conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » VI.- La condición amorosa como raíz de la ilusión

Padres e hijos

Conviene partir de una relación que tiene un enérgico elemento natural, biológico, que consiste primariamente en él: la paternidad o maternidad, y desde el otro punto de vista la filiación. Es algo común al hombre y a multitud de animales, por lo menos los superiores; en su forma mínima es un proceso genético, el funcionamiento de ciertos mecanismos biológicos, puestos en marcha por la fecundación. De ello no se sigue ninguna relación que no sea biológica entre la madre y los hijos, y puede no haber ninguna de estos con el padre. A esto tienden las interpretaciones que se están inyectando -con gran eficacia- en innumerables contemporáneos nuestros, que miran las relaciones paterno- (o materno-) filiales como asunto de la bioquímica, que se deben considerar a la luz de la estadística y los planes económicos, ecológicos o sanitarios que se juzguen preferibles. La culminación de esta actitud es la aceptación del aborto como algo que puede ser conveniente, aunque nunca queda claro para quién (lo más grave es que esta última cuestión pierde su sentido, porque lo que precisamente se desvanece es el quién).

Lo que no puede decirse es que esta actitud sea natural, originaria o espontánea. La humanidad, desde que hay memoria histórica, se ha comportado según supuestos bien diferentes. En grado mayor o menor, en formas muy diversas, ligadas a estados de cultura que pueden ser muy toscos, los hombres han ejercido con extraña constancia dos actividades de escaso sentido biológico: la relación permanente con los hijos y el culto a los muertos. La eliminación de ambas cosas, lejos de ser «natural» es una distorsión de la actitud humana desde que podemos saber algo de ella.

He dicho relación permanente. Pasajera, la tienen también muchos animales, los que llamamos superiores y otros que no lo son tanto. Tienen una relación que podríamos decir con la cría más propiamente que con el hijo. En latín (y lo mismo ocurre en casi todas las lenguas indoeuropeas), filius se dice de personas, y sólo excepcionalmente de animales. Otro tanto puede decirse de mater y más aún de pater; mater, por su referencia usual a la lactancia, se dice a veces de la nodriza. Cuando se piensa en la generación más que en la familia o lo social, se dice genitor o genetrix, el o la que engendra. En cambio, proles, aunque su sentido primario es también el humano, se aplica a los animales con gran frecuencia, e incluso a las plantas, con la significación del fruto. -Proles se deriva del verbo alo, alere, alimentar, nutrir, sentido bien claro en la expresión alma mater, «madre nutricia».

Las relaciones animales con sus crías o cachorros suelen ser la prolongación de la gestación, el cumplimiento de la generación hasta que la prole ha alcanzado condiciones de vida independiente, es decir, el estado adulto (adultus es el que se ha desarrollado o crecido). Ese estado se alcanza en casi todas las especies animales en fecha temprana, al contrario de lo que sucede al hombre. Este necesita, hasta biológicamente, una larga relación entre padres e hijos; pero no solo biológicamente, porque esa relación -siempre en el seno de una sociedad en sentido estricto- es la que hace posible la transmisión de las interpretaciones de la realidad, de los usos, la lengua, etc.; en suma, la condición histórica.

Pero no es esto lo que más nos interesa aquí, sino que esa relación personal, que va mucho más allá de lo biológico, en la duración y en el contenido, hace posible que la paternidad o la maternidad se dirijan, no ya a la «cría», sino a la persona que es el hijo, al quién irreductible que es cada cual. La interpretación «natural» -en la medida en que puede hablarse de naturaleza del hombre- de la paternidad o maternidad humanas es personal. La madre y el padre se asocian a las vidas de sus hijos, asisten a ellas y se proyectan con ellas, y esto es lo que hace posible ese fenómeno capital -variable como todo lo humano- que es la ilusión por los hijos.

¿Y la inversa? ¿Tienen los hijos ilusión por sus padres? Sin duda con menor frecuencia y en menor grado. Y las razones para ello son múltiples y claras. Los hijos son para los padres la gran novedad. El nacimiento de una persona es la innovación radical de realidad, y por eso en la Antropología metafísica mostré su equivalencia con la creación (aunque el creador no resulte patente). El nombre «criatura» (creatura) que se suele dar al niño pequeño, sobre todo al recién nacido, es el más adecuado y profundo.

Los padres, además, van descubriendo al hijo, asisten a las fases de su vida, se inquietan por él, esperan cada momento; la relación del padre o la madre con el hijo está hecha de expectación y de expectativa, de futurición, porque el hijo es ante todo futuro, va a ser. Por si esto fuera poco, en algún sentido el hijo «repite» a los padres o a los antepasados, y ya vimos el placer y la ilusión que la reiteración provoca.

La situación inversa es muy distinta: el hijo encuentra ya a los padres -por eso la familia no es primariamente la de estos, sino la de los hijos, que se encuentran en ella-; pertenecen más bien al pasado; al poco tiempo son lo habitual, lo «consabido», de lo que poco o nada se espera. Mientras los padres asisten, por lo general ávidamente, a la vida de los hijos, estos desconocen enteramente la vida de sus padres antes de que ellos nacieran, y muy pronto los dan por supuesto, sin esforzarse sino excepcionalmente en imaginarlos. Cuesta trabajo a los hijos caer en la cuenta de que los padres tienen su vida propia, y de hecho esta parece agotarse en su paternidad y, más aún, en su maternidad.

Por eso, la ilusión de los hijos por los padres es poco probable, y cuando se da suele ser tardía; tanto, que casi siempre reviste la forma de nostalgia, de ilusión por los padres que se tuvieron y no se tienen ya.

Si todo esto se tuviera presente, si se viera que, más allá del cariño, el apego, la protección, el cuidado, la ternura, hay una posibilidad humana llamada ilusión, es posible que se planteara de una manera más rica e inteligente la convivencia inicial de los humanos. Pero ¿cómo va a esperarse esto, si apenas se sabe qué es ilusión, si casi ninguna lengua sabe nombrarla y así poseerla, y en todo caso desde hace un tiempo brevísimo si se piensa en la duración de la historia?

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