» bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » VI.- La condición amorosa como raíz de la ilusión
Maestros y discípulos
Hay una forma particular de amistad que ha tenido en la historia singular relieve y alcance, que ha sido uno de los motores de la historia, y sobre todo de la transmisión y creación de la cultura: la que existe, la que puede existir al menos, entre maestros y discípulos.
Es una amistad, salvo excepciones, desigual: en función, por supuesto; casi siempre, en edad. Durante mucho tiempo ha sido predominantemente masculina; en nuestra época, y cada vez más, abarca a los dos sexos, y ni siquiera el papel de maestro está restringido al varón. Esto hace que esa relación sea mucho más compleja y matizada. Y un elemento característico es la desigualdad numérica: no se trata de dos amigos, ni de varios en condiciones análogas, sino de una polaridad: un maestro y varios discípulos (si esto no ocurre, se trata de casos excepcionales).
Lo más propio de esta relación es que es intrínsecamente argumental, tan programática que la docencia comprende entre sus elementos un programa más o menos fijo y explícito. El maestro tiene que enseñar algo; los discípulos han de aprenderlo; si se toma una perspectiva algo distinta, se trata de la formación (paideía, Bildung) de unos jóvenes por una persona mayor que intenta sacar de ellos (educatio) su contenido más verdadero. Los proyectos vitales actúan, pues, en esa relación. Por eso es normal -aunque no forzosamente frecuente- que esa relación se convierta en amistad, que puede ser muy profunda y duradera. (Secundariamente puede haberla entre los discípulos, y de hecho las más vivaces y largas amistades suelen tener ese origen, pero son diferentes de la que aquí me interesa. En ocasiones, pero no siempre, están nutridas por la amistad hacia o con el maestro, que establece el proyecto común en torno al cual se constituye la amistad de los estudiantes entre sí. )
Lo que quiero señalar, lo que me mueve a considerar aparte la amistad nacida de la docencia, es que un ingrediente suyo suele ser -tiene que ser si la docencia misma es profunda- la ilusión. Si los estudiantes no esperan ilusionados la llegada del maestro, su presencia, su enseñanza, no funciona para ellos como maestro, sino a lo sumo como «docente» o «profesor». Si el maestro, por su parte, no siente ilusión por su menester, y concretamente por sus discípulos, en grado muy alto por algunos, su función es una forma deficiente, una degeneración de una vocación. Uno y otros tienen que esperar, anticipar, sentir complacencia, asociarse a las trayectorias ajenas. Si esta ilusión falta, la auténtica función no se cumple.
Y esta es una de las razones, quizá la más fuerte, de la crisis de la docencia en nuestro tiempo. La masificación, la politización -que lleva a la utilización o manipulación-; el hecho de que la docencia se haya convertido en una «profesión» no desdeñable, no demasiado mal retribuida, abrazada por muchos que la ejercen como otra cualquiera, sin particular vocación; la falta de estimación o admiración de los estudiantes por los maestros, su desconfianza inicial, todo eso hace que en muchos casos las funciones docentes, y en particular las universitarias, se realicen sin ese elemento de ilusión, que en Platón era interpretado como un ingrediente erótico -pero la voz griega éros es extraordinariamente ambigua e induce a confundir cosas muy diversas-. Es posible que si en las lenguas en que se ha pensado -en español hasta ahora no demasiado- hubiera existido la palabra ilusión en su sentido positivo, en el que aquí nos ocupa, muchas cosas que parecen oscuras o inquietantes resultasen más claras.
No es ajeno el erotismo a la docencia, ya que, como hemos visto, la ilusión tiene su raíz en la condición amorosa de la vida humana; pero precisamente la ilusión significa, partiendo de esa instalación, un vector de dirección distinta de lo que se entiende primariamente por erotismo. La confusión verbal lleva inevitablemente a la confusión de las realidades. Podríamos decir que ni la ilusión en la relación maestro-discípulo consiste en erotismo ni es ajena a él. La cosa se complica y reclama más finura de análisis si tenemos en cuenta que esa relación puede ser, y de hecho es hoy, entre personas del mismo o de distinto sexo. Y esto nos lleva a plantear la cuestión decisiva: ¿qué significa la ilusión cuando, más allá de las cosas, los proyectos o las personas del propio sexo, se refiere a la que sienten recíprocamente el hombre y la mujer?
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