conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » IV.- La ilusión como realización proyectiva del deseo

La ilusión como instalación

La exploración de la vida anímica ha distinguido tradicionalmente entre emociones y pasiones. No me interesa el contenido de unas y otras, ni el tipo de realidad que se les ha atribuido. Lo que vale la pena recoger es que, mientras se ha entendido que las emociones son pasajeras, fugaces agitaciones del ánimo, las pasiones son duraderas y permanecen. El que está colérico o triste, probablemente dejará de estarlo al cabo de un rato, y casi con seguridad cuando lo invada el sueño. El ambicioso o el enamorado lo están día tras día, y cuando se despiertan siguen dominados por esa pasión. Es decir, estas «cruzan» a través de innumerables actos psíquicos, sin que ellos interrumpan su continuidad y permanencia.

Esta consideración puede trasladarse al estudio de la ilusión. En la vida se dan innumerables ilusiones a corto plazo, que encienden la expectativa y llegan pronto a su desenlace o cumplimiento. Tengo ilusión por una carta, por un viaje, por un espectáculo que me propongo ver, por un libro que voy a leer, por la llegada de una persona a quien espero. Pero todo ello son formas de algo más abarcador: el estar ilusionado, la actitud en que cada ilusión es posible.

Cada vez me parece más evidente que la realidad humana, si no se la reduce a lo biológico, ni siquiera a lo psíquico, si se la entiende como tal vida personal, necesita para su intelección la pareja de conceptos de que hice constante uso en la Antropología metafísica: los inseparables instalación y vector. El primero, por cierto, está también ligado a una peculiaridad de la lengua española, de excepcional importancia para el pensamiento: el verbo estar, que en la mayoría de las lenguas está fundido -y confundido- con el verbo ser. La instalación nos muestra la estructura biográfica del estar. La instalación tiene cierta estabilidad y permanencia; es unitaria, pero no simple, sino pluridimensional; desde ella me proyecto vectorialmente, en diversos sentidos y con diferente intensidad. En rigor, tendríamos que hablar de instalación vectorial, ya que ambos términos tienen una referencia mutua intrínseca.

Las formas de instalación no son estáticas, sino formas de acontecer, por tanto, dramáticas. La instalación es el álveo o cauce por el que transcurre o fluye la vida. Por él se mueven esas magnitudes orientadas, proyectivas, que son los vectores. Por eso la vida humana tiene sesgo -concepto curiosamente olvidado, al que di su importancia justa en Nuestra Andalucía-; se dice: «las cosas han tomado un sesgo», pero ello es posible porque el sesgo o inclinación pertenece a la estructura vectorial de la vida.

Si aplicamos ahora estos conceptos a nuestro tema, encontramos que, más allá de las ilusiones singulares y más o menos fugaces, hay una forma radical: la ilusión como instalación, como temple vital posible, en diferentes modos y grados, que hace la función de cauce previo a cada una de las ilusiones, que aparecerían así como vectores proyectados en situaciones concretas y orientados hacia objetos o términos de muy varia índole.

En este sentido, la ilusión puede ser una forma de vida, el vivir ilusionado, como algo subyacente a todos los actos, relativamente independiente de ellos, con cierta estabilidad y permanencia; y todavía más: a prueba de desilusiones, capaz de cruzarlas sin que se destruya esa instalación.

Vistas así las cosas resulta más claro lo que vimos al final del capítulo I: que la desilusión supone la ilusión, se mueve en su elemento, es secundaria respecto a ella. Dentro de la instalación ilusionada caben por igual las ilusiones cumplidas y las desilusiones. La vida ilusionada se proyecta vectorialmente en muchas direcciones, con intensidades variables, con resultados inciertos y azarosos. En todo caso, está definida por esa pretensión.

Pero todo ello es meramente posible. Una de las primeras preguntas que habría que hacer, tanto el sociólogo como el historiador o el biógrafo, sería por el estado de la ilusión en una sociedad, una época o una persona singular. Pero ¿cómo hacer esa pregunta, si falta hasta la palabra? Y en el caso del español, en que esa voz existe y está viva, parece que nadie se ha preguntado por ella ni ha intentado averiguar un poco en serio qué significa.

Esto quiere decir que la cuestión, por asombroso que parezca, está intacta. Y que cualquier conocimiento serio de la vida humana, individual o colectiva, tiene que enfrentarse con ella. Las ciencias humanas, si quieren merecer este nombre, tendrán que elaborar los métodos adecuados para preguntarse rigurosamente por la ilusión como forma de la vida, por sus contenidos, su proyección y sus posibles desenlaces.

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