conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » VI.- La condición amorosa como raíz de la ilusión

Entre varón y mujer

Creo que la forma plena y saturada de la ilusión es la que se da entre el varón y la mujer en cuanto tales, quiero decir cuando se pone en juego su condición sexuada, y se proyectan el uno hacia el otro, en cualquier vector, desde su instalación respectiva. Cuando el hombre vive a la mujer como tal (y análogamente a la inversa), el temple de esa relación es estrictamente lo que venimos llamando ilusión.

En el capítulo XVII de la Antropología metafísica estudié la «condición sexuada», y a él remito para la plena intelección de lo que voy a decir. Me limitaré a recordar los puntos indispensables para ver cómo la ilusión se realiza de manera eminente sobre este supuesto. «La disyunción entre varón o mujer afecta al varón y a la mujer, estableciendo entre ellos una relación de polaridad. Cada sexo co-implica al otro, lo cual se refleja en el hecho biográfico de que cada sexo 'complica' al otro. Diremos entonces que la condición sexuada no es una 'cualidad' o un 'atributo' que tenga cada hombre, ni consiste en los términos de la disyunción, sino en la disyunción misma, vista alternativamente desde cada uno de sus términos. » Y más adelante: «Primariamente me proyecto desde mi sexo hacia el otro. La condición sexuada, lejos de ser una división o separación en dos mitades, que escindiese media humanidad de la otra media, refiere la una a la otra, hace que la vida consista en habérselas cada fracción de la humanidad con la otra. » «La condición sexuada introduce algo así como un 'campo magnético' en la convivencia (no es casual que, desde el descubrimiento de los fenómenos magnéticos, se haya recurrido con frecuencia a la metáfora del magnetismo para sugerir la atracción o fascinación del sexo); la vida humana en plural no es ya 'coexistencia' inerte, sino convivencia dinámica, con una configuración activa; es intrínsecamente, por su propia condición, proyecto, empresa, ya por el hecho de estar cada sexo orientado hacia el otro. »

Ese «magnetismo» tiene un carácter general, aunque proyectivo: es la orientación o referencia de un sexo hacia el otro, el que hace posible en cada uno la realización de la condición sexuada; pero no es todavía la ilusión. Esta tiene algunos requisitos, el fundamental la personalización del proyecto y de su término. La atracción puede sentirse manera genérica; no es forzoso que incluya el elemento esencial de anticipación o futurición; éste puede darse, pero* consiste en anticipación de la individualización personal de esa atracción; podríamos decir que es anticipación de la ilusión, que se ha experimentado otras veces, con la cual se cuenta, que se anuncia tal vez antes de existir. La ilusión es ilusión por alguien, en este caso, por una mujer determinada. Suele nacer a lo largo de las etapas de un descubrimiento, en la medida en que el término de la ilusión se va mostrando como alguien único, irreductible, inconfundible, insustituible; es decir, cuando se constituye en su estricta personalidad. Por eso la ilusión admite grados, y se intensifica o decae, hasta su posible anulación (el riesgo de la desilusión). La razón de esto es que la persona es siempre algo arcano, secreto, en principio inaccesible, en su último núcleo incomunicable. El interés que el hombre siente por la mujer (inclúyase siempre la situación inversa, que omito para no reiterar las precisiones) hace que se sienta impulsado a la exploración, por supuesto imaginativa, de su persona oculta, latente tras la corporeidad, y en especial el rostro, en que esa interioridad o intimidad se denuncia o manifiesta. Esa exploración requiere ser ya ilusionada para ser eficaz; sólo mediante la ilusión se puede penetrar en esa realidad que está «detrás» del rostro visible. Dicho en otros términos, la anticipación de la persona, la expectativa de su manifestación, es ya un primer grado de ilusión. Todo ello es, naturalmente, activo: es una empresa, un proyecto personal, algo en que el sujeto está envuelto e implicado.

A medida que se avanza, se va descubriendo esa persona oculta, y a la ilusión del proyecto se suma la ilusión por lo descubierto, por la persona que se patentiza y manifiesta, a la cual se llega. Este es el momento en que se inserta la posibilidad de error, que acecha a todas las empresas humanas; es posible la ilusión en el viejo, tradicional sentido etimológico de engaño: si lo que se descubre no suscita ilusión, el proceso se interrumpe y sobreviene la desilusión.

Si esto no es así, la ilusión se va incrementando, intensificando, adquiriendo nuevos grados de realidad. Como no se trata de nada instantáneo ni momentáneo, como vimos antes, sino que supone duración, el comienzo de una trayectoria más o menos larga, esta ilusión naciente, creciente, se va asociando con el torso del proyecto vital del que la experimenta, se entrelaza con él, adquiere un carácter estrictamente biográfico. Es imposible entender una vida humana si no se conocen sus ilusiones, al menos las más vivaces.

En ellas se realiza, quizá más que en otra cosa, la condición propia, aquello en que cada uno más propiamente consiste. Y no se olvide que ese proceso de descubrimiento a que me he referido, el de la persona que es objeto de ilusión, me envuelve a mí: me voy descubriendo a mí mismo en la medida en que despliego esa interioridad en que yo también consisto, y que yo también tengo que explorar. Neque ego ipse capio totum quod sum, ni yo mismo comprendo todo lo que soy, decía San Agustín. Y lo mismo puede decirse de la persona que suscita la ilusión, la cual se descubre progresivamente, «iluminada» por ella, siempre que esa ilusión sea conocida y compartida por la persona ilusionante. El descubrimiento personal es, por tanto, triple: de la persona por quien se siente ilusión, por parte del que la siente; del sujeto de ella, que se va aclarando y desplegando al hilo de su proyecto ilusionado; finalmente, de la persona ilusionante, a sus propios ojos, a la luz de la ilusión que despierta, en la medida en que la conoce o la adivina.

Hay que advertir que la desilusión no significa forzosamente engaño o error, «ilusión» en sentido negativo. Como se trata de realidades humanas, y estas son cambiantes, arguméntales, dramáticas, es posible que lo que desilusiona no sea estrictamente la persona que ilusionó, sino su cambio, la nueva trayectoria en que acaso ha entrado, posiblemente una pérdida de autenticidad. También cabe la desilusión del sujeto por cansancio o abandono, por versatilidad, finalmente por su propia inautenticidad. Drama es algo que le pasa a alguien, y no puede perderse de vista la condición dramática de la ilusión y de las vidas de las personas implicadas en ella.

Pero no basta con hablar de varón y mujer. Hay una relación originada en su disyunción polar, que se actualiza cuando esa condición funciona con intensidad suficiente, y entonces suscita la ilusión; pero dentro de esa relación caben muy diversos vectores, distintas maneras de proyección, y de ellas dependen los contenidos y las formas de la ilusión.

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