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Capítulo III.- El Príncipe de este Mundo

"Los testimonios patrísticos que presentan la entera vida cristiana como una lucha contra el demonio, son muy frecuentes, observa el padre François Vandenbrouche, o.s.b. Este tema está presente en la tradición. Se encuentran indicios desde San Jerónimo, San Agustín, Prudencio, hasta San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola, Scupoli. La idea básica es que el hombre, a consecuencia del pecado original, permanece de algún modo bajo el imperio del diablo" mientras no está unido plenamente a Cristo.

"Bajo el imperio del demonio..." En muchas ocasiones, Jesús habla del "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11), como de una potencia temible; destinada al fracaso, ciertamente, pero no sin haber logrado victorias parciales. Este "príncipe" se llama también Satanás, jefe de los demonios, como San Miguel Arcángel es el jefe de las legiones de los ángeles fieles.

¿Dos divinidades rivales?

¿Qué se debe entender exactamente por "príncipe de este mundo"? Este término puede prestarse a equívocos. Puede parecer que apoya la tesis según la cual habría habido en el origen del mundo dos principios fundamentales coeternos, iguales y antagonistas, el Bien y el Mal. La Iglesia, se sabe, ha condenado esta seductora gnosis dualista conocida bajo el nombre de maniqueísmo.

¿Cómo resolver la oposición aparente entre la condena del maniqueísmo que coloca a Satanás en el mismo plan que Dios, y las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre el "príncipe de este mundo"?

En primer lugar es importante precisar el sentido de la palabra mundo. Este término no significa aquí ni el cosmos ni la humanidad, sino -como indica un exegeta, el padre Stanislas Lyonnet s.j.- "el conjunto de hombres que rechazan a Dios" del que Satanás es el jefe espiritual. El demonio es, por lo tanto, el príncipe de todos los hombres que rechazan someterse a Dios.

Santo Tomás explica así la expresión "príncipe de este mundo": "Al diablo se le llama "príncipe d este mundo" en razón no de una dominación natural legítima, sino a causa de la usurpación de poder, en el sentido que los hombres carnales han despreciado a Dios para someterse al diablo. Como escribe San Pablo a los Corintios: "El Dios de este mundo ha oscurecido el entendimiento a los incrédulos (2 Co 4,4)". Es por tanto el "príncipe de este mundo" en la medida en que es jefe de los hombres carnales, los cuales, según San Agustín, están extendidos por el mundo entero".

La palabra príncipe se debe tomar, por tanto, no en sentido propio, como si se tratase de una autoridad mundial, sino en sentido figurado.

En un artículo de la Summa theologiae Santo Tomás explica también por qué el diablo, en razón de su influencia, puede ser considerado como "la cabeza de todos los malvados". "No sólo la cabeza (de un cuerpo) ejerce una influencia interior sobre los miembros, sino que además los gobierna exteriormente dirigiendo su actividad hacia un fin. Se puede por lo tanto dar a alguno el nombre de cabeza o jefe en relación a una multitud o bien en los dos sentidos de influjo interior y gobierno exterior, y es lo que sucede con Cristo cuando decidimos que es la cabeza de la Iglesia; o bien solamente en el sentido de gobierno exterior: en este último sentido, todo príncipe o prelado es cabeza de la multitud que le está sometida. De esta manera el diablo es generalmente cabeza de todos los malvados porque, como se dice en Job (41, 25): "Es rey de todos los orgullosos"".

Caen bajo el dominio de Satanás

Hechas estas precisiones, Santo Tomás continúa: "Corresponde al jefe conducir a su propio fin a los que gobierna. Ahora bien, el fin que pretende el diablo, es que los hombres se separen de Dios. Y por esto, desde el principio, el diablo intentó separar a Adán y Eva de la obediencia a los preceptos de Dios".

"Cuando los hombres, cometiendo pecado, son conducido a ese fin, es decir, a la aversión contra Dios, caen bajo el régimen y el gobierno del diablo y éste puede ser llamado su cabeza".

En la misma línea, San Agustín explicaba a los fieles de Hipona cómo su malvada conducta les hacía hijos del diablo: "Si tú imitas al diablo que, por su orgullo y su impiedad se ha elevado contra Dios, serás hijo del diablo. Lo llegarás a ser, no porque él te haya creado o engendrado, sino porque le imitas en su aversión a Dios".

Porque el diablo -precisa el santo Doctor- no ha hecho a nadie, no ha engendrado a nadie, no ha creado a nadie. Pero cualquiera que imita al diablo es como si hubiese nacido de él; se transforma en hijo del diablo por imitación.

Estas consideraciones dirigidas a la comunidad cristiana de Hipona, ¿no sirven también como advertencia para los hombres de hoy? ¿Cuántos se dan cuenta de que, dando deliberadamente la espalda a Dios y a su Ley, se transforman, moralmente, en hijos de las tinieblas, cuando poseían la vocación de ser hijos de la luz? Ellos siguen al "príncipe de este mundo".

Es un rasgo característico de los impíos...

Puede surgir ahora una cuestión relativa a las relaciones de los ángeles malvados entre ellos. ¿Existe una jerarquía entre los demonios? ¿Los ángeles menos ricamente dotados obedecen a los ángeles superiores? Rebeldes con Dios, ¿los ángeles pecadores se mostrarían respetuosos hacia sus jefes? En definitiva, ¿admitirían una autoridad? ¿Cómo explicar la concordia relativa que parece reinar en el mundo satánico?

La respuesta de Santo Tomás pone de relieve el rasgo característico del mundo satánico: el odio. "La concordia que lleva a algunos demonios a obedecer a otros no procede de su amistad mutua, sino de una maldad común que les hace odiar a los hombres y resistir a la justicia de Dios. Es un rasgo característicos de los hombres impíos, en efecto, unirse entre ellos, y, para lograr sus deseos malvados, someterse a aquellos que ven más poderosos y más fuertes". Se dirá que los ángeles malvados son oportunistas. Y es que también entre ellos "la unión hace la fuerza".

Un teólogo greco-ortodoxo contemporáneo, M. Panagiotis N. Trembelas de Atenas, subraya la necesidad de una exposición clara sobre la omnipotencia de Dios y sobre la potencia del mundo demoníaco. Señalar la presencia activa de Satanás no es disminuir a Dios. "Admitir al demonio no se opone a la dominación absoluta y a la omnipresencia de Dios... porque Dios no podría dejar de tener una autoridad plena y absoluta sobre el universo y sobre el mismo Satanás. Dios limita por otra parte la influencia y la acción de los espíritus malignos, de modo que estén al servicio de los designios y de los planes divinos."

"Si en el pasado la existencia de Satanás se encuentra ligada a mitos pueriles y repugnantes, no hay que rechazar al mismo tiempo la mentira y la verdad. Una verdadera investigación científica separa lo verdadero de lo falso y restaura la verdad en todos sus derechos".

"El origen cristiano de esta doctrina establece un baluarte infranqueable delate del dualismo idólatra. Para los Persas significa la existencia de dos principios distintos y personales en lucha el uno contra el otro; para los griegos y los germanos, por el contrario, insinuaba el triunfo del bien en un combate contra las tinieblas, en medio del caos".

Dios, Rey de los siglos y Señor de la historia y Satanás, príncipe de este mundo: no existe el peligro de ponerlos en el mismo plano para quienes se acerquen un poco a las profundidades liberadoras de la Revelación.

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