conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » II.- Ilusión e imaginación

El carácter futurizo del hombre

La ilusión radica en esa dimensión de la vida humana que he explorado a fondo en la Antropología metafísica: su condición futuriza, es decir, el hecho de que, siendo real y por tanto presente, actual, está proyectada hacia el futuro, intrínsecamente referida a él en la forma de la anticipación y la proyección. Esto, claro es, introduce una «irrealidad» en la realidad humana, como parte integrante de ella, y hace que la imaginación sea el ámbito dentro del cual la vida humana es posible. Si el hombre fuese solamente un ser perceptivo, atenido a realidades presentes, no podría tener más que una vida reactiva, en modo alguno proyectiva, electiva y, en suma, libre.

Por eso la ilusión no puede reducirse a alegría o entusiasmo; digo reducirse, no que la alegría o el entusiasmo no puedan o deban ser ingredientes suyos. La ilusión significa anticipación. Afecta primariamente a los proyectos y, naturalmente, a sus términos. El título de Pedro Salinas, Víspera del gozo, conviene admirablemente a la ilusión.

Pero el futuro no es real; no es, sino que será; y habría que agregar: acaso. La fórmula, tan usada en muchas lenguas, y muy especialmente en español, «si Dios quiere», aplicada a un proyecto, a una cita, hasta a la expresión trivial «hasta mañana, si Dios quiere», aparte de su sentido religioso, de la conciencia de que todo eso está en las manos de Dios, responde con extremada finura a la condición misma de la futurición de la vida humana. Hay en ella un constitutivo elemento de inseguridad, de incertidumbre. Los proyectos se realizan o no; la vida misma puede interrumpirse en cualquier momento, y sobre el cotidiano «hasta mañana» pende la amenaza de su incumplimiento, de que no haya «mañana» -al menos para el que habla o el que escucha-.

Esto ayuda a entender por qué el sentido positivo de 'ilusión', el que aquí nos interesa, no se ha desprendido nunca del viejo y negativo: lo que nos ilusiona puede resultar ilusorio; el objeto de la ilusión puede fallar; a la ilusión la acecha la posibilidad de la desilusión.

El ejemplo más fuerte de ilusión es la vida del niño: es la forma propia de ella; un niño sin ilusiones no es propiamente un niño, sino una «cría», un «cachorro» o un adulto incompleto. Creo que esto debería ser el punto de partida de todo trato con el niño, de toda convivencia con él, y por supuesto de su educación. La razón es muy clara: el niño es todo futuro. Y esto no quiere decir simplemente que no se haya realizado aún, sino que es desde el principio futurizo, anticipador, proyectivo. El extraño fenómeno del aburrimiento del niño, que el animal no parece conocer, es revelador. Desde muy pronto, en edad increíblemente temprana, casi desde el nacimiento, el niño tiene más o menos vagos proyectos, que no puede realizar por falta de recursos -empezando por los biólogos, por las disponibilidades de su propio cuerpo-, y se aburre; por eso reclama imperiosamente la colaboración de los adultos, principalmente mediante el llanto, esa sorprendente arma del niño pequeño, para que le permitan, con sus recursos, la realización de sus proyectos propios. El niño sano, nutrido, abrigado, sin molestias ni dolores, llora; cuando aparece la madre u otra persona, se aquieta: ya tiene programa. Pero sólo brevemente: pronto necesitará algo más de atención, juego, canto, ser mecido, en suma, una sucesión de argumentos para su vida. Hace muchos años, en La estructura social, escribí que los adultos son las «colonias» del niño pequeño, que le permiten realizar sus proyectos, como las viejas colonias solían hacer para sus metrópolis. La vida infantil culmina en la espera de los Reyes Magos (o Santa Claus o cualquier equivalente). Esa anticipación es toda ilusión. No es sólo aguardar un regalo: es, sobre todo, la recreación de la leyenda, la imaginación de los Reyes Magos con sus camellos y sus servidores, cargados de presentes, de la averiguación de la morada de los niños y de su conducta, de su respuesta a unas peticiones anteriores, de las técnicas mediante las cuales conseguirán llegar hasta la casa y los zapatos que aguardan también. Si no son los Magos será le Père Noël o Santa Claus con su trineo y sus renos, con todos los ritos cuya anticipación es tan esencial por lo menos como la recepción de los regalos. La vida del niño está tensa, apuntando a un blanco, con alguna zozobra -¿llegarán los Reyes, encontrarán la casa, aprobarán mi conducta, serán generosos?-, imaginando todos los detalles: no hay más rigurosa víspera del gozo.

En la vida animal, no creo que pueda encontrarse nada análogo a la ilusión, precisamente por la ausencia de ese carácter futurizo. Con una excepción tal vez: la actitud del perro ante la inminencia de salir a pasear o cazar con su amo. Y aquí se trata de un caso claro de «hominización» del perro, de «contagio» de la vida humana, que de modo mínimo y provisional el perro vive vicariamente. La asociación entre los dos hace que el perro participe en alguna medida de la vida de su amo, poniendo en juego un tanto de imaginación, y así puede tener un análogo de lo que es la ilusión en el sentido propio de la palabra.

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