» bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » I.- Un secreto de la lengua española
Una innovación romántica
Es curioso cuánto han tardado los diccionarios en darse por enterados de cambio semántico tan importante como el que experimenta la palabra 'ilusión' en los primeros decenios del siglo XIX. Todavía hoy dista mucho de estar registrado adecuadamente.
En 1845, el Nuevo Diccionario de Salva da esta definición: «Concepto sugerido por nuestra imaginación sin verdadera realidad. Illusio, deceptio. » Y el Diccionario de la Sociedad Literaria decreta: «Toda ilusión es engañosa. » El de Sinónimos de Seix Barral da: «Quimera, desvarío, sueño, delirio, ficción. » Y todavía hoy el Pequeño Larousse da las definiciones más negativas: «Error de los sentidos o del entendimiento, que nos hace tomar las apariencias por realidades: ilusión de óptica. || Esperanza quimérica: vivir de ilusiones. (sinón. Ensueño, imaginación, quimera, sueño, utopía. ) || Hacerse ilusión, forjarse ilusiones. » Por si fuera poco, añade: «Ilusionado. Galicismo por engañado. » El primer atisbo de ese sentido positivo aparece, que yo sepa, en 1875, en el Diccionario Nacional de Domínguez, aunque todavía predomine la interpretación negativa. Dice así:
«ilusión. Objeto concebido en la fantasía, creación imaginaria, deleitable, halagadora, que haría la felicidad del individuo si se realizase, pero que casi siempre raya en lo imposible. || Hacerse ilusión. Fras. Juzgar bueno lo que es malo, grande lo que es pequeño, hermoso lo que es feo, encantador lo que repugna, por efecto de una escitación, de un acaloramiento momentáneo, concebir esperanzas infundadas, hacer castillos en el aire. »
Me parece este texto extremadamente interesante. La definición o aclaración de la frase «hacerse ilusión» podría abreviarse diciendo: «cúmulo de errores»; pero habría que agregar: «positivos, favorables, optimistas». Consiste en juzgar erróneamente, pero mejorando con el error la realidad juzgada; no hay ni un solo ejemplo en sentido contrario: tomar lo bueno, hermoso, encantador por lo opuesto no es «hacerse ilusión»; persiste la noción de error o engaño, pero consiste en una exaltación de la realidad.
Más interés tiene aún la definición misma de la palabra 'ilusión'. Los atributos positivos se acumulan: deleitable, halagadora, que haría la felicidad del individuo si se realizase (¡nada menos!), pero que casi siempre raya en lo imposible. Domínguez nos deja un respiro: la ilusión está en la frontera de la imposibilidad, pero toda frontera tiene dos lados. Este Diccionario presta una atención desusada a la ilusión, y recoge multitud de derivados: ilusionadillo o ilusionadito (palabras afectivamente positivas), ilusionado, ilusionador («que ilusiona»), ilusionante («que causa ilusión»), ilusionar («causar ilusión»).
Esta tradición lexicológica relativamente positiva se pierde, casi sin excepción; por ejemplo, el Diccionario de argentinismos, de Segovia (1912), da esta definición de «Perder las ilusiones»: «Suceder al encanto el desencanto, mirar con repugnancia o frialdad lo que antes nos seducía, apasionaba o causaba viva complacencia, desilusionarse. » De ahí se desprende una noción positiva y atractiva de 'ilusión'. Será menester llegar al Diccionario de uso del español de María Moliner (1967) para que el uso positivo sea registrado, después de acepciones negativas: «Alegría o felicidad que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo: 'Miraba con ilusión a su hija. Se ve que no tiene mucha ilusión por su novio. Los niños esperan con ilusión a la abuela. '» El Diccionario de la Real Academia española, todavía en su edición de 1970, se atiene a los sentidos negativos, aunque en 1982 se han aprobado dos nuevas acepciones positivas, recogidas ya en el Boletín: «Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, cosa, tarea, etc. » Los diccionarios están sumamente rezagados, en fecha y fidelidad, respecto del uso lingüístico iniciado hace siglo y medio.
Naturalmente, se trata de un uso literario: es el que ha dejado huellas, el que se conserva. Sería difícil averiguar si es simultáneo el uso coloquial. Probablemente no: me parece verosímil que ese nuevo sentido de 'ilusión' tenga un origen literario, más particularmente poético, y desde allí se vaya difundiendo al habla general, sin que casi nadie parezca haberse dado cuenta, sin que se sospeche que se ha abierto un horizonte de consecuencias mucho más graves y enriquecedoras de lo que podría pensarse.
Hasta donde mi conocimiento llega, fue Espronceda (1808-1842) el descubridor del nuevo sentido de la voz 'ilusión', el que fue pasando de la vieja acepción tradicional y común a tantas lenguas a otra distinta, que había de quedar reservada a la nuestra. Espronceda empezó a compone, en su primera juventud, un poema, El Pelayo, del cual publicó algunos viejos fragmentos. En su segunda estrofa dice:
Tornan los siglos a emprender su giro
de la sublime eternidad saliendo,
y antiguas gentes y ciudades miro
súbito ante mi vista apareciendo:
de ellos a par en mi ilusión respiro,
oigo del pueblo el bullicioso estruendo,
y lleno el pecho de agradable susto,
contemplo el brillo del palacio augusto.
Aquí la palabra 'ilusión' ha adquirido un sentido nuevo, que no es el de engaño, irrealidad o, menos aún, sarcasmo. Pero no es, ni mucho menos, el único caso. En «Serenata»,
Delio a las rejas de Elisa
le canta en noche serena
sus amores;
y añade:
En tu ilusión embebida,
feliz te finges, y sientes
mis caricias.
Hay textos en que se puede ver la oscilación entre el sentido tradicional y el nuevo. Por ejemplo, al dirigirse a un lucero («A una estrella») y lamentarse de que su esplendor haya menguado, dice Espronceda:
¿O acaso tú siempre así
brillaste y en mi ilusión
yo aquel esplendor te di
que amaba mi corazón,
lucero, cuando te vi?
Una mujer adoré
que imaginaría yo un cielo;
mi gloria en ella cifré,
y de un luminoso velo
en mi ilusión la adorné.
Y después, al añorar las alegrías, los ensueños, las fantasías y deleites, y preguntarse dónde fueron, qué se hicieron, añade:
Huyeron con mi ilusión
para nunca más tornar,
y pasaron,
y solo en mi corazón
recuerdos, llanto y pesar
¡ay! dejaron.
La idea de decepción, de desengaño, es evidente; pero no es menos evidente que 'ilusión' funciona como una actitud ilusionada que explica el embellecimiento; y es la desaparición de esa actitud la que arrastra con ella el esplendor y atractivo de sus objetos y los reduce a «ilusiones» en el sentido tradicional.
La misma ambigüedad se encuentra en el famoso poema «A Jarifa en una orgía»:
¿Qué la virtud, la pureza?
¿Qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño
que halagó mi juventud.Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;
solo en la paz de los sepulcros creo.
Ilusión mentida, desvanecida, contrapuesta a la realidad: el viejo sentido; pero al mismo tiempo la ilusión aparece «sustantivada», identificada con lo valioso, deseado, apetecido.
La misma dualidad aparece en El Estudiante de Salamanca, donde el tema de la ilusión es más insistente. Por ejemplo:
Dulces caricias, lánguidos abrazos,
placeres ¡ay! que duran un instante,
que habrán de ser eternos imagina
la triste Elvira en su ilusión divina.
O en la famosa estrofa, siempre repetida, que es tal vez el pasaje en que la palabra ilusión adquiere su ciudadanía en la literatura española:
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
Pero el sentido positivo se va acentuando:
Una ilusión acarició su mente:
alma celeste para amar nacida,
era el amor de su vivir la fuente,
estaba junta a su ilusión su vida.
Un resto del viejo sentido persiste en una estrofa del mismo poema, como un último esfuerzo por desvalorar lo que se está afirmando con creciente energía:
También la esperanza blanca y vaporosa
así ante nosotros pasa en ilusión,
y el alma conmueve con ansia medrosa
mientras la rechaza la adusta razón.
Y todavía con mayor claridad y esperanza:
Cruza aquella morada tenebrosa
la mágica ilusión del blanco velo:
imagen fiel de la ilusión dichosa
que acaso el hombre encontrará en el cielo.
Adviértase que el adjetivo «mágica», tantas veces aplicado a la ilusión como falsedad, es aquí estimativo; que la imagen es «fiel»; que la ilusión misma es calificada de «dichosa»; que se expresa la esperanza de que el hombre la encuentre en el cielo. Estamos a cien leguas de todas las definiciones tradicionales, en un uso nuevo.
Y esta valoración de la ilusión, unida al sueño, la fantasía y la esperanza, reaparece en El Diablo Mundo:
Dicha es soñar cuando despierto sueña
el corazón del hombre su esperanza,
su mente halaga la ilusión risueña,
y el bien presente al venidero alcanza...Dicha es soñar, porque la vida es sueño,
lo que fingió tal vez la fantasía.
Y dentro de este poema, el «Canto a Teresa», culminación de la amargura y la pérdida de las ilusiones, este concepto conserva su valor, aparece ligado a lo que da sentido a la vida, a la posibilidad de la vida misma:
Mujer que amor en su ilusión figura,
mujer que nada dice a los sentidos...Roída de recuerdos de amargura,
árido el corazón sin ilusiones...Cuando de tu dolor tristes despojos
la vida y su ilusión te abandonaban...
Todavía hay en Espronceda más ejemplos: en su poesía se va imponiendo, con retrocesos, la nueva intuición; la posibilidad del engaño persiste, el objeto de la ilusión puede ser «ilusorio»; pero cada vez es más fuerte la adhesión a ella, su aceptación, incluso con riesgo de que pueda resultar vana:
El corazón henchido de esperanza,
sin temor de mudanza
mecida el alma en el placer futuro,
el ánimo seguro
tras su ilusión lanzándose a la gloria,
y libre de recuerdos la memoria,
y el alma y todo nuevo,
todo esperanzas el feliz mancebo.
Habla Espronceda de
El despecho, el placer, las ilusiones
de cien generaciones
que su historia acabaron
y cuyos nombres solo nos quedaron.
Pero quizá lo más revelador sea una estrofa en que, a continuación de unos versos de característico prosaísmo e ironía, Espronceda añade:
Mas todo son jardines de hermosura,
si con su varia tinta
el alma en su ventura
y mágica ilusión el cuadro pinta:
y el más bello pensil trueca y convierte
del alma la amargura
en páramo erial de luto y muerte!
Es decir, la realidad depende de la actitud, de cómo el hombre se proyecte y la interprete; la hermosura está provocada por la ilusión -se ha creído hasta ahora-; sí -piensa Espronceda-, pero igualmente la amargura del alma convierte en páramo de luto y muerte lo que es el más bello pensil. La descalificación de la ilusión cede al contrastarla con otros temples, otras actitudes.
Al final del poema, la palabra 'ilusión' se asocia a otras positivas, afirmativas, gozosas:
Dicha, hermosura e ilusión respira.
Dicha, ilusión, amores y delicias
se atropellan en él con sus caricias.
Y después de una irónica alabanza de la experiencia, los desengaños, la ciencia, la madurez, después de renegar de la ilusión, concluye con una afirmación de ella a pesar de todo:
¡Oh! ¡Bendita mil veces la experiencia,
y benditos también los desengaños!
Piérdese en juventud, gánase en ciencia,
gastas la juventud, maduras años...¿Y habrá tal vez alguno que sostenga
que no vale la ciencia para nada?
¿Y habrá menguado que a probar nos venga
que está la dicha en la ilusión cifrada?Y entretanto vosotros los que ahora
pinté embriagados de placer y amores,
gozad en tanto vuestras almas dora
la primera ilusión con sus colores.
En Zorrilla (1817-1893) encontramos, aunque con menor insistencia que en Espronceda, la misma presencia ambivalente de la voz 'ilusión', con manifiesta tendencia a la afirmación, al nuevo sentido, con un claro matiz de «a pesar de todo».
En uno de sus primeros poemas, «A una mujer», extremadamente juvenil, pues está incluido en el tomo I de sus Poesías, publicado en 1837, hay una estrofa casi «tradicional»:
Pasaron, niña, los días,
con ellos las ilusiones
infantiles,con ellos vienen impías
las tormentas y aquilones
de tus abriles.
En una «Canción» posterior aparece con particular energía la reacción afirmativa, incluso aunque se admita el carácter posiblemente ficticio de la ilusión:
Venid a mí, brillantes ilusiones,
que engalanáis la juventud ardiente...Dejadme aunque ficción ver a lo lejos
esa radiante luz de la esperanza
a cuyos ricos trémulos reflejos
un porvenir se alcanza.
Y más adelante, en «El niño y la maga», la interpretación positiva de la ilusión resulta plenamente victoriosa, sin que baste a invalidarla el riesgo, ni siquiera la certidumbre del lado doloroso de la vida:
Cuán risueña es el alba de la vida,
esa mágica edad de la ilusión,
en que vegeta el alma adormecida
ajena de inquietud y de ambición...¡Vida! Blanco y risueño panorama
para el que nace en virgen ilusión;
desierto do eternal el cierzo brama
para el que lanza en él su corazón.¡Vida! Fantasma bello y mentiroso
cuanto halagüeño en tu ilusión, fatal,
yo miraré con ojo receloso
la luz de tu fantástico cristal...Que sí nacemos a la amarga vida
riendo lo que habernos de llorar,
yo quiero mi existencia dolorida
gozar llorando y mi dolor cantar.
Y en la «Plegaria» final de ese poema, la ilusión aparece identificada con la esperanza, y considerada como el último refugio, como la justificación definitiva de la vida:
¡Blanca ilusión! ¡benéfica esperanza!
Triste y última luz del corazón,
a cuyo tibio resplandor se alcanza
un más allá en el hondo panteón.
¿Cuál es el sentido de esta variación de la palabra 'ilusión' en la poesía romántica española? ¿Cómo se pasa del sentido etimológico, originario, presente en todas las lenguas, de engaño (o escarnecimiento), a este otro nuevo, próximo a la esperanza y el entusiasmo, pero distinto de ellos, por el cual se desliza una nueva manera de sentirse en la vida?
Creo que es algo muy semejante al proceso que se realiza en La vida es sueño de Calderón, y que comenté por vez primera en 1955, en un simposio sobre el Barroco, en la Universidad de Wisconsin. El sentido primario de la expresión que da título al drama de Calderón es: la vida no es más que sueño, es sólo sueño, por tanto, no es verdadera realidad. Pero resulta que en el siglo XVII se opera en Europa, en los filósofos y en los poetas, el descubrimiento del sentido positivo del sueño y la ficción, no como opuestos a la realidad, sino como formas de realidad, y precisamente aquellas que reflejan la condición del hombre. No se escapa esto a Calderón. Hay toda una serie de textos «negativos», en que la vida queda descalificada en cuanto a su realidad, por ser mero sueño; pero alternan con otros en que se va imponiendo la evidencia de que el sueño es la forma de la vida, de que la realidad humana es algo narrativo, sucesivo, que se puede contar, como el sueño; en suma, que el sueño es vida:
¿Nunca has dispertado?
No;ni aun agora he dispertado;
que, según Clotaldo, entiendo,
todavía estoy durmiendo;
yo no estoy muy engañado,
porque, si ha sido soñado
lo que vi palpable y cierto,
lo que veo será incierto.... estamos
en mundo tan singular,
que el vivir solo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta dispertar...¿Qué es la vida? - Un frenesí.
¿Qué es la vida? - Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son.
Pero Segismundo, al encontrarse con la falsedad de todo lo que había creído real, se encuentra, con la misma evidencia, con que está enamorado:
Solo a una mujer amaba...
Que fue verdad, veo yo,
en que todo se acabó,
y esto solo no se acaba.
Y en otro momento reflexiona Segismundo:
Esto es sueño; y pues lo es,
soñemos dichas ahora,
que después serán pesares.
Y la conclusión del drama no puede ser más explícita:
El soñarlo solo basta,
pues así llegué a saber
que toda la dicha humana,
en fin, pasa como un sueño,
y quiero hoy aprovecharla
el tiempo que me durare.
Para Calderón, el sueño es la forma de la temporalidad, que corresponde precisamente a la vida humana. Y de este modo, por detrás de la supuesta irrealidad, descubre la realidad del sueño como propia de la vida.
¿Es azaroso que una actitud tan semejante reaparezca dos siglos más tarde, en la época romántica, para descubrir un nuevo sentido de la palabra ilusión e incorporarlo a la lengua española? Pero con esto ni siquiera hemos empezado. Hay que preguntarse qué consecuencias ha tenido para los españoles el disponer de esa palabra ajena a otras lenguas. Y, más allá de esta cuestión, habrá que intentar entender qué es la ilusión.
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