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Prólogo

Hace muchos años, quizá alrededor de veinte, que me ronda este título preciso: Breve tratado de la ilusión. Desde entonces tengo, más que la voluntad, la ilusión de escribir el libro así titulado. ¿Por qué? Sin duda por haber experimentado intensas ilusiones; pero no es razón suficiente: ¿no basta con vivirlas? Cuando se tiene vocación teórica, tal vez no. Hay que reflexionar sobre lo que se vive para así revivirlo; para tomar posesión de ello y no resbalar; para que eso llegue a ser parte de uno mismo.

Y me encontré, tan pronto como empecé a pensar, con dos sorpresas. La primera, que la palabra «ilusión» -tan general, de tan larga historia, de tan claro linaje latino, común a tantas lenguas- es, sin embargo, inesperadamente, algo privado de los que hablamos español. Es decir, que entendemos por ilusión, además de lo que entienden los demás, algo nuevo, distinto y mucho más importante: precisamente lo que desde siempre me fascinaba. La segunda sorpresa es que apenas se sabe qué es ilusión. Entre tantos temas sobre los que se ha pensado poco, éste significa un extremo, una cima; pero como se trata de oscuridad, mejor diríamos una sima.

Tan pronto como me di cuenta de ello, sentí la necesidad de descender a ella, como Don Quijote a la cueva de Montesinos. Ese deseo imperioso no me ha abandonado nunca. He sentido la exigencia intelectual de ponerme en claro; y a la vez he anticipado una vez y otra la delicia de entrar en la cuestión, irla desvelando, averiguar en qué consiste, qué promete, adonde nos lleva.

Extrañará que a pesar de tratarse de un libro breve, haya dejado pasar decenios sin ponerme a escribirlo. Los libros tienen su hora, y esta puede pasarse. Pensar y escribir sobre la ilusión reclama su vivencia adecuada, una intuición de desusada plenitud, un temple que haga posible que las palabras vengan a ponerse en su lugar, al ser llamadas, y hace falta tener voz. La vida, además, tiene urgencias, y con frecuencia se aplaza lo más interesante, cuando es menos apremiante. Hubo un momento, hace años, en que estuve a punto de empezar a escribir una primera página. El azar o el destino lo impidió de la manera más radical. Pensé que ese breve libro nunca llegaría a escribirse.

Pero me ha sido imposible olvidar esa preocupación, preguntarme qué quiere decir, de verdad, ilusión. Al recordarla, al echarla de menos, al imaginarla, al sentirla en ocasiones, se me presentaba siempre como con el rostro cubierto con un velo. El no encontrar en ninguna parte ni la menor iluminación sobre ello excitaba mi deseo, mi punzante deseo de saber. Tenía la impresión de «saberlo» ya, en forma nebulosa y oscura, de que bastaría tender las manos del pensamiento para apresarla y arrancarle su secreto -porque de un secreto se trata-.

Tengo además una extraña conciencia de «deudas», cuando creo poder hacer algo que no está hecho. Siento confusamente que no tengo derecho a no hacerlo. Es posible que una mujer que ha concebido a un hijo se sienta sin derecho a no alumbrarlo.

Llevo demasiado tiempo dentro este proyecto de libro -y demasiado dentro- para renunciar a él. Tan pronto como he entrevisto una posibilidad me he vuelto a ella para aprovecharla. No estoy seguro de poder escribirlo. Pero voy a intentarlo.

Julián Marías

Madrid, 20 de marzo de 1984.

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