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Capítulo IV.- Un instrumento en lasmanos de Dios

"Cuántas veces -acaba de decirme Jesús- me habrías abandonado, hijo mío, si yo no te hubiera crucificado."e Es un gigante de la santidad contemporánea, el Padre Pío de Pietralcina, capuchino estigmatizado, quien hacía esta confidencia a su director espiritual.

Palabras impresionantes, ciertamente, que muestran el papel decisivo de la prueba de una vida cristiana. Sin ella, el hombre corre el riesgo de deslizarse hacia la mediocridad y de caer; corre el riesgo incluso de habituarse a vivir en pecado.

Con su concisión y su serenidad habitual, Santo Tomás expresa así esta incómoda verdad: "Dios distribuye a los hombres justos bienes y males temporales en la en que lo necesiten para alcanzar la vida eterna".

Un Dios bueno, distribuidor de males. ¡Qué paradoja, al menos en apariencia! Se trata, sin embargo, de una verdad cristiana fundamental. "Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga (Lc 9, 23), advierte Cristo. La cruz acompaña necesariamente la vida del cristiano. "El discípulo no está por encima del maestro, todo discípulo bien preparado será como su maestro" (Lc 6, 40).

Un camino más rápido

Santo Tomás va todavía más lejos cuando comenta este versículo de la epístola a los Hebreos: "El Señor corrige a aquel que ama, y castiga a todo el que reconoce como hijo". Dios corrige porque ama, explica el santo Doctor. La prueba es, por lo tanto, un fruto del amor. "Consecuentemente, no pueden ser considerados hijos del Padre aquellos que no son probados y castigados. La ausencia de pruebas es casi un signo de reprobación eterna".

Si se piensa que una parte considerable de las pruebas están causadas por Satanás, se podrá valorar mejor el papel del mundo diabólico en la historia de la salvación.

Es significativa, por otra parte, la atención dedicada por los santos y maestros espirituales a la presencia de Satanás en la vida cotidiana, como también la importancia que asignan al papel de las pruebas y de las tentaciones. "Dios permite al diablo tentarnos y probarnos para aumentar nuestros méritos, hacer más puras y altas nuestras virtudes, y más rápida nuestra marcha hacia Él".

¡Con qué lucidez el Cura de Ars, San Juan María Vianney, que conocía bien a los demonios, pone de relieve su papel en la vida cristiana! "¡Cuánto nos deben compadecer si no somos combatidos fuertemente por los demonios! Con toda probabilidad somos entonces amigos del demonio. Nos deja vivir en una falsa paz, nos adormece bajo el pretexto que hemos hecho algunas oraciones, que somos menos malos que otros".

El cura de Ars cita a este propósito el consejo de Gregorio Magno. "Si no tenéis tentaciones, entonces los demonios son vuestros amigos, vuestros conductores y vuestros pastores. Viviendo tranquilamente vuestra pobre vida, al final de vuestros días los demonios os arrastrarán a los abismos".

Y el cura de Ars añade esta reflexión que se conecta con el pensamiento de Santo Tomás: "Podemos decir que, aunque sea muy humillante ser tentado, es la señal más segura de que estamos en el camino del cielo". Leemos bien: ¡una señal y la señal más segura!

...un signo de reprobación

Igualmente perspicaces son las observaciones de San Vicente de Paúl sobre el papel de Satanás en la vida cristiana: Dios permite las tentaciones "para ejercitarnos y hacernos santos". Y añade: "Ser probado por las tentaciones es una gracia y un signo de que Dios nos ama".

San Vicente decía a las Hijas de la Caridad "que es un estado bienaventurado el de la tentación y que un día pasado en este estado nos proporciona más méritos que un mes sin tentación... No hay que rezar a Dios para que nos libre, sino para usarlas bien y para que nos impida sucumbir. Un apóstol (Santiago 1, 2) dice: "Aceptad de corazón todas las pruebas por las cuales pasáis". ¡Al contrario, es un signo de reprobación tener todo según el propio gusto!".

"No seríais Hijas de la Caridad -declaró un día- si no fueseis tentadas." "Es una regla general que todos los servidores de Dios son tentados".

Con una punta de humor el cardenal Charles Journet hace este comentario sobre la extraordinaria fecundidad de las tentaciones soportadas con espíritu de fe: "Nadie, después de Dios, habrá trabajado tanto por la santidad de Job como el diablo y nadie habrá deseado menos".

San Ignacio de Loyola escribía el 16 de Septiembre de 1554 a su hermano, el padre Miguel de Nobrego, capturado por los turcos: "Puesto que os ha concedido la gracia de sufrir en su servicio, que Dios nuestro Creador y Señor se digne concederos toda la paciencia y la fuerza que juzgará necesaria para que podáis llevar sobre vuestras espaldas, dando gracias, una cruz tan pesada, reconociendo que es su divina bondad la que envía las penas, las fatigas, las tribulaciones, la adversidad, con el mismo amor con el que envía ordinariamente el reposo, el contento, la alegría y toda prosperidad". Ahora bien, con ese fin, Dios utiliza también a los demonios.

San Ignacio de Loyola añadía: "Dios sabe como un médico muy sabio, y quiere como un Padre muy bueno el remedio más adecuado para curar las enfermedades de nuestras almas, escondidas o manifestadas, y provee así a nuestros cuidados según lo que es mejor, aunque no sea de acuerdo con nuestros gustos".

Como con los ojos de Dios

Sólo una fe profunda y lúcida puede convenir en que las tentaciones del demonio son un instrumento en las manos de Dios para la salvación y el progreso espiritual de los hombres. Se trata de una verdad sobrenatural. La razón del hombre abandonada a sus fuerzas naturales no puede captarla, del mismo modo que un gato o un tigre no podría volar por muy musculosos que sean.

Conviene recordar aquí, como explica un maestro espiritual, que el cristiano adulto está dotado de tres pares de ojos: los ojos de la carne perciben las realidades materiales; los ojos de la inteligencia captan las realidades espirituales; los ojos de la fe alcanzan las realidades sobrenaturales. Siguiendo a Dionisio Areopagita, Santo Tomás usa una expresión audaz. Afirma que, gracias a este último par de ojos, el cristiano ve "como con los ojos de Dios", participa de alguna manera en la mirada de Dios sobre su obra. Ahora bien, esta contemplación sobrenatural comporta la visión del desarrollo de las vicisitudes humanas, con las legiones de ángeles buenos que contribuyen todos, cada uno en su lugar y a su modo, a la edificación del Reino de Dios.

De acuerdo, se dirá: las pruebas desencadenadas por los demonios pueden favorecer el progreso espiritual del cristiano, como la ausencia de pruebas la puede comprometer. Pero ¿qué sucede en la vida concreta de cada día? ¿Cómo el diablo, que odia a los hombres, puede ayudarles en la salida hacia Dios?

La explicación no es difícil. El diablo, tentándonos, nos coloca delante de una alternativa. Nos obliga a optar entre el bien y el mal. Sirve a nuestra causa proporcionándonos la ocasión de una elección constructiva. Ahora bien, ¿proporcionar a una persona ocasiones de elevarse moralmente no es hacerle un servicio precioso? ¿Y no es cierto que los hombres y las mujeres pueden permanecer toda su vida en un estado de mediocridad moral, por no haber estado nunca en la ruda y feliz necesidad de optar entre dos vías: una en descenso y otra en subida?

Tomad un niño y dejadle pasar su adolescencia en un pueblo atravesado por un arroyuelo. No aprenderá a nadar. Haced crecer a este mismo niño en una ciudad bañada por el mar: en pocos años será un excelente nadador. Se le ha dado la ocasión de desarrollar sus aptitudes.

Así sucede con los hombres en camino hacia su destino eterno. Con el permiso del Señor de la historia, Satanás puede suscitar en su camino todo tipo de obstáculos: dificultades materiales, problemas de salud, incomprensiones, oposiciones, enemistades, envidias, odios, etc. Son otras tantas ocasiones de optar entre dos soluciones: la capitulación o la lucha.

Parece que la quiere destrozar

San Vicente de Paúl usa una deliciosa comparación para mostrar a las Hijas de la Caridad como Dios sirve de las pruebas y de las tentaciones del demonio para el progreso espiritual de los hombres: "Hijas mías, sois como una piedra con la que se quiere hacer una bella imagen de Nuestra Señora, de San Juan, o de algún otro santo. ¿Qué debe hacer el escultor para lograr su diseño? Es necesario que tome el martillo y quite de esa piedra todo superfluo. Y para esto golpea primero con grandes golpes de martillo, de manera que si lo vierais, pensaríais que la quiere destrozar; después, cuando ha quitado lo más grueso, toma un martillo más pequeño y un cincel para comenzar a formar la figura con todas sus partes y, al final, otros instrumentos más delicados para lograr la perfección que desea dar a esta imagen".

He aquí ahora la aplicación práctica: "Daos cuenta, hermanitas mías, que Dios se comporta de manera similar con nosotros. Ved una pobre Hija de la Caridad o un pobre misionero; antes de que Dios les retire del mundo, son groseros y brutales, son como grandes piedras; pero Dios quiere hacer bellas imágenes y para esto actúa y golpea con grandes golpes de martillo. ¿Y cómo lo hace? En primer lugar haciéndolos sufrir calor y frío, después enviándoles a ver a los enfermos en el campo, donde el viento sopla en invierno. No hay que dejar de ir por el mal tiempo. ¡Sí! Éstos son los grandes golpes de martillo que Dios descarga sobre una pobre Hija de la Caridad. Quien no viera más que las apariencias, diría que esta hija es desgraciada; pero si se echa una mirada sobre el designio de Dios, se verá que todos estos golpes no son mas que para formar una bella imagen".

"Cuándo Dios ha decidido perfeccionar a un alma, permite que sea tentada contra su vocación, estando alguna vez preparada a abandonarlo todo. Después como escultor, toma el cincel y comienza a diseñar rasgos sobre este rostro, lo adorna y lo embellece".

"Él permite que sea tentada." ¡No importa si por los hombres o por los demonios! Lo que hay que comprender bien es que las pruebas y las tentaciones pueden jugar un papel positivo en los planes de Dios. "Todo lo emplea para el bien de los que ama" (Rm 8, 28), incluso cuando descarga grandes golpes de martillo sobre ellos y parece destrozarlos.

¡Cuántos golpes de martillo y de cincel debió sufrir el bloque de mármol del que Miguel Ángel ha sacado la Piedad! ¡Y cuántas pruebas y tentaciones, causadas por los hombres y por los demonios, han debido superar los grandes santos para llegar a ser lo que son!

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