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1. Sus Escritos
Aunque sabemos muy poco de la vida de Clemente, podemos obtener un vivo retrato de su personalidad a través de sus escritos. Revelan éstos la mano de un gran maestro. En ellos, además, la doctrina cristiana se enfrenta por primera vez con las ideas y realizaciones de la época. Por esta razón, Clemente se merece el título de "pionero" de la ciencia eclesiástica. Su obra literaria demuestra que fue hombre de vasta erudición, que poseía la filosofía, la poesía, la arqueología, la mitología y la literatura. No siempre recurría a las obras originales, sino que se servía a menudo de antologías y florilegios. Sin embargo, tenía un conocimiento completo de la literatura cristiana primitiva, tanto de la Biblia como de todas las obras post-apostólicas y heréticas. Cita 1.500 veces el Antiguo Testamento y 2.000 el Nuevo. También conoce bastante bien a los clásicos, a los que cita no menos de 360 veces.
Clemente se daba perfecta cuenta de que la Iglesia tenía que enfrentarse necesariamente con la filosofía y la literatura paganas, si quería cumplir sus deberes para con la humanidad y estar a la altura de su misión de educadora de las naciones. Su formación helenística le capacitó para hacer de la fe cristiana un sistema de pensamiento con base científica. Si el pensamiento y la investigación de tipo científico tienen hoy derecho de ciudadanía en la Iglesia, se lo debemos principalmente a él. Demostró que la fe y la filosofía, el Evangelio y el saber profano no se oponen, sino que se completan mutuamente. Toda ciencia humana sirve a la teología. El cristianismo es la corona y la gloria de todas las verdades contenidas en las diferentes doctrinas filosóficas.
Tres de sus escritos forman una especie de trilogía y nos dan base suficiente para formarnos una idea de su postura y sistema teológicos. Son el Protréptico, el Pedagogo y el Stromata.
1. El Protréptico.
El primero de estos escritos, el Protréptico o Exhortación a los griegos (Προτρεπτικοί πρόςΕλληνας) es una ?invitación a la conversión.? Su propósito es convencer a los adoradores de los dioses de la necedad e inutilidad de las creencias paganas, descubrir los aspectos vergonzosos de los misterios ocultos e inducirlos a que acepten la única religión verdadera, las enseñanzas del Logos divino, quien, después de haber sido anunciado por los profetas, se presentó como Cristo. Promete una vida que lleva a la satisfacción de los más profundos anhelos humanos, porque comunica redención e inmortalidad. Al final de su obra, Clemente define esta ?exhortación? de la siguiente manera:
¿A qué cosa te exhorto, pues? Anhelo salvarte. Cristo lo quiere. En una palabra, El te concede la vida. Y ¿quién es Él? Apréndelo rápidamente: la Palabra de verdad, la Palabra de incorruptibilidad, el que regenera al ser humano elevándole a la verdad; el aguijón de salvación, el que expele la corrupción y destierra la muerte, el que edifica un templo en cada hombre a fin de instalar a Dios en cada hombre (Protrép. 11,117,34).
Por su contenido, el Protréptico está estrechamente relacionado con las primeras apologías cristianas; reanuda la polémica contra la mitología antigua, que ya conocemos, y vuelve a sostener la tesis de la anterioridad del Antiguo Testamento. Clemente conocía estos escritos y se sirvió de ellos. Del mismo modo que ellos, saca de la filosofía popular griega las pruebas contra la religión y el culto paganos. Pero si se comparan estas apologías con el Protréptico, pronto se echa de ver que Clemente ya no juzgaba necesario defender al cristianismo de las falsas acusaciones y calumnias de que fue víctima en un principio. Se advierte también otro claro progreso en este tratado de Clemente: sabe dar a su polémica un tono de convicción soberana, una tranquila certeza de la función educadora del Logos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Encomia poéticamente y con entusiasmo la sublimidad de la revelación del Logos y el maravilloso don de la gracia divina, que colma todos los deseos humanos.
En cuanto a su forma literaria, el Protréptico debe ser clasificado entre los Protreptikoi, o sea exhortaciones, cuyo fin era animar a los seres humanos a tomar una decisión, estimularlos hacia un ideal elevado, como, por ejemplo, el estudio de la filosofía. Aristóteles, Epicuro y los estoicos Cleantes, Crisipo y Posidonio escribieron un Protréptico. El Hortensius de Cicerón, que San Agustín leyó antes de su conversión, pertenece a la misma categoría. La intención de Clemente era entusiasmar de esta manera a sus lectores con la única verdadera filosofía, la religión cristiana.
2. El Pedagogo.
El Pedagogo, que comprende tres libros, viene a ser la continuación del Protréptico. Va dirigido a los que, siguiendo el consejo que Clemente les diera en el primer tratado, adoptaron la fe cristiana. El Logos aparece ahora en primer plano como preceptor para enseñar a estos conversos cómo han de ordenar su vida. El primer libro es de un carácter más general; trata de la obra educadora del Logos como pedagogo: ?Su objetivo no es instruir al alma, sino hacerla mejor; educarla para una vida virtuosa, no para una vida intelectual? (Paed. 1,1,1,4). Clemente afirma que ?la pedagogía es la educación de los niños? (ibid. 1,5,12,1), y luego se pregunta quiénes son los que la Escritura llama ?niños? (παίδες). No son, como pretenden los gnósticos, solamente los que viven en un plano inferior de fe cristiana (en ese caso únicamente los gnósticos serían perfectos cristianos). Son hijos de Dios todos aquellos que han sido redimidos y regenerados por el bautismo: ?En el bautismo somos iluminados; al ser iluminados, venimos a ser hijos; por ser hijos, nos hacemos perfectos; siendo perfectos, nos hacemos inmortales? (ibid. 1,6,26,1). El principio básico de la educación que el Logos da a sus hijos es el amor, mientras que la educación de la Ley Antigua se basaba en el temor. No hay que creer, sin embargo, que el Salvador administre solamente medicamentos suaves; también los da fuertes, porque Dios es a la vez bueno y justo, y un maestro entendido sabe mezclar la bondad con el castigo. La Justicia y el amor no se excluyen en Dios. Al decir esto, Clemente alude a la doctrina herética de los marcionitas, que negaban la identidad entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo. El temor es bueno, porque impide caer en el pecado:
Las amargas raíces del temor detienen la gangrena de los pecados. Por eso el temor, aunque amargo, es saludable. En verdad, pues, nosotros, los enfermos, necesitamos un salvador; descarriados como estamos, necesitamos alguien que nos guíe; siendo ciegos, quien nos lleve a la luz; sedientos, necesitamos la fuente vivificante que, al beber de ella, nos quite la sed (Io. 4,13-14); haciendo muerto, hemos menester la vida; como somos ovejas, tenemos necesidad de un pastor; por ser niños, necesitamos un pedagogo (es más, toda la humanidad tiene necesidad de Jesús)... Si queréis, podéis aprender la elevada sabiduría del Pastor y Pedagogo santísimo, del Verbo omnipotente del Padre, cuando se llama a sí mismo, alegóricamente, pastor del rebaño. Es pedagogo de los niños. Dice, en efecto, por boca de Ezequiel, dirigiéndose a los ancianos y proponiéndoles un ejemplo saludable de prudente solicitud: "Vendaré la perniquebrada y curaré la enferma, traeré la extraviada y la apacentaré en mi santa montaña" (Ez. 34,16.14). Apaciéntanos a tus niños como a ovejas. Sí, Señor; sácianos con la justicia, que son tus pastos. Sí, Pedagogo; llévanos a los pastos de tu montaña santa, la Iglesia, que se alza muy arriba, por encima de las nubes hasta tocar el cielo" (ibid. 1,9,83, 2-84,3).
A partir del principio del segundo libro, el tratado pasa a ocuparse de los problemas de la vida cotidiana. Mientras el primero hablaba de los principios generales de la moral, el segundo y tercero vienen a dar una especie de casuística para todas las esferas de la vida: la comida, la bebida, la casa con su mobiliario, la música y la danza, la recreación y las diversiones, el baño y los perfumes, la urbanidad y la vida matrimonial. Estos capítulos nos dan una descripción interesante de la vida cotidiana de Alejandría con su lujo, su licencia y sus vicios. Clemente habla aquí con una franqueza que causa sorpresa. El autor previene a los cristianos contra esta forma de vida y les da un código moral de comportamiento cristiano en ambientes como éste. Clemente, sin embargo, no exige al cristiano que se abstenga de todos los refinamientos de la cultura; no le pide que renuncie al mundo ni que haga voto de pobreza. Lo que importa es la actitud del alma. Mientras el cristiano mantenga su corazón independiente y libre de todo apego a los bienes de este mundo, no hay motivo para que se aparte de sus semejantes. Es más importante que la vida cultural de la ciudad se impregne del espíritu cristiano. El Pedagogo termina con un himno a Cristo Salvador. Han surgido dudas respecto a la autenticidad de este himno. Sin embargo, hay fundamento suficiente para atribuirlo a Clemente. Las imágenes corresponden exactamente a las del Pedagogo. Tal vez tenemos aquí la oración oficial de alabanza de la escuela de Alejandría (cf. p.155s).
Las autoridades consultadas por Clemente para su Pedagogo son, además del Antiguo y Nuevo Testamento, que constituyen su fuente principal, los escritos de los filósofos griegos. Hay citas de los tratados morales de Platón y Plutarco. También se echa de ver la influencia de los moralistas estoicos, aunque resulta difícil decir concretamente de qué obras depende. Un buen número de pasajes son casi idénticos a algunas páginas del pensador estoico C. Musonio Rufo. Sin embargo, lo que haya podido tomar de los filósofos estoicos lo combina tan perfectamente con ideas cristianas, que el resultado es una teoría cristiana de la vida.
3. Los Stromata o Tapices(Στρωματεις).
Al final de su introducción al Pedagogo, Clemente hace esta observación:
Deseando, pues, ardientemente conducirnos a la perfección por un progreso constante hacia la salvación, apropiado a una educación eficaz, el bondadosísimo Verbo sigue un orden admirable: primero exhorta, luego educa y, finalmente, enseña (1,1,3,3).
Estas palabras parecen indicar que Clemente tenía intención de componer un volumen titulado el Maestro (Διδάσκαλος) como tercera parte de su trilogía. Mas Clemente no poseía las cualidades que se requieren para escribir esta clase de libros, que exigen una distribución estrictamente lógica. Los dos escritos precedentes demuestran que Clemente no era un teólogo sistemático y que era incapaz de manejar grandes cantidades de material. Abandonó, pues, su plan primitivo y escogió el género literario de los Stromata o ?Tapices,? mucho más en consonancia con su genio, que le permitía intercalar extensos y brillantes estudios de detalle en un estilo fácil y agradable. El nombre, Tapices, es semejante a otros muy en boga por aquel entonces, como La pradera, Los banquetes, El panal de miel. Con estos títulos se designaba un género que era el preferido de los filósofos de entonces, y que les permitía tratar de las más variadas cuestiones sin tener que sujetarse a un orden o plan estrictos; podían pasar de una cuestión a otra sin seguir un orden sistemático. Los diferentes temas quedaban entretejidos en la obra como los colores de un tapiz.
Los Stromata de Clemente comprenden ocho libros. En ellos se estudian principalmente las relaciones de la religión cristiana con la ciencia secular, especialmente las relaciones de la fe cristiana con la filosofía griega. En el primer libro, Clemente defiende la filosofía contra los que objetaban que no tenía ningún valor para los cristianos. Su respuesta es que la filosofía es un don de Dios; fue concedida a los griegos por la divina Providencia, de la misma manera que la Ley a los judíos. Puede prestar también importantes servicios al cristiano que desee alcanzar el conocimiento (γνώσις) del contenido de su fe:
Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria para la justificación de los griegos; ahora es útil para conducir las almas a Dios, pues es una propedéutica para quienes llegan a la fe por la demostración. "Que tu pie no tropiece, pues" (Prov. 3,23), refiriendo todas las cosas hermosas a la Providencia, ya sean las de los griegos, ya las nuestras. Dios es, en efecto, la causa de todas las cosas hermosas; de unas lo es de una manera principal, como del Antiguo y Nuevo Testamento; de otras, secundariamente, como de la filosofía. Y ésta tal vez ha sido dada principalmente a los griegos antes de que el Señor les llame también: porque ella condujo a los griegos hacia Cristo, como la Ley a los hebreos. Ahora la filosofía queda como una preparación que pone en el camino al que está perfeccionado por Cristo (Strom. 1,5,28).
Clemente va mucho más allá que Justino Mártir. Este hablaba de la presencia de semillas del Logos en la filosofía de los griegos. Clemente compara la filosofía griega con el Antiguo Testamento en cuanto que preparó a la humanidad para la venida de Cristo. Por otra parte, Clemente tiene sumo interés en recalcar que la filosofía no podrá nunca reemplazar a la revelación divina. Únicamente prepara el asentimiento de la fe. Por eso, en el libro segundo, defiende la fe contra los filósofos:
La fe, que los griegos calumnian por considerarla vana y bárbara, es una anticipación voluntaria, un asentimiento religioso, y según el divino Apóstol (Heb. 11,1.6), "la firme seguridad de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos. Sin la fe es imposible agradar a Dios" (Strom. 2,2,8,4).
No se puede llegar al conocimiento de Dios más que por la fe; la fe es el fundamento de todo conocimiento. Si es dable encontrar gérmenes de la verdad divina en las diferentes doctrinas filosóficas, es debido a que los griegos tomaron de los profetas del Antiguo Testamento muchas de sus doctrinas. Clemente se extiende largamente en probar que incluso Platón, al idear sus Leyes, imitó a Moisés, y que los griegos copiaron de los bárbaros, es decir, de los Judíos y cristianos. Los demás libros refutan la gnosis y sus falsos principios religiosos y morales. El autor traza un espléndido cuadro de la verdadera gnosis y de sus relaciones con la fe, como una contrapartida de la falsa gnosis. La perfección moral, que consiste en la castidad y el amor de Dios, es el rasgo característico del gnóstico ideal, en claro contraste con el gnóstico herético. Al final del libro séptimo, Clemente se da cuenta de que no ha contestado aún a todas las cuestiones que juzga ser de importancia para la vida cotidiana de los cristianos y para su ciencia religiosa. Por eso promete otra parte y está dispuesto a empezar de nuevo (Strom. 7,18,111,4). Sin embargo, el llamado octavo libro de los Tapices no parece ser una continuación del séptimo, sino más bien una serie de bocetos y estudios utilizados en otras partes de la obra. No parece que el autor los compusiera con ánimo de publicarlos, pero lo fueron después de su muerte, contra su intención. Por lo visto murió antes de poder cumplir su promesa.
4. Excerpta ex Theodoto y Eclogae propheticae
Otro tanto se puede decir de estas dos obras, que en la traducción manuscrita siguen a los Stromata. No se trata de extractos hechos por otro de las partes perdidas de los Stromata, según opinaba Zahn; son citas de escritos gnósticos, por ejemplo, de Teodoto, autor gnóstico de la secta de Valentín (cf. p.254), y unos estudios preliminares de Clemente. Es sumamente difícil separar los pasajes de origen gnóstico de las palabras del propio Clemente.
5. Quis dives salvetur? (Tíς ο σωζόμενος πλούσιος).
El opúsculo ¿Quién es el rico que se salva? es una homilía sobre Marcos 10,17-31. No parece, sin embargo, que sea un sermón realmente pronunciado en una función religiosa pública. En él se ve cómo resolvía Clemente las dificultades de sus oyentes a propósito de una interpretación demasiado literal de los preceptos evangélicos. El Pedagogo deja entrever que Clemente tenía entre sus oyentes gente acomodada. Esta homilía da a entender lo mismo. Clemente opina que el precepto del Señor: "Vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres," no quiere decir que la riqueza por sí sola excluye a uno del reino de los cielos. Para salvarse no es necesario desprenderse de todo lo que uno posee. Clemente interpreta las palabras del Señor como una exhortación a mantener el corazón alejado de todo deseo de dinero y libre de todo apego desordenado al mismo. Si todos los cristianos renunciaran a sus propiedades, no habría quien socorriera a los pobres. Lo que importa es la actitud del alma, no el hecho de que uno sea menesteroso o pudiente. Debemos desprendernos de la pasión, no de las riquezas. No son éstas, sino el pecado, el que excluye a uno del reino de los cielos. Al final, Clemente cuenta la leyenda del apóstol Juan y del joven que cayó en manos de ladrones, para probar que incluso los mayores pecadores pueden salvarse si hacen verdadera penitencia.
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