto, suele él dejar las cosas y asentarlas en la fantasía de manera que las que son falsas, parezcan verdaderas, y las verdaderas falsas. Y, finalmente, la mayor parte de los engaños que hace el demonio y males al alma entran por las noticias y discursos de la memoria".
Leemos bien: la mayor parte de los males..., la mayor parte de los errores... Es como decir que las fuerzas demoníacas se desencadenan principalmente no en los pocos seres poseídos por él, y que son objeto virtual de los exorcismos, sino en la cabeza y en el corazón del común de los hombres. Y esto sucede a lo largo de todo el día, y sin que sean conscientes la inmensa mayoría de los hombres y de las mujeres, jóvenes o menos jóvenes, cultos o incultos. El demonio busca continuamente penetrar en la memoria y la imaginación de los hombres para realizar su tarea de odio y de mentira. Sobre la superficie de la tierra, legiones y legiones de demonios están continuamente actuando en la memora y en la imaginación de los hombres, para separarlos de Dios. ¿No es esto una verdadera guerra, una guerra de dimensiones planetarias, ciertamente invisible, pero muy real?
Su influencia se expande como un gas deletéreo
Un teólogo carmelita, el padre Lucien-Marie de San José, observa a propósito de la demonología de San Juan de la Cruz: "El santo sabe que el demonio es el enemigo más fuerte del hombre y el más taimado (Noche oscura, 1. 3, cap. 31), el más difícil de descubrir (Cautelas). Con habilidad, este Maligno utiliza al mundo y la carne como sus dos acólitos más fieles (Cántico espiritual, 3, 5). El santo no teme decir que el demonio causa la ruina de una gran multitud de religiosos en el camino de perfección (Cautelas). No , ciertamente, porque les haga perderse para siempre, sino porque les impide realizar su ideal de santidad. Que sonría quien quiera: no hay poder humano que se acerque al suyo y por eso, sólo el poder divino es capaz de vencerlo, y sólo la luz divina es capaz de descubrir sus tramas" a través de la imaginación y de la memoria.
"El diablo -escribe un autor espiritual- despliega sus energías, por decirlo de algún modo, en el vestíbulo del alma, en la zona fronteriza donde se encuentran el espíritu y la materia. Cuánto más indisciplinados son los sentidos más fuerte es la tendencia al placer, más poder tiene el orgullo, más impresionable es la fantasía, más fácil y más segura es la acción de Satanás".
El padre Sertillanges, o.p., da explicaciones análogas: "Al diablo le basta con entrar en la corriente de nuestras inclinaciones, en la sonrisa de las cosas que nos suceden; le basta con apoyarse en lo que cede, en oponerse a lo que tiende a subir. Su influencia se expande como un gas deletéreo que se absorbe sin darse cuenta".
Se comprende en consecuencia la importancia que los santos conceden a la ascesis: dominar la imaginación, controlar la memoria. Está en juego la conducta del hombre y su destino eterno. Una cerilla basta a veces para quemar un bosque. Una imagen perniciosa puede orientar toda una existencia hacia el mal. Satanás lo sabe.
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